mércores, 31 de outubro de 2018

Casado, 1985

Tras cien días en el cargo sus intervenciones muestran a un político que busca más recuperar el pasado que conquistar el futuro
 

Entró como un vendaval por las puertas abiertas de par en par que había dejado Mariano Rajoy sin ningún tipo de cerrojo tras su marcha del partido. Se erigió entre Soraya Sáenz de Santamaría y Mª Dolores de Cospedal (vaya papelón el suyo tras las escuchas de Villarejo) como la esperanza de un nuevo rumbo dentro del Partido Popular que todos advertíamos y hasta deseábamos como parte de una necesaria renovación, que parecía casi obligada para alguien al que su Documento Nacional de Identidad asegura que tiene 37 años, y valorando siempre la complejidad que eso conlleva dentro de un partido al que le cuesta siempre dar saltos hacia delante. Pablo Casado, después de cien días en el cargo, si algo ha dejado claro es que le preocupa mucho más recuperar el pasado que lograr alcanzar un esperanzador futuro, tanto para su organización como para la sociedad a la que se debe, desde su llegada a la presidencia de un partido con vocación de gobierno.
Colgado permanentemente del brazo y del ideario de José María Aznar, todo en él es un mirar hacia atrás buscando el camino que lo impulse hacia La Moncloa en base a antiguas esencias que aromatizaron el partido en tiempos pasados. Como si recuperar las acciones de décadas atrás fuera el seguro para afianzar su liderato entre sus afines y entre votantes indecisos. La última de sus vertiginosas iniciativas ha sido la propuesta realizada ante la periodista Ana Pastor el pasado domingo en La Sexta, cuando en los momentos en que la entrevistadora le permitía hablar y en relación al tema del aborto manifestó la intención de recuperar la ley del aborto de 1985, esto es, una ley de cuando Pablo Casado tenía cuatro años y un pijama de Naranjito que comenzaba a tener bollos. Por muy poco que haya cambiado esta sociedad en esos temas, como en otros que afectan a las libertades individuales del ser humano, algo hemos evolucionado, con lo que intentar plantear a estas alturas del siglo XXI un regreso atrás en el tiempo, cuanto más hasta 1985, supondría un brutal retroceso en los derechos de las mujeres.
Quizás tanto mirar hacia atrás impide a Pablo Casado comprender a la sociedad española actual, quizás circunscribir la mirada a los intereses de su partido le impide percibir qué sucede en una realidad que semeja no tener nada que ver con aquella en la que el político se maneja. Cierto es que estos primeros días son los de intentar hacerse fuerte dentro de su grupo, reafirmando valores que se consideran seguros para el respaldo de los suyos, como la unidad territorial, el aborto, el pim pam pum grosero al gobierno socialista, el cobijo bajo el bigote de Aznar... en definitiva, una derechización de esa, por otro lado, dudosa centralidad de la que algunos habían hablado sobre el Partido Popular en tiempos de Mariano Rajoy. Pablo Casado parece tener claro que agrupar la manada es lo primero para luego lanzarse contra el enemigo, porque así plantea el asalto al poder, como una confrontación bélica con sus rivales en la que todo vale, y en la que la competencia de Ciudadanos y la irrupción de VOX no ha hecho más que tensar todavía más al partido y a su líder ante la posible pérdida de votos por esas confluencias ideológicas.
Y con estas decisiones y actitudes se aproximan tiempos en los que los miembros del Partido Popular tendrán que mostrarse ante la sociedad, con unas elecciones municipales en las que los candidatos se verán atrapados entre sus propias intenciones y las consignas que lleguen desde la sede de Génova. Cien días después Pablo Casado avanza velozmente hacia atrás.



Publicado en Diario de Pontevedra 31/10/2018
Foto: Kai Fosterling (Efe)


Ningún comentario:

Publicar un comentario