luns, 9 de marzo de 2015

La vida bajo la superficie



No son pocos los lectores que en su petate de libros inolvidables acogen ‘La lluvia amarilla’ de Julio Llamazares. Una historia de soledades en un pueblo abocado al abandono. Pero sobre todo un relato estremecedor lleno de fuerza y que constantemente es capaz de erizarte el vello. Ahora llega a todos nosotros un nuevo libro de este autor que participa de mucho de lo que había llovido en aquella obra, al hablarnos de desesperanzas, de vidas en constante huida, de un territorio físico pero también humano, y sobre todo, de una memoria, imprescindible para seguir siendo lo que somos, o por lo menos el asidero de lo que deberíamos ser.
‘Distintas formas de mirar el agua’ es otro relato de pellizco, de esos que pocos como Julio Llamazares son quien de articular, y del que no hace demasiado  tiempo ya nos dejara otro libro repleto de instantes de ese tipo, como fue ‘Las lágrimas de San Lorenzo’. Libros sujetos a la familia como itinerario vital, como escaparate de presencias y escapulario de las ausencias que, cuando se entremezclan, se erigen en una emoción que el lector siente como suya.
El libro se articula alrededor de diferente voces, de diferentes nombres que arrastran el peso y el latir de sus familias y su vínculo con un territorio geográfico sepultado bajo las aguas de uno de aquellos embalses que el franquismo acuñó como parte de su política. Esas voces son nombres propios y a partir de cada uno de ellos descubriremos cómo esa marcha hacia otro lugar, hacia un exilio forzoso, de un fortísimo impacto inicial, se mantiene firme hasta nuestros días, o hasta esos días que son los que se muestran en el libro, en los que los miembros de cada una de esas familias acuden de regreso al embalse para  arrojar en él las cenizas de un fallecido y también, porque no decirlo, para exorcizar muchos de los demonios que siempre rondan a los clanes.
Todas ellas son formas de mirar la vida bajo la superficie, de vaciar ese embalse que sepultó miles de historias tapiando así la senda del pasado y convirtiéndola en otro fluido, este mucho más caprichoso, como es la memoria y a la que necesitamos volver para explicarnos, para entender los hilos que articulan a una familia y como ellos van entrelazando a sus miembros. Para todo ello Julio Llamazares vuelve a convocarnos desde su inagotable manera de escribir, en su perfecta hilazón con todo ese espectro vital que aquí se esconde en la parte de atrás de un espejo, en una profundidad a la que solo desde la muerte parece que volvemos a tener la valentía para enfrentarnos a ella. Una prueba de fuego que finalmente se resuelve desde su propio final, desde esa meta que supone volver a hincar los pies en el límite entre el agua y la tierra, entre dos mundos unidos por la palabra y la memoria para entender que sus protagonistas nunca se habían marchado de allí y que allí estaban ellos y los que les sucedieron.





Publicado en Diario de Pontevedra y El Progreso de Lugo 8/03/2015

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