sábado, 10 de outubro de 2015

Retratos



VEO LAS  imágenes que prensa y televisión nos han ofrecido durante esta semana sobre la espectacular exposición dedicada en la National Gallery de Londres a los Retratos realizados por Goya y no puedo dejar de pensar en cómo Goya se hubiera enfrentado a los retratos de la España actual. En cómo, desde el talento de su pintura, hubiera captado los matices que cada persona posee en su interior para ofrecernos un panorama especular de un tiempo tan distinto al suyo.
Con la Monarquía en plena retirada; la clase política rindiendo cuentas con la justicia y con ellos mismos, haciéndolo también ante un pueblo que cada vez más abre la boca para el pasmo y el grito; y los ilustrados de la cultura, entre la zozobra y el acoso del IVA, Goya hubiera sacado punta a sus lápices y ajustado los colores de sus pinceles para mostrar como el león de España afila sus garras para rasgarse a sí mismo, para herirse en el ruido continuo y en la distracción permanente.
No lo hubiera tenido fácil para capturar a los Borbones de hoy en un cuadro. Ahí tienen a Antonio López que veinte años después de su encargo nos ofrece a una familia absolutamente distante de lo que es hoy en día. Congelada en los tiempos de la felicidad antes de su desintegración. Me encantaría ver como Goya retrataba a Letizia entre los restos del naufragio o cómo plasmaría el rastro viscoso de cuñados sobre el lienzo, qué ingredientes incluiría para definir sus papeles o cómo pintaría a un Juan Carlos I orillado por Felipe VI en una sucesión antinatura en el ecosistema monárquico.
Menos aún se puede pensar en Goya ante el disparate político nacional. ¡Vaya semana! Con un caballete en permanente estado de agitación por el que intentaría atrapar a unos y a otros, así como a los fantasmas del pasado con bigote que cada cierto tiempo se suelen aparecer para agitar el avispero. Ex presidentes en Consejos de Administración, ex ministros con las carteras llenas o en dadivosos puestos, incapaces todos de desprenderse del terciopelo ajado de la política. Cómo se reflejaría al indolente Rajoy, al frugal Pedro Sánchez, al envalentonado Albert Rivera, al expectante Pablo Iglesias a los danzarines Miquel Iceta o Soraya Sáez de Santamaría, o a todo ese Senado atiborrado de avejentados anónimos para el pueblo pero con costosos salarios.
El sueño de la razón produce monstruos y aquí los monstruos se producen sin razón mientras el sueño cada vez nos acecha a todos, agotados por una élite que ya ha sobrepasado todo el crédito surgido de una Transición que de tanto sobarla se ha quedado sin brillo alguno. No duden que Goya acabaría repitiendo su encierro final en la Quinta del Sordo alejándose, hastiado y derrotado, de una España así, repleta de medianías y sobre todo, y eso es lo más triste, incapaz de valorarse lo suficiente desde el potencial de sus individuos, cada vez más sometidos a las indolencias y crueldades de sus gobernantes y de un sistema que cercena cualquier esperanza, cualquier futuro. Menuda carpeta haría don Francisco de nuevos Caprichos, aunque no se crean que sería muy diferente de la realizada en el cambio del siglo XVIII al XIX. Si tienen ocasión revisen algunos de esos grabados, vean sus imágenes, lean sus títulos y comentarios manuscritos y les aseguro que enseguida los adoptarán como válidos para nuestro tiempo. Charlatanes, engreídos, atemorizadores, egoístas, despreciadores, desvergonzados, incultos, pillos, avaros, inútiles, vagos... todos ellos desfilan como parte de esa sociedad disfrazada de modernidad que tan bien captó el aragonés. ¿Es tan distinta la España de hoy de la de entonces?
Esta exposición, que ha logrado reunir 70 de los mejores retratos de la Historia del Arte, y prácticamente la mitad de los realizados por el pintor, sirve para reconocer también su valentía y audacia a la hora de afrontar el retrato. Poco le importaba a Goya el alabar al retratado, su facilidad para la introspección psicológica le hacía poner los pies entre una cierta corrección formal y una ironía que no rehuía cuando se enfrentaba a algún personaje que no era de su agrado. Entre eso y las iconografías que se iban desperdigando a lo largo del lienzo en forma de objetos o símbolos, por supuesto ilegibles para el pagador, Goya se convirtió en un pintor deslumbrante, surgido del tiempo de las luces para repeler tantas y tantas sombras como se posaron a su alrededor. Ya solo nos queda imaginar cómo afrontaría las sombras del hoy, aunque quizás, para ello, tan solo fuese necesaria la solitaria cabeza de un perro semihundido en la arena.


Publicado en Diario de Pontevedra 10/10/2015

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