xoves, 2 de maio de 2019

Azar y silencio

 ‘Todo lo demás era silencio’ es la primera novela de Manuel de Lorenzo. Un íntimo relato sobre la necesidad de los recuerdos


SE ADIVINA ENTRE los renglones de la primera novela de Manuel de Lorenzo la densidad de un silencio que envuelve el pasado y los recuerdos que quedan en él como un misterioso salvavidas al que retornar cuando la vida nos los solicita. Ese regreso puede suponer muchas cosas, una recuperación del tiempo perdido, una visita a la felicidad o, como en este caso, la necesidad de saldar una cuenta con uno mismo cuando las cosas pintan mal.
Manuel de Lorenzo (Ourense, 1981) acostumbra presentarnos en estas mismas páginas diarias sus artículos repletos de una efervescencia que baliza la vida desde una óptica personal que es la que los barniza con ese puntito de genialidad con el que suelen coquetear muchos de ellos. La vida bajo la pluma de un opinador en prensa lo convierte en un entomólogo que, lejos del cientifismo, lo fía todo a la experiencia y al recuerdo, poderosas máquinas para que la vida luzca mucho mejor que cuando todo aquello sucedió.
Con ‘Todo lo demás era silencio’, editado por Suma de letras, el autor debuta en la ficción, pero lo hace como en sus artículos, tomando la vida a puñados, haciendo de este discurrir por el mundo un itinerario narrativo colmado de emociones, de subidas y bajadas, tan intensas que, en el momento que encadenas un par de páginas, la historia te ha capturado y ya formas parte de ese silencio en el que el lector puede, como si estuviese colocado ante el brocal de un pozo, arrojar un guijarro para escuchar como su propia vida destroza ese silencio. Todos somos presos de nuestros silencios.
Lucía y Julián están juntos desde hace años y viven su amor como parte de un destino feliz, sin contratiempo alguno, en el que buscar unos geranios para adornar una nueva vivienda o gozar de una mañana de domingo repleta de cotidianas lentitudes son el cauce preciso para su tranquila vida en común. Pero el azar, la vida que pende de un hilo, tal y como se titula esta sección, en honor al gran Edgar Neville y su película ‘La vida en un hilo’, en la que se habla de cómo cambian nuestras vidas en función de una u otra decisión tomada en un instante determinado, aparentemente intrascendente, hace que todo sufra un volteo que cambiará esa idílica situación de pareja por un permanente estado de desasosiego.
Capturar esa atmósfera, envolvernos en esa turbadora situación es el gran aporte de Manuel de Lorenzo a la novela. El hermetismo concentrado en sus protagonistas, con la suma de uno de sus vecinos, es el que no te distrae un ápice de su voluntad narrativa. Desde esa asepsia de personajes que impide que se crucen otras historias, el relato fluye y permite al lector una relación de extrema intensidad, y hasta cómplice con lo que sucede, como la propia introspección sobre lo que se nos cuenta. Es decir cómo esa situación límite nos lleva a mirar en nuestro propio interior en la búsqueda de esos silencios que los diferentes estratos de una vida van depositando en anteriores sedimentos y que pensábamos superados, pero que están ahí, como una memoria latente que en un momento concreto exige su recuperación. Esa vuelta al pasado lleva a los protagonistas a un paisaje de la infancia, a una aldea gallega en la que la inocencia también ha estado en hibernación. Una patria sin banderas que se necesita pisar para sentirse vivos, para entender lo que somos y lo que es realmente importante para nuestra configuración como seres humanos. Entre senderos por un bosque o a la orilla de un río de aguas frescas y puras aquellos geranios urbanos carecen de sentido y se marchitan entre las veleidades de la vida diaria.
De relevancia son también dos cuestiones que sujetan la intensidad del relato. Por un lado la disposición de los capítulos, el engranaje que responde a un meditado proceso de elaboración del que el autor sale bien parado, porque de esa manera, en el cómo se articulan los fragmentos de la historia, surge su emoción, en el uso de la elipsis, en la disposición de los escenarios, y en gestionar la sensación de que es la propia vida la que escribe la historia; y por otro, dentro de esa depuración, el lenguaje exprimido y concentrado, sin artificios ni interferencias, realza esa sensación de que estas palabras son lo único que puede explicar lo que es el silencio.



Publicado en Diario de Pontevedra 1/05/2019


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