mércores, 2 de xaneiro de 2013

Descubriendo a María Blanchard


La obra de María Blanchard (Cabezón de la Sal, Santander, 1881- París, 1932) configura una de las grandes exposiciones que nos invitan a recorrer Madrid. Entre Gauguin y Van Dyck emerge en el panorama expositivo de la capital con la fuerza de lo inesperado. Asoma así una tan necesaria como brillante exposición que busca reinvindicar el papel de esta mujer en un mundo de hombres, que se instaló en París y se empapó de una modernidad que se transformó en el arte que hoy nos convoca. Figuración y cubismo que la sitúan en la cima de nuestra pintura. 
 
Parece como si toda la atención expositiva madrileña se concentrase en la gran exposición que en el Museo Thyssen se exhibe sobre Paul Gauguin, solo en competencia con la de Van Dyck en la acera de enfrente, es decir, en el Museo del Prado. Pero tras recorrer las salas que en la tercera planta del Museo Reina Sofía se le dedican a María Blanchard reconocemos en esta exposición una calidad comparable, cuando menos, a las dos anteriores
De vez en cuando surgen convocatorias en las que de alguna manera, casi siempre de forma tangencial, se presta atención a la obra de esta menuda mujer, así sucedió en 1985 en la Bienal de Arte de Pontevedra, pero nunca se había realizado una aproximación de esta dimensión a una obra que en gran medida es desconocida y que sirve para reformular ese trabajo en igualdad de condiciones a la de otros creadores de aquel febril momento que le tocó vivir en las décadas iniciales del siglo XX. La verdad es que ante estas piezas no se sabría que destacar más, si las obras en las que la figuración toma un papel protagonista, claramente engarzada con lo que se llamó en la Europa de vanguardias vuelta al orden, expresado en la Nueva Objetividad, al rescatar la figuración como un clamor humano tras la desesperación de la Primera Guerra Mundial y ante las primeras experiencias de la abstracción. O la otra gran vertiente del trabajo de María Blanchard, la que se origina desde el campo del cubismo, deudor de las aportaciones de Picasso y Juan Gris, sobremanera de este último con quien mantuvo una estrecha amistad.
Ambas direcciones nos conducen hacia una extraordinaria pintora que en vida estuvo condicionada por su físico, marcada por una deformidad de nacimiento. Ella, que tanto reclamaba la belleza, tuvo que arrastrar una carga que la marcó durante su breve vida.
Su trabajo llamó la atención de Ramón Gómez de la Serna quien se refirió a ella así: “Menudita, con su pelo castaño despeinado en flotantes ‘Abuelos’, con su mirada de niña, mirada susurrante de pájaro con triste alegría”. Desde muy joven notó un constante rechazo por lo que cada vez más se iba apartando de una cruel sociedad, buscando refugio en la pintura. Con una beca marcha por un breve tiempo a París en 1909, para regresar de manera definitiva en 1915. Allí convive y se relaciona con lo que significa ese París de los años 20. Un rastro que seguimos al recorrer las salas dispuestas en el MNCARS donde no dejamos de fascinarnos tanto por ese redescubrimiento de la figuración, como por una impresionante colección de obras cubistas cada una de ellas mejor que la anterior, con las que descubres a una mujer artista y a la que la historia se empeñó en ocultar. Bienvenida sea.
 
Publicado en Diario de Pontevedra 30/12/2012

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