venres, 3 de decembro de 2021

Memoria y vacío

 

[Foguetes verdes]

Los libros de Almudena Grandes han sido una muestra de su compromiso con el ser humano y ahora, tras su muerte, evidencian el valor de la cultura como catalizador de emociones.



Sus libros, recortados bajo un tenue y triste cielo de Madrid, erguidos en ofrenda final de los lectores hacia su autora, son el homenaje más hermoso que cualquier escritor puede lograr tras su muerte. Mejor que cualquier calle, biblioteca o título que dependa de las cuitas de la torpe política, la del rencor y el odio, la que es capaz de negar, a quien esbozó bajo ese mismo cielo de Madrid alguno de los mejores pasajes literarios de la ciudad, su ciudad, esos reconocimientos.

Almudena Grandes, luchadora, voz de los débiles, de aquellos a los que la historia ha defraudado demasiadas veces, ha vuelto a vencer cuando nos muestra así, a las claras, y sin tapujos, a quienes encarnan todo aquello contra lo que ella había escrito. ¡Hay que ser muy buena para conseguir eso! y para que PP, Vox y Ciudadanos (y sobre sus nombres pongo este dedo acusador para el resto de sus miserables días) se opongan a un sentir colectivo que puede ir desde el mero conocimiento a la admiración, y en cuyo arco caben muchos respetos hacia una obra literaria mayúscula en nuestra literatura. Es cierto que no pocos se sienten señalados en esos libros, por otra parte tan machadianos en la acepción más nítida de la palabra, la que indaga en la bondad del ser humano y la posibilidad de construirse desde la cultura, desde el conocimiento y, por añadidura, desde la alegría que supone la vida, la conquista de una felicidad imprescindible para toda persona.

De todo ello fue ejemplo la escritora madrileña. Se lo aseguro, porque la conocía bien, y no porque compartiera tiempo con ella o porque me hubiera dedicado alguno de los muchos libros que tengo, sino que si por algo conoces bien a un autor es por su obra. Por el diálogo, cada cierto tiempo, con sus libros, y si esos libros fueron y serán memoria, ahora Almudena Grandes es un inmenso vacío para los que sentimos esos textos como un atlas de la geografía humana en el que intentar situarnos para comprendernos de la mejor manera. Un abrigo que nos deja a la intemperie, sumidos en un dolor inesperado que solo encuentra sosiego en la reacción de la gente, en la cultura como un catalizador de emociones impagable, y donde esta alcanza todo el sentido como territorio desde el que resistir frente a esas cabezas que en este país prefieren embestir a pensar.

Todos aquellos volúmenes izados al viento, con sus páginas intentando liberarse para salir a volar, serán una de las imágenes del año. ¡Qué muera la muerte!, exclamó Joaquín Sabina, y aquellos lomos de sus libros, erizados por la rabia y el frío, son los títulos de ese triunfo que supone movilizar a tantas personas para compartir ese momento con quien había sido buena con ellos, con quien les había dado historias con las que gozar, contextos con los que emocionarse y personajes que les acompañarán durante sus vidas pero, sobre todo, les había regalado un compromiso con todos aquellos que se encontraron sumidos en el fango del olvido.

Finaliza Ángel González su poema ‘Mientras tú existas’ así: «bajo ese amor que crece y no se muere,/bajo ese amor que sigue y nunca se acaba». Otra lección de Almudena Grandes es que el amor nunca se acaba, tal y como escribió su cómplice de tantas veladas, aliado de tantas miradas hacia la felicidad de los que les rodeaban y que eran su propia felicidad. El amor a un equipo de fútbol, el amor a Galdós, el amor a ese Madrid roído por sus tristes gestores, el amor al compromiso cívico, el amor a la misma sangre, el amor a las mujeres a las que no dejaron ser, el amor a un hombre que besó y dejó un poemario sobre su vacío eterno helándonos el corazón.

 

Publicado en Diario de Pontevedra 3/12/2021

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