venres, 31 de decembro de 2021

La pureza del silencio

 

[Foguetes verdes]

Acaba un año repleto de tensiones, dudas y miedos, pero sobre todo de un estremecedor ruido desde el cual es imposible que nuestra sociedad logre cualquier tipo de progreso


VIVIMOS en el ruido. Somos parte de un sonajero que cada vez parece agitarse más y más fuerte. Medios de comunicación, políticos, redes sociales o los más diversos y asfixiantes soportes tecnológicos llenan nuestras vidas de un trueno permanente que nos aleja de nosotros mismos, de la posibilidad de pensar y reflexionar sobre qué tipo de sociedad estamos armando y cual es nuestro papel dentro de ella.

Ese ruido que disuelve las palabras como un azucarillo en el café es cada vez más insoportable. Cada vez nos vuelve más necios y nos ahoga en un futuro cada vez más negro y desesperanzador. Pienso, cada año que pasa, de manera más firme, en el valor de las palabras como nuestro último asidero a una realidad que se me antoja más irreal, en buena parte debido a ese ruido perpetuo, a la capacidad de unos y otros por pervertir el poder de las palabras y convertir el jaleo, el engaño y la mentira en un soniquete permanente que nos aturde como el talismán de un hipnotizador.

El escultor Jaume Plensa situó este año una de sus prodigiosas cabezas frente a la urbe de Nueva Jersey, en una zona marítima bordeando con Nueva York. La cabeza de esa mujer hace el ademán de colocar uno de sus dedos en los labios reclamando silencio al gran monstruo, a esa civilización de cristal y acero que somete a la naturaleza a su presuntuoso y discutible progreso. Una cabeza de mujer que reclama recuperar la pureza de un silencio que nos vuelva hacia nosotros mismos, que propicie que dediquemos un tiempo a entendernos y a los que nos rodean.

También el escritor gijonés Ricardo Menéndez Salmón ha abordado la necesidad de lograr un mayor silencio en nuestra sociedad en su reciente novela ‘Horda’, editada por Seix Barral, y en la que un relato distópico nos sitúa en una sociedad en la que las palabras han perdido su significado, siendo los niños sus dominadores desde un poder que anula cualquier manifestación verbal o escrita. Y en las últimas semanas si se habla del estreno de una película, iba a decir en una sala de cine, pero este tiempo miserable hasta eso, la magia del cine, se la está cargando con el dominio de las plataformas televisivas, es de ‘No mires arriba’, donde el apocalipsis que unos científicos anuncian por el impacto de un cometa contra la tierra genera toda una sucesión de delirantes situaciones que definen de la mejor manera que he visto en los últimos tiempos este tipo de negacionismos, especulaciones informativas y políticos incansables en su misión, que no es la que debería, esto es, la de la generar el mejor estado para los ciudadanos a los que se deben, sino que su meta es la de someter toda su acción a las siglas e intereses de sus partidos.

Tres propuestas desde la cultura para, no tanto descifrar nuestro entorno, y sí intentar sacarnos del trance en el que tantos nos han metido. Sacudirnos de toda esta estupidez que nos vuelve autómatas en manos de los que usan la palabrería en vez de la palabra, los que mienten para crear una falsa verdad con la que argumentar sus proclamas, los que asumen una realidad que nada tiene que ver con el beneficio del conjunto de la población, los que solo tienen en su programa el enfrentamiento, la tensión y la degradación del contrario, los que son incapaces de arrimar el hombro por el bien común, los que se entristecen ante las buenas noticias que ven como una afrenta a sus pueriles ideales.

Ojalá el 2022 llegue con más silencio bajo el brazo. Ojalá cese el ruido y la furia. ¡Feliz año!

 

Publicado en Diario de Pontevedra 31/12/2021 

venres, 24 de decembro de 2021

Mulleres nas silveiras

 

[Foguetes verdes]

Rosario Álvarez e Menchu Lamas acadaron o Premio Otero Pedrayo polos seus méritos profesionais, pero tamén por converter o seu facer nunha apertura de camiños aínda a valorar


O PASADO sábado, no acto de entrega do Premio Otero Pedrayo, Fina Casalderrey fixo a loa dos méritos acadados por Rosario Álvarez para merecer dito premio, xunto coa outra gañadora, Menchu Lamas. Como acontece cando Fina Casalderrey, a nosa Premio Nacional de Literatura Infantil e Xuvenil, fala, o mundo cala, e iso hoxe só o acadan as persoas que son quen de acariñar coas palabras.

O silencio que envolveu as súas verbas, convertidas nas mesmas folerpas de neve que caeron aquel día máxico dunha infancia pontevedresa compartida, e das que aquí falou ao recuperar aquel algodón da nenez, fixo que o público estivera ben atento a unhas palabras que ían máis alá de gabar a unha premiada con méritos de sobra para acadalo, senón que tamén serviu para poñer voz a esa demanda felizmente axitada nos últimos tempos sobre a necesidade das mulleres en poñer de relevo o esquecemento que sufriron ao longo do tempo para facerse valer, para visibilizar o seu traballo e a súa posición nun mundo que sempre será menos mundo se despreza o feito pola metade da súa poboación.

Fina Casalderrey dixo que sempre viu a Rosario Álvarez como a muller que ía apartando as silveiras para que moitas outras pasaran por ese camiño con menos espiñas, evitando así deixar sinais na pel das que tantas veces se danan, non só no exterior, senón tamén no interior da persoa. O currículum de Rosario Álvarez, primeira muller presidenta do Consello da Cultura Galega, lingüísta e mestra, sobre todo mestra, regouse dende ben nova coa auga fresca da fonte dos Tornos, a carón da que medrou acubillada na nosa tradición local de lendas, soños e palabras que converteron o seu futuro nunha permanente defensa da nosa lingua e, ao tempo, dunha cidade que ten nela un dos seus grandes motivos persoais dos que gabarse, o que materializou coa concesión en 2020 do Premio Cidade de Pontevedra.

Tamén tivo que apartar moitas silveiras Menchu Lamas, única muller no colectivo Atlántica que nos anos oitenta mudou a visión da arte de Galicia, no seu interior e de cara ao exterior, e que dende entón plantexa unha obra que dende o simbólico e a cor foi quen de construír iso tan complexo para calquera artista como é un universo propio. Outra muller, Rosario Sarmiento, toda unha abandeirada no eido do pensamento artístico de Galicia, alabou e confirmou a súa traxectoria e personalidade, como merecente duns premios que poucas veces redimensionaron o feminino como nesta ocasión. Xa van catro as mulleres que se moven entre estas verbas, catro persoas que son auténticas referencias nos seus ámbitos de traballo, e todo iso nunha Deputación presidida tamén por unha muller, Carmela Silva, a primeira muller en ocupar a presidencia dunha Deputación en Galicia.

O sábado, no salón de plenos da Deputación de Pontevedra, visibilizouse todo un universo feminino de primeiras ocasións, de chegar ao lugar que sempre ocuparon os homes, como se non houbese espazo para ninguén máis. Mulleres que rachan teitos de cristal ou, volvendo a Fina Casalderrey, mulleres que apartan as silvas para que as seguintes mulleres non se manquen. Mulleres como Bibiana Candia, a autora dun dos libros deste ano (non o perdan por favor!) titulado ‘Azucre’, que esta semana gañou o Premio Julio Camba de xornalismo ou Míriam Ferradáns, a poeta de Bon, que tamén vén de acadar o Premio Francisco Fernández del Riego de xornalismo en lingua galega. Mulleres galegas que non deixan de amosar un novo tempo, un tempo con menos espiñas.

 

 

Publicado no Diario de Pontevedra 24/12/2021


luns, 20 de decembro de 2021

Dejar de ser

 

[Ramonismo 94]

El paso del tiempo hace de ‘Un mentido color’, el nuevo libro de poemas de Felipe Benítez Reyes, un reloj de la palabra



¿CÓMO se escribe el tiempo? se pregunta Felipe Benítez Reyes (Rota, 1960) en el primero de los poemas que hacen de ‘Un mentido color’ un emocionante y perturbador itinerario por el paso de la vida, por el circular de los años y por ese dejar de ser, al que se refiere en el poeta en uno de sus textos. Es la evidencia del desgaste que todos sufrimos y que cuando la balanza comienza a inclinarse hacia el lado de la línea de meta nos permite una observación más nítida, más sincera y también más íntima de lo que sucede cuando se adivina que aquellas olas de la infancia de una playa de Rota, vuelven a mojar los pies de quien sigue mirando hacia el horizonte con la determinación que nos muestran sus palabras a lo largo de un conjunto de poemas que, como un diapasón, mide los ritmos y las voces de la existencia.

Un maravilloso verde abisal cubre la portada de este nuevo número de la Colección Palabra de Honor del sello Visor de poesía, en una suerte de descenso a una dimensión que hace de ese color razón o causa, como nos explica su autor siguiendo a Sebastián de Covarrubias. Una razón que es quizás la más intensa de nuestra vida, el tiempo que somos o el tiempo que nos queda, si nos refugiamos en la Argónida de Caballero Bonald, a quien junto a Ángel González o Pepe Brines, se dedica este conjunto de poemas donde hay también mucho de ausencia, de cuchilladas que la vida nos infringe en cuanto a la pérdida de los que queremos y admiramos. Junto a ellos sabemos que este libro también se dedica a quien nos dejó de manera abrupta, a quien también estableció en Rota un frontispicio de amor a la vida junto a sus amigos, a una Almudena Grandes que hizo erguir los libros al cielo como una loa al compromiso, a la bondad y a la cultura. Las olas que viene a morir a los pies del poeta son también sus olas, las que proceden de ese Mediterráneo repleto de historias y culturas que nos han conformado a lo largo de los siglos y las que durante tantos años, Felipe Benítez Reyes y la propia Almudena Grandes, han ido domesticando para adentrarlas en sus propios textos.

Un mentido color’ es ese fluir de la vida que hace de diferentes paisajes los cuadros de una vida. La emoción de los amaneceres, las lecciones de lo fugaz, instantes que se hacen fuertes en la memoria y que ante el papel emergen con una fuerza inusitada, sabedores de su capacidad para citar al poeta, para convocarnos también a nosotros ante esos segundos ya convertidos en eternos, pese a su aparente intrascendencia, frente a esos gorriones que nos acompañan en cualquier terraza moviéndose entre la casualidad y la inocencia. «Los días no son ya tiempo sino palabras», escribe Felipe Benítez Reyes en el poema de su sesenta cumpleaños, y son esas palabras, precisamente, el salvoconducto para seguir navegando, para seguir estableciendo nuevos horizontes y convertir al navegante en el visitante de otras geografías como esa habitual presencia en sus poemarios de Lisboa, aquí a través de dos sublimes poemas vinculados a Pessoa, poeta fingidor, Bernardo Soares que cuadra las cuentas de una vida que son muchas, entre lunas y abismos sin fondo. Pero también están Venecia, Úbeda o Itálica hecha Venus, itinerarios de la emoción, incapaces de contenerse entre las paredes de un estudio que contiene multitudes, como aquel canto de Walt Whitman.

En esta ocasión las briznas de hierba son arena y mar, pero también temores y dudas ante el medir de los relojes detenidos, ante la evocación de un tiempo que se escurre entre nuestros dedos como un reloj de arena con cada vez menos granos. Los espejos que nos han convocado en poemarios anteriores de Felipe Benítez Reyes ahora ceden su protagonismo a las lunas, lunas que menguan, lunas que palidecen y ceden su brillo a una noche cada vez más lóbrega, a una noche solo salvada desde la memoria como conjuro eterno frente al olvido donde los sonidos de las máquinas de escribir forjarán las palabras que nos explican, las que nos recuerdan lo que somos, pero sobre todo, lo que dejamos de ser.

 

 

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 18/12/2021




sábado, 18 de decembro de 2021

Novos cinemas. Novos soños

 

[Foguetes verdes]

Unha nova edición do Festival Novos Cinemas recupera para Pontevedra unha cita clave non só como referente cultural senón como medio educativo e de posicionamento da cidade.



VOLVE a escurecerse o patio de butacas do Teatro Principal. Volve a iluminarse a súa gran pantalla para acoller as propostas fílmicas dunha chea de nomes, ao mellor descoñecidos para o gran público, pero cun enorme talento que lles servirá, en pouco tempo, como pasaporte para conquistar as pantallas dos mellores cines e festivais do mundo. Porque esa é precisamente a intelixente e singular aposta do Festival Internacional de Cinema de Pontevedra Novos Cinemas, a de abrir novas xanelas ao mundo a través das miradas de xente que comeza neste complexo universo do cine. Unha programación que amosa non só as capacidades dos seus protagonistas, senón ilusións e soños. Moitos deles transmítense a un público cada vez máis cómplice coa metodoloxía deste Festival que pinga a pinga está a formar todo un océano de espectadores que non renuncian a formar parte desas linguaxes que explican o mundo dende a fasquía das imaxes.

Achegarse ata o domingo ás diferentes seccións, ou aos seus encontros e talleres, supón compartir toda unha rede que medra arredor dese milagre que se atopa tras ese raio de luz que racha a escuridade e impacta nunha pantalla branca, e que ano tras ano espállase por todo o mundo coa presenza de directores e membros dos xurados procedentes de diferentes países e pertencentes a prestixiosas institucións relacionadas con este medio e que dende o seu paso pola nosa cidade acóllena como unha parte máis das súas expectativas vitais e profesionais.

Redes que tamén se tecen na nosa contorna e que se prolongan máis alá da programación que durante estes días asoma polos medios de comunicación e que forman parte dun traballo aínda máis de vagar que é o que se desenvolve en centros de ensino, achegándolle o cinema aos máis cativos, aos que teñen aínda que familiarizarse cun xeito de comunicación e unha estética que os acompañará ao longo da súa vida, e que os plans de estudo seguen a desprezar de maneira oficial como parte da súa educación. Ver as imaxes desas aulas con membros do Festival falando de cine con nenos e nenas ou as que xorden da presenza de estudantes da nosa cidade no Teatro Principal, acompañados por directores e directoras que amosan o seu traballo, explicándoo e dando a coñecer o seu xeito de ver o mundo, é algo impagable para todo proxecto cultural, e tamén para quen o apoia, para unhas institucións como Universidade, Concello, Deputación e Xunta de Galicia que, xuntos (mágoa que non actúen así en máis eidos da nosa sociedade), defenden e proxectan a cultura como un xeito responsable de xerar mentes críticas con nós mesmos e iso, xustamente, nun momento de balbordo e desconcerto como o que estamos a vivir, que é cando máis se precisan.

Ese apoio, xunto ao dos diferentes patrocinadores, é fundamental para que os organizadores, nomeadamente Dani Froiz, Suso Novás, como directores do mesmo, ou a imprescindible Andrea Villa, no seu labor de coordinación, sigan a propoñer e achegar ata nós obras e nomes para fornecer esta rede fílmica de seis edicións, que en realidade son sete, e que cada ano nos deixa momentos inesquecibles, como o da inauguración da man de Marcos Nine e a súa ‘A Virxe Roxa’, ou os que viviremos na clausura con Chema García Ibarra, os encontros coa obra de María Perez Sanz, a clase maxistral de mañá con Jaime Pena e tantos e tantos fotogramas que farán destas xornadas de Novos Cinemas a conquista de novos soños, a conquista por todos da maxia da arte do cinema.

 


 

Publicado no Diario de Pontevedra 17/12/2021.

Foto: Presentación dunha proxección para escolares con Suso Novás e as directoras Sabela Iglesias e Adriana Villanueva (Gonzalo García) 

martes, 14 de decembro de 2021

Containers

 

[Foguetes verdes]

A cidade como observación permanente é a cerna da mostra de Manuel Quintana Martelo no MARCO de Vigo, nunha continua interrogación sobre as posibilidades da pintura



PERCORRER a exposición de Manuel Quintana Martelo no MARCO de Vigo supón entender cal é a máxima de todo pintor, que non é outra que afrontar o desafío que, de xeito permanente, a realidade pon ante os seus ollos. Un simple contedor, deses que atopamos todos os días polas nosas rúas, e aos que apenas lles prestamos atención, pode converterse nun exercicio inesgotable no que forma, luz ou cor, por citar algúns elementos da pintura, ofrecen todo un espectáculo para o espectador.

Dende que accedemos á mostra atopamos esa sensación de complicidade cun contexto urbano do que somos parte e que ofrece infinidade de lecturas sobre o que somos. O extenuante exercicio do apuntamento, a sinalización de horas e lugares, a repetición, unha e outra vez, ata dar co resultado que se busca, enfróntanos ao pintor ante a súa función de compoñer dende o seu pictoricismo, unha nova realidade, a desas formas caprichosas, a desas luces que se modifican de xeito permanente, a da constante interrogación do que acontece ao noso arredor e cómo esas formas son cada minuto diferentes, aínda que semellen ser as mesmas.

Aquel primeiro contedor que na madrileña rúa Marqués de Cubas convocou a Quintana Martelo foi o comezo dun desafío que chega ata hoxe, case dez anos despois. O realismo da pintura deste autor abandoaba de xeito decidido o estudio e recuperaba aquela vida da urbe que xa rexistrara na súa estadía en Nova York, nos anos noventa, co mobiliario urbano e as inesquecibles cabinas de teléfono. Aquel contedor contiña, ademais dun reto explícito convertido nunha epifanía creativa no que o feito de pintar imponse incluso á propia pintura como resultado, outros elementos que son frecuentes na preocupación do autor como un universo cun toque Pop, o feito de suliñar o plano por riba da ilusoria ventá pictórica e a condición de coverterse nun diario íntimo do real.

O comisario da mostra, Juan Manuel Bonet, o que fora director do Museo Reina Sofía e unha das referencias da crítica e o pensamento artístico nas últimas décadas, suliña, entre as diferentes bondades da obra de Quintana Martelo, a capacidade para dende a súa arte «descubrir un novo aspecto da cidade», e iso é xustamente o que todo pintor ten que facer, ou polo menos tentar acadar, o atopar novas miradas para o público, convertendo cada cadro non só nun desafío propio, senón en parte desa experiencia compartida que é a visión dun cadro polo espectador.

Todos estes contedores son un síntoma do noso tempo. Dese concepto de cidade en permanente estado de cambio, de edificios que medran, doutros que desaparecen, de rúas que se modifican, de espazos dunha urbe viva que nos reflicte. Este peón urbano convertido en pintor afrontou con todas estas obras unha esgotadora misión á que se viu requerido pola propia pintura que, como acontece en toda a súa obra, vólvese case fotografía por esa condición de rexistro do inmediato, de acollemento do real, con independencia da variedade de formatos e técnicas que aquí son tamén parte do desafío da realidade.

 

 


 

Publicado no Diario de Pontevedra 10/12/2021


luns, 13 de decembro de 2021

La ambición de ser feliz

 

[Ramonismo 93]

'Un día llegaré a Sagres’ nos muestra la inagotable fuerza narrativa de Nélida Piñón en un relato lleno de humanidad



LLEVABA quince años Nélida Piñón (Río de Janeiro, 1937), sin publicar una novela, pero sí dejándonos libros tan maravillosos como su ‘Libro de horas’ o ‘Una furtiva lágrima’, todos ellos, y como el que nos ocupa, ‘Un día llegaré a Sagres’, publicados en Alfaguara. Tras esos textos, llenos de recuerdos, de vivencias y cariños, muchos de ellos ligados a ese Cotobade de su familia emigrante y que tan firme sigue en ella, anclado como una irrenunciable patria, tanto en su alma como en su corazón. Pues ahora nos llega esta novela fascinante, que nos muestra a una mujer pletórica en cuanto al talento y la capacidad para narrar, para gestionar ese acto tan primario como necesario para el ser humano que no es otro que el de contar historias.

Un día llegaré a Sagres’ es también un compromiso con el ser humano, con los más débiles, aquellos desfavorecidos por una historia tan agradecida con los poderosos como injusta con quienes realmente la conforman. Seres anónimos que palidecen ante las grandes gestas de reyes y navegantes, en el caso de un Portugal en el que Nélida Piñón sitúa a un personaje que formará ya para siempre parte de la literatura, de su literatura, como es el caso de Mateus. Este hombre, nacido en la miseria, y que nunca la abandonará, fija su horizonte en Sagres, donde también hizo lo propio el Infante Enrique, que en su mente se convierte en una obsesión tras la educación recibida en su infancia en el norte de Portugal, a orillas del Miño.

La novela, por lo tanto, narra todo ese periplo vital y geográfico en el que Mateus, dotado para las letras, y la imaginación, parte cara el sur de su país, haciendo escala en Lisboa. Todo ese itinerario será un devenir de anécdotas y encuentros con diferentes personas que servirán tanto al protagonista como a la propia autora para reflexionar sobre la condición humana, sobre la condena que puede significar una vida, en función de donde hayas nacido, y como las posteriores conductas de las personas balizan todo ese camino, modificándolo, creando diferente meandros que ralentizan nuestra misión. Finalmente entendemos que todo en la vida es una búsqueda, la de esa ambición por ser feliz, por encontrar un hábitat en el que vivir de la mejor manera posible e intentando sortear esa «materia sucia» que llena nuestro mundo. Sucede hoy en día como también ocurría en los tiempos de este Mateus en un siglo XIX en el que la realidad de la vida se enfrentaba a toda una serie de conquistas sociales que a ciertos territorios llegaron con cuentagotas. Ante esa negrura de nuestra sociedad Nélida Piñón nos aporta la imaginación como dique de contención frente a aquello que nos puede arrastrar a la perdición y a lo que suma la capacidad de soñar, que, como escribe en este libro, haciendo un guiño a Cotobade, pronuncia un gallego, de nombre Xan, afirmando que «merecía más la pena soñar que vivir», como «fórmula para soportar la vida y compensar las penurias».

Mateus se mide en ese periplo con la humanidad desde su mirada sobre el Tajo lisboeta, pero también sobre los acantilados del Algarve. Portugal ha hecho de su horizonte marítimo una observación permanente de su destino, tanto del pasado como del futuro. Las gestas del infante Enrique y las palabras de un Camões que recorre toda esta novela como la figura mítica que narra una gesta que configura a toda una nación, son el relato paralelo a la vida de los desconocidos, a ese ser que solo anhela la felicidad, una caricia en el fin de sus días que sosiegue una infancia llena de dolor y frustración y al que la vida no ha dejado de poner un obstáculo tras otro.

Ese valor de la gente común, de la que se mueve por las calles de ciudades y pueblos, la que frecuenta tabernas y campos, la que no logra encontrar un lugar en los libros de historia, es el sustento de una vigorosa narración con la que Nélida Piñón muestra su amor por las personas, por una nación que le ha dado una lengua y la posibilidad de ser escritora. Una escritora que no deja de sorprender por su calidad y lucidez, sin atender al paso de los años, sin renunciar al viaje. Un día llegaré a Sagres...

 

 

Publicado na Revista. Diario de Pontevedra 11/12/2021


mércores, 8 de decembro de 2021

A luz de Ledicia

 

[Ramonismo 92]

'Golpes de Luz’ amosa a madurez creativa dunha autora que enguedella a mirada dos cativos coa dos adultos



SE ALGUNHA autora énchenos de ledicia cos seus golpes de luz esa é Ledicia Costas. Perdoen esta brincadeira das palabras, pero é moi complicado resistirse a non caer nela cando cada libro que xorde do maxín de Ledicia Costas convértese nunha luminosa obra que te abraia. E iso tanto dende o territorio da escrita dirixida á xente máis nova, como a que atende a esa xente adulta á que a creadora de ‘Escarlatina a cociñeira difunta’, lle propón, nos últimos anos, algúns dos textos máis sobranceiros da nosa literatura.

Así, tras o libro de relatos ‘Un animal chamado néboa’ e a novela ‘Infamia’, chega agora aos nosos andeis ‘Golpes de Luz’, como as anteriores editada en Xerais, ao tempo que en castelán podémola atopar na editorial Destino. Unha novela na que Ledicia Costas sobe un chanzo máis no seu desafío permanente á escrita, procurando novos camiños, explorando diferentes posibilidades dunha narrativa na que Ledicia Costas nunca deixa aos seus lectores indiferentes. Desta vez faino coa historia dunha familia na que interveñen tres voces, a dunha muller maior, no remate dos seus días; unha muller separada, e angustiada ante a súa situación vital; e un neno que vive nese ambiente e afastado do seu pai. Luz, Xulia e Sebas son esas tres miradas que nos levan a formar parte dun triángulo de emocións, de voces interiores que tentan ollar cara unha realidade nada sinxela para cada un deles, pero na que todos teñen que dar o mellor de si mesmos para poder saír adiante.

«As nais non choramos, as nais construímos diques» é unha das frases coas que Ledicia Costas consegue deter a nosa lectura, facer do lector un cómplice momentáneo que precisa dun tempo para calibrar o que hai no interior desas palabras en relación a unha novela na que se poñen de relevo todas esas cargas que se pousan nas costas das mulleres como por unha sentenza ancestral. A muller como soporte da familia na que recae todo o esforzo, o traballo máximo, máis tamén as desgrazas, son as que teñen que soportar por un designio divino. Unha ollada comprometida co feminino, pero tamén a ollada de Ledicia Costas diríxise cara diferentes problemáticas sociais que esnaquizaron e esnaquizan moitas familias ante a incomprensión da sociedade.

Temas como o consumo de drogas entre a xuventude dos anos oitenta e como o paso do tempo sepultou iso nun esquecemento colectivo, que non foi así na cerna das familias, amosa moitas persoas afectadas pola necesidade de ser escoitadas, de amosar, para sandar as súas feridas, as marcas invisíbeis daquel tempo. Sinais que emerxen en canto se remexe no que aconteceu, e Ledicia Costas remexe e remexe ben. Tamén a violencia de xénero amosa a súa faciana no relato como parte dos silencios que adoita xerar unha sociedade demasiado afeita a mirar cara outro lado ata que xa é tarde. E xunto a eles, unha terceira problemática, a do coidado das persoas maiores, e cuxa soidade convértese para calquera sociedade do noso tempo nun dos asuntos que vai precisar máis altura de miras pero que nunha primeira resolución son, como non, as mulleres das familias as que teñen que afrontar esa situación.

Pero se algo consegue de xeito exemplar a autora nestes ‘Golpes de Luz’ é enguedellar o universo infantil, as súas miradas inocentes, as súas fantasías ou a necesidade de saber, co universo dos adultos, con todas esas sombras que tinxen as vidas dos nenos e das nenas incapaces aínda de xuntar as pezas que lles faltan, e que poucos adultos adican o tempo preciso para ensinarlles a colocalas de manera axeitada. Sebas, xunto cos seus compañeiros de colexio (un universo escolar que Ledicia Costas coñece ben polas súas constantes visitas a eses centros cos seus libros baixo o brazo) Noa e Guerreiro, son quen de xerar ao seu arredor todo un espazo incríblemente artellado pola autora, boa coñecedora dos territorios xuvenís, das súas lecturas, dos seus desexos e ata dos seus pensamentos. Nenos que miran cara os maiores e a súas sombras como aqueles nenos de ‘A noito do cazador’ o de ‘Matar un reiseñor’, filmes clásicos e de cuxas imaxes é imposíbel afastarse cando ambos mundos, o dos cativos e o dos adultos entran en colisión.

 

Publicado na Revista. Diario de Pontevedra 4/12/2021


venres, 3 de decembro de 2021

Memoria y vacío

 

[Foguetes verdes]

Los libros de Almudena Grandes han sido una muestra de su compromiso con el ser humano y ahora, tras su muerte, evidencian el valor de la cultura como catalizador de emociones.



Sus libros, recortados bajo un tenue y triste cielo de Madrid, erguidos en ofrenda final de los lectores hacia su autora, son el homenaje más hermoso que cualquier escritor puede lograr tras su muerte. Mejor que cualquier calle, biblioteca o título que dependa de las cuitas de la torpe política, la del rencor y el odio, la que es capaz de negar, a quien esbozó bajo ese mismo cielo de Madrid alguno de los mejores pasajes literarios de la ciudad, su ciudad, esos reconocimientos.

Almudena Grandes, luchadora, voz de los débiles, de aquellos a los que la historia ha defraudado demasiadas veces, ha vuelto a vencer cuando nos muestra así, a las claras, y sin tapujos, a quienes encarnan todo aquello contra lo que ella había escrito. ¡Hay que ser muy buena para conseguir eso! y para que PP, Vox y Ciudadanos (y sobre sus nombres pongo este dedo acusador para el resto de sus miserables días) se opongan a un sentir colectivo que puede ir desde el mero conocimiento a la admiración, y en cuyo arco caben muchos respetos hacia una obra literaria mayúscula en nuestra literatura. Es cierto que no pocos se sienten señalados en esos libros, por otra parte tan machadianos en la acepción más nítida de la palabra, la que indaga en la bondad del ser humano y la posibilidad de construirse desde la cultura, desde el conocimiento y, por añadidura, desde la alegría que supone la vida, la conquista de una felicidad imprescindible para toda persona.

De todo ello fue ejemplo la escritora madrileña. Se lo aseguro, porque la conocía bien, y no porque compartiera tiempo con ella o porque me hubiera dedicado alguno de los muchos libros que tengo, sino que si por algo conoces bien a un autor es por su obra. Por el diálogo, cada cierto tiempo, con sus libros, y si esos libros fueron y serán memoria, ahora Almudena Grandes es un inmenso vacío para los que sentimos esos textos como un atlas de la geografía humana en el que intentar situarnos para comprendernos de la mejor manera. Un abrigo que nos deja a la intemperie, sumidos en un dolor inesperado que solo encuentra sosiego en la reacción de la gente, en la cultura como un catalizador de emociones impagable, y donde esta alcanza todo el sentido como territorio desde el que resistir frente a esas cabezas que en este país prefieren embestir a pensar.

Todos aquellos volúmenes izados al viento, con sus páginas intentando liberarse para salir a volar, serán una de las imágenes del año. ¡Qué muera la muerte!, exclamó Joaquín Sabina, y aquellos lomos de sus libros, erizados por la rabia y el frío, son los títulos de ese triunfo que supone movilizar a tantas personas para compartir ese momento con quien había sido buena con ellos, con quien les había dado historias con las que gozar, contextos con los que emocionarse y personajes que les acompañarán durante sus vidas pero, sobre todo, les había regalado un compromiso con todos aquellos que se encontraron sumidos en el fango del olvido.

Finaliza Ángel González su poema ‘Mientras tú existas’ así: «bajo ese amor que crece y no se muere,/bajo ese amor que sigue y nunca se acaba». Otra lección de Almudena Grandes es que el amor nunca se acaba, tal y como escribió su cómplice de tantas veladas, aliado de tantas miradas hacia la felicidad de los que les rodeaban y que eran su propia felicidad. El amor a un equipo de fútbol, el amor a Galdós, el amor a ese Madrid roído por sus tristes gestores, el amor al compromiso cívico, el amor a la misma sangre, el amor a las mujeres a las que no dejaron ser, el amor a un hombre que besó y dejó un poemario sobre su vacío eterno helándonos el corazón.

 

Publicado en Diario de Pontevedra 3/12/2021