luns, 6 de xuño de 2022

Imaginar es salud

 

[Ramonismo 113]

Lo vivido en la pandemia lleva a José María Merino a armar un lúcido libro sobre nuestro tiempo y el Renacimiento



Como un acto de resistencia frente a la realidad es como podemos definir de manera rápida el nuevo libro de José María Merino, ‘La novela posible’, editado por Alfaguara. Un frente de resistencia ante un mundo que nos rodea de muerte y dolor durante la pandemia de una manera pocas veces vista en un tiempo en el que pensábamos que éramos invencibles. Pero llegó el covid y con él una serie de medidas que nos obligaron a un encierro forzoso en el que este Premio Nacional de las Letras encontró un firme anclaje a la vida en la escritura y, por supuesto, en la imaginación, que se rebela en el libro como un bálsamo de Fierabrás, absolutamente imprescindible cuando la vida se pone peliaguda.

En ‘La novela posible’ José María Merino trenza tres historias desde su encierro domiciliario. La primera la de la pintora Sofonisba Anguissola, una mujer (y como tal muy desconocida) con unas dotes extraordinarias para el arte pictórico, presente en la corte de Felipe II y con una larga vida absolutamente novelesca de la que el autor de origen gallego se adentra en su biografía. La segunda, la de una mujer en un momento de ruptura amorosa con su pareja y cuya vida observa desde su balcón y, en tercer lugar, la descripción de su propio confinamiento, en el que, como en un diario de a bordo, se relacionan tanto sucesos de la vida personal como de la actualidad de un país aturdido ante los acontecimientos.

Tenemos, por lo tanto, un planteamiento aparentemente complejo, de saltos temporales, de historias que se mueven en ámbitos diferentes, pero cuya resolución José María Merino maneja con una maestría y, sobre todo, con una inteligencia que, como es habitual en sus relatos, sirve para colocarnos ante nuestro retrato colectivo. Todo ello entre dudas sobre el propio proceso de escritura de la que se intuye como una novela posible y que, finalmente, se convierte en realidad, a base de limar asperezas con ese tiempo del Renacimiento aparentemente tan lejano pero que, simbolizado en esa mujer dotada de tan altas capacidades para la pintura y para la observación de la vida, poco a poco se van fundiendo casi en una misma identidad.

Ahí será donde un elemento es firme asidero para ambos, pero que José María Merino, como un Alonso Quijano rodeado de gigantes de largos brazos, convierte en su armadura para hacer frente a la realidad. Me refiero a la imaginación, esa que le lleva entre cifras de contagios y muertos a crear pequeños cuentos que, como cápsulas de distracción, se convierten en medicina ante el virus, el de la propia enfermedad y el infiltrado en una sociedad en la que demasiadas noticias falsas y políticos obtusos crean un campo minado para la esperanza en el ser humano y donde lo mejor es la evasión. Mirar desde un balcón cómo este páramo humano se desenvuelve, observar cómo una mujer descubre que el amor no siempre es lo que parece, o donde un académico nos ilumina con sus conocimientos sobre Cervantes o Galdós pero, sobre todo, donde sentimos cómo nuestras vidas se han visto detenidas con mayor o menor fortuna.

 

 

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 21/05/2022


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