luns, 29 de outubro de 2012

La herencia del pasado


No se agotan las miradas de nuestra literatura hacia la Guerra Civil y sus consecuencias, y así debería seguir siendo dadas las múltiples lateralidades que un conflicto de esa magnitud tiene en nuestra sociedad y cuyas heridas, todavía muchas, siempre demasiadas, están todavía lejos de cicatrizar. Acostumbrados como estamos a que las trincheras se lleven al pensamiento de los propios escritores, muchos con sectarias intenciones, un grupo de autores entran de lleno en aquello más interesante, como es la disolución de los blancos y negros a los que tantos se apuntan como fácil recurso para establecer un relato apasionado con el que el lector puede rápidamente identificarse, sintiéndose cómodo por un lado y promoviendo el odio por el otro. Es, por lo tanto, en esa gama de grises en la que el escritor inteligente puede sacar más partido y en dónde la narrativa se convierte en más lúcida e interesante, debido a las dudas que deja en el lector.
Así lo vimos en la monumental ‘La noche de los tiempos’ firmada por Antonio Muñoz Molina y lo volvemos a reconocer y valorar en ‘Ayer no más’ de Andrés Trapiello. Autor conocido por su defensa de esa Tercera Vía que busca superar odios atávicos en eso que se ha dado en llamar las dos Españas. Pero sobre todo por acercarse a la verdad, como él mismo dice “la primera víctima de una guerra”, a través de unos matices en los que todo se debe poner en relación a la condición del ser humano, un hatillo de miedos, terrores, frustraciones, venganzas, amores, deseos... cargas de nuestras vidas que en una situación de caos, como lo puede ser una guerra, y más si ésta se produce entre hermanos, provoca reacciones y comportamientos de lo más inesperado.
Andrés Trapiello nos propone un relato desde las personas, en las que todos esos sentimientos afloran setenta años después de un asesinato, uno de tantos que dejaron nuestras tierras abonadas de sangre, cuando uno de sus autores es reconocido en la calle por el hijo de la víctima, presente en aquel suceso. Es “la herencia del pasado” que cita el autor en la novela, una herencia que nos ha tocado soportar durante varias generaciones y de la que no es fácil desprenderse. Esa herencia (“Todos heredamos un pasado”) cada persona la manejará a su manera, y es en las reacciones de los diferentes personajes que se han visto afectados por aquellos acontecimientos, en los que el autor sitúa la principal atención, precisamente para reflejar como un mismo hecho ofrece múltiples visiones, más con el paso de los años, y como eso es capaz de afectar a familias, parejas, amistades, relaciones de trabajo. Una ponzoña que sin embargo debe tener un factor positivo a la hora de superar lo sucedido. El autor, a lo largo del texto, defiende la importancia del recuerdo “Debemos recordar, porque el recuerdo es un deber moral” y durante varios pasajes acude al pensamiento de Hannah Arendt “El olvido no existe”, como el lugar desde donde se debe hacer frente a esa tradicional historia y hasta historiografía de buenos y malos.
A lo largo del relato, en el que no cabe duda de las bondades literarias de su autor, asistimos también a curiosas referencias sobre las visiones que desde medios de comunicación o diferentes pensadores se manifiestan hoy en día sobre el conflicto, y hasta el autor se autorreferencia haciendo mención al ensayo (a mi modo de ver imprescindible para la comprensión de muchos de aquellos personajes hostigados por sus adscripciones políticas) ‘Las armas y las letras’, por el que desfilaron muchos de los escritores, pensadores e ideólogos de esa España construida a retazos, casi siempre interesados. Y es que como apunta irónicamente Andrés Trapiello: “Necesitamos hechos no novelas”.

 

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 28/10/2012

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