martes, 7 de marzo de 2023

Geografía humana

 

[Ramonismo 141]

Víctimas de un territorio, ‘La tercera clase’ pone voz a varios protagonistas en un proceso vital de formación personal



FRENTE a Doñana, en el estuario del Guadalquivir, Sanlúcar de Barrameda tiene, en esa confluencia de aguas dulces y saladas, un lugar que su vecino Caballero Bonald constituyó casi en un espacio mítico llamado Argónida.

Ahora, otro autor imbricado en ese mismo paisaje, Pablo Gutiérrez (Huelva, 1978), nos trae otro relato ‘La tercera clase’, editado por La Navaja Suiza, en el que la configuración también de una geografía, que en este caso se decanta más por el paisaje humano que por el físico, aún cuando éste define y marca muchas de las acciones y actividades que marcan la vida de los protagonistas de este libro en el que varias voces ponen el foco en un momento coincidente de sus vidas. Un periodo de una enorme intensidad, como es la adolescencia, siempre marcada por lo que sucede en unas vidas en las que casa, calle e instituto configuran un triángulo en el que las experiencias, los descubrimientos, en definitiva, las tensiones, se suceden de manera vertiginosa.

Pablo Gutiérrez nos propone adentrarnos en esa marisma de personas, de alumnos y profesores, de padres y vecinos que en un entorno tan determinado, con una fuerte componente social y de desarraigo económico que marca la existencia de todos ellos y define buena parte de lo que sucederá en sus vidas, las vidas de esa tercera clase. A ese futuro no llegamos porque Pablo Gutiérrez hace una novela de presente, en la que todo se sucede desde las miradas y las voces de los personajes principales a los que concede el autor la palabra para poder ver ese presente desde su propia percepción. Todo un desafío que no es nada sencillo y del que el autor sale más que airoso en esta novela en la que rápidamente el lector se siente casi como uno más en toda esa colmena, como si asomados a la ventana de nuestro hogar observásemos en la plaza a todos ellos dirimiendo sus cuitas de amores, de heridas e ilusiones, sus aventuras en el instituto, y como todo eso se proyecta en su proceso de crecimiento personal. Pero desde esa ventana también vemos los movimientos sospechosos alrededor del hachís, economía sumergida de ese territorio que, una vez más, reclama su atención como protagonista de la novela. Y lo hace no solo desde el sabor de sus pescados, sino también desde esas situaciones delictivas que generan demasiadas tentaciones, precisamente en quienes la tentación es una de sus motivaciones vitales. Y ahí no solo lo puramente narrativo tiene su interés sino que el propio autor nos transmite una serie de reflexiones sobre esas situaciones que marcan tanto a un conglomerado humano y sobre cómo se podría gestionar.

Con todo, lo más interesante de ‘La tercera clase’ es todo el universo de relaciones que se genera entre sus protagonistas, cómo las acciones, incluso las más inocentes y aparentemente inofensivas, constituyen todo un terremoto en cada uno de ellos, cuánto más cuando los acontecimientos incrementan su gravedad hasta el extremo. Es entonces cuando el propio autor aumenta ese abanico de sentimientos y entra el estupor, la reflexión e incluso entendemos como ese proceso de crecimiento entra en un tiempo de progresión.

Hablaba antes de tentaciones y entre esas tentaciones si hay una que como un reactivo en un experimento todo lo muda es el amor, capaz de joderlo todo, como escribe el propio autor. Ese sí que es un auténtico terremoto cuando llega en esas edades, cuando son varios los actores que forman parte de una misma tensión y cuando las miradas se convierten en un auténtico combate de los afectos que, muchas veces, es el sustituto único de la ausencia de esos mismos afectos en el ámbito familiar. Con todo esto nos seduce Pablo Gutiérrez, en gran parte por su destreza para narrar, para hacer del lenguaje otro de los activos del texto. Desenfadado, fresco, pero que también se engarza con otros elementos que, propios de nuestro sustrato cultural, sirven como anclaje de la memoria, como red que sujeta nuestro tiempo con unos referentes que muchas veces solemos tensionar desde nuestra incapacidad para respetar ese pasado y aprovechar sus lecciones.

Está claro que este profesor de Literatura en un instituto de Sanlúcar de Barrameda ha hecho buen acopio de materiales en sus jornadas laborales, y es que pocos ecosistemas tan inspiradores e intensos como las aulas y pasillos de un instituto, con alumnos y profesores en permanente estado de agitación y donde lo humano y sus infinitos factores no dejan de generar el sustrato necesario para que la mitología de Argónida siga creciendo, no solo año a año, sino también, curso a curso, persona a persona.



Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 28/01/2023

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