martes, 23 de maio de 2023

Voces de una estirpe

 

[Ramonismo 152]

Tras la muerte las ausencias nos acompañan como un coro de voces a través del cual Elvira Navarro hila su novela



CADA vez se hace más complicado encontrar relatos que te sorprendan, textos que te conmueven y en los que reconozcas que hay un intento por adentrarse en nuevos caminos o, por lo menos, por proponer lecturas diferentes a las habituales. ‘Las voces de Adriana’ (Random House), vuelve a situar a Elvira Navarro en esa posibilidad que ya conocíamos a lo largo de su trayectoria literaria, la de la búsqueda, la de explorar un territorio en el que contar, aunque sea algo ya narrado, como sucede con los grandes temas de la humanidad,  cualquier situación de una manera que se aferre al lector, que le lleve a pensar sobre el porqué de plantear una historia de una determinada forma sobre la que seguir pensando, incluso días después de haber cerrado el libro.

Esta nueva novela, por lo tanto, viene a sumarse a títulos bajo este mismo sello editorial, como ‘La isla de los conejos’ o ‘La trabajadora’, en los que Elvira Navarro nos ubica de igual manera ante ese tipo de escritos sumamente arriesgados pero que, tras su lectura, se convierten en esos relatos con los que el lector disfruta al verse interpelado como parte activa del texto e incluso como parte de la propuesta. En ‘Las voces de Adriana’ su autora se convierte en el eco de las voces de una estirpe, palabras que quedaron suspendidas en su entorno, tanto en lo íntimo como en lo físico, y desde las que ella misma busca entender toda esa genealogía que la conforma.

Dividida en tres partes: el padre, la casa y las voces, cada una de ellas se muestra como una singularidad, como la posibilidad de convertir esos distintos territorios en la gestión de los diferentes tiempos de pérdidas y desencuentros, ofreciendo cada uno de ellos una suerte de radiografía de lo vivido que, en muchos casos, se superpondrán unas con otras para componer el retrato completo de lo sucedido. La profunda reflexión sobre el duelo convive también con otro tipo de pensamientos alrededor de las nuevas disposiciones tecnológicas, las redes sociales y cómo eso ha venido en muchas ocasiones a sustituir un contacto físico o una manera de relacionarse que nos habla de un tiempo en extinción. Y es que esta novela creo que tiene mucho de eso, de la pérdida, sin duda individual, pero también colectiva, es decir de una época que llega a su final mientras convive con el inicio de otra en la que la piel, lo físico, parecen verse superados por otro tipo de identidades cuyas consecuencias quizás aún no estemos preparados para enunciar en todos sus extremos.

Elvira Navarro no rehuye la tensión, el indagar en ese pasado con una profunda huella femenina que desde las figuras de la abuela y la madre, así como todo su contexto vital, se posicionan frente a la escritora como el reconocimiento de una identidad a la que es necesario mirar a los ojos, aunque esa observación nos conduzca a agitar fantasmas, espectros que todavía hoy imaginamos revolotean alrededor de quien los invoca para darle forma a un texto tan complejo de establecer. En él confluyen también toda una serie de tensiones que nos podemos encontrar cualquiera de nosotros en nuestro contexto familiar, sobre todo cuando el tiempo se va limitando para aquellos que nos acompañan y que en nuestra mano está cuidar y entender: soledad, dependencia, cuidados, miedos, inseguridades... se van colmatando alrededor de nuestras vidas y no siempre son sencillas de rastrear desde uno mismo. Ejerce aquí, por lo tanto, la literatura una de sus virtudes, la de poner ante nosotros toda una serie de huellas de lo humano sobre las que medir nuestras propias pisadas. Relatos que parecen individuales, propios, pero que se abren a una sociedad con todavía muchas taras en ese tipo de situaciones y de relaciones entre las personas.

Todas esas voces hablan de sus protagonistas, pero también lo hacen de todos nosotros, y de cómo la literatura puede abarcar ese ámbito de lo contradictorio. «El sentido de la literatura es lo que me han enseñado que es el sentido, con sus correspondientes negaciones. Cada cosa contiene a su contrario», leemos en una de las páginas del libro, y en ese ámbito de lo contradictorio es donde se define este libro que habla de seres humanos, que es lo mismo que hacerlo de contradicciones y donde la mejor manera de resolverlas o cuando menos, de intentar apaciguarlas, es mirar hacia el contexto en el que hemos crecido y nos hemos formado. Elvira Navarro lo hace de manera firme, brillante en forma y fondo y así esas voces llegan a nosotros para ser no sólo las voces de Adriana sino las voces de cada uno de nosotros.



Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 22/04/2023

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