domingo, 20 de abril de 2014

El olor de las almendras amargas



Dicen que se ha muerto Gabriel García Márquez. Dicen que el escritor colombiano afincado en México, nacido en Aracataca, con Cuba como patio de juegos, que vivía en el D.F. desde 1975 y creador de un territorio llamado Macondo, no volverá a escribir una sola palabra alrededor de esa geografía física y humana que sobre sus hombros se ha ido sustentando a lo largo de los años. Dicen que la página que solía escribir diariamente ya no volverá a completarse con sus sones latinos y sus colores cálidos, dicen que sus lecciones de periodismo se han acabado y que no volverá a ‘mamar gallo’ con los que le rodean. Dicen que Gabo ha muerto.
No saben todos estos incautos que un escritor nunca se muere, menos todavía una figura como la de este hombre en la que se contiene la mejor literatura latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX (con permiso de Mario Vargas Llosa, y abandono ya este fangoso asunto), continente que supo reivindicar y poner en valor ante un mundo que apenas le reconocía valor alguno. Cincuenta años que nos han dejado textos que nos han acompañado y acompañarán (¡ven como no se ha muerto!) durante el resto de nuestras vidas. Fascinantes narraciones que han sabido beber del mito y de la narración oral de su territorio natal y familiar para ir nutriéndose además con el ingrediente de la realidad que le aporta el resto del mundo a través de esa prensa que tanto amaba y en la que se forjaron, a partes iguales, su escritura y su pasión por el ser humano.
¿Cuántos Macondos hay dentro de su obra? Pues tantos como Macondos existen esparcidos a lo largo del planeta. Territorios mágicos que se evaden de lo real para construir un universo propio e irrepetible. Con cada una de sus novelas ha definido cada uno de esos territorios y los ha teñido del periodismo, del amor, de la nostalgia, de la muerte, de la vida… en definitiva, las novelas de Gabriel García Márquez son las músicas que alegran a sus lectores, los vallenatos a partir de los cuales aproximarnos a un espacio mental pero dotado de una fisicidad que casi podemos tocar, que roza lo legendario por lo que es capaz de lograr en quien coge uno de sus libros en las manos. Y para ello no hay más que ver lo que ha supuesto su fallecimiento para entender la dimensión de este escritor que, como pocos, ha llenado de reacciones páginas de periódicos, y horas de radio y televisión, lo nunca visto en una sociedad y en unos medios de comunicación cada vez más esquivos con la cultura.
Lo trabajado de su prosa, a la que dedicaba un mimo extremo en su creación, permite asomarnos a ese Caribe que emerge de sus libros como un gran río caudaloso en permanente crecida. Debido a ese afinamiento en la escritura es capaz de injerirnos en los ambientes de sus novelas, ambientes que finalmente nunca dejan de ser siempre el mismo, hasta el punto de compartir con sus personajes diferentes sensaciones: el calor que les envuelve, la humedad, los olores, el paso del tiempo, el dolor, la felicidad, la desesperanza, los latidos del corazón... Dentro ya de esas historias y dejándonos arrastrar por esa corriente de agua a través de las diferentes vidas de sus personajes, muchos de ellos son ya irremplazables dentro de nuestro imaginario literario, como los Aureliano Buendía, Melquíades, El coronel o Florentino Ariza y Fermina Daza, sintiendo desde esos vínculos como Gabriel García Márquez ha sabido involucrarnos en sus narraciones adhiriéndonos a una gigantesca y pegajosa tela de araña de la que ya no podremos escapar nunca, ni ganas que tenemos.
Adentrarse a través de ‘El coronel no tiene quien le escriba’, ‘Cien años de soledad’, ‘Crónica de una muerte anunciada’, ‘El amor en los tiempos del cólera’ o ‘El general en su laberinto’, quizás sus cinco obras más reconocidas, ofrece una intensidad y una experiencia que pocas veces se encuentra en la obra de otros autores. Y lo mejor de todo es que todavía nos quedan otros muchos relatos que fluyen alrededor de esta incontenible torrentera literaria para seguir descubriendo páginas y paisajes incomparables. Unas páginas que siempre se inician de la manera en que debe hacer un buen periodista, cogiendo a su lector por la pechera y levantándolo en alto. Con la muerte llega el recuerdo y el repaso emocionado, voy a mi estantería y recupero varias de sus obras, les invito a que hagan el mismo ejercicio, y que solo lean las dos o tres primeras líneas de cada uno de sus libros. Comprobarán como esas líneas tienen más literatura en su interior que la que muchos escritores, que así se dicen llamar, se empeñan en vendernos para mostrar sus virtudes. Unas líneas capaces de funcionar como un relato completo y a partir de las cuales ya todo es dejarse caer por una cuesta abajo en una espiral que solo se agota en el punto final de la novela.
Un punto que sin embargo se alarga en el tiempo, sumándose a ese petate de experiencias y lecturas que todos vamos cargando a lo largo de nuestras vidas y en el que las palabras de Gabriel García Márquez no cesan de retumbar en su interior siendo, como le sucede al doctor Juvenal Urbino en ‘El amor en los tiempos del cólera’, capaces de evocar todo el peso de su literatura y de su vida. Al médico, a lo largo de esa novela, fue el ‘olor de las almendras amargas el que le recordaba siempre el destino de los amores contrariados’, a nosotros, las palabras del escritor colombiano nos recordarán siempre que su obra es inmortal, como lo es él, aunque muchos se empeñen en decir que Gabriel García Márquez ha muerto.


Publicado en Diario de Pontevedra 20/04/2014
Ilustración: Álex Vázquez

1 comentario:

  1. Un honor compartir tu espacio en memoria de tan genial creador. Excelente tu trabajo, querido Ramón

    ResponderEliminar