mércores, 19 de xuño de 2019

El no olvido

Cuando se cumple un nuevo aniversario de la muerte de José Saramago visitar su casa de Lanzarote es recuperar su personalidad

Biblioteca en la Casa Saramago de
Lanzarote con el Álbum Nós de Castelao

ESCRIBO ESTAS palabras en el día en que se cumplen nueve años de la muerte de José Saramago. «Sólo el olvido es la muerte», escribió el autor portugués en ‘Todos los nombres’, una maravillosa frase que se recupera en su último libro, publicado recientemente tras su descubrimiento en uno de sus ordenadores, ‘El cuaderno del año del Nobel’ (Alfaguara). Un libro en el que esas palabras se ven ampliadas de la siguiente manera: «Lo que no ha sido olvidado continúa vivo y presente».
Tener a José Saramago presente en nuestra sociedad es una obligación, no sólo de los lectores, que tanto le debemos, sino del propio ser humano, a quien dedicó prácticamente toda su obra y vida, a través de sus actitud y sus mensajes que siempre tenían a los más desfavorecidos y a los oprimidos como impulso para denunciar y propiciar empatías entre quienes generaba una ola de solidaridad.
Es cierto que recuperar a quien se ha ido siendo un creador es más sencillo que a una persona anónima. Enfrentarse a su obra supone mantener ese nexo activo, pero visitar los espacios en los que se ha movido, o donde ha dejado su huella física, es algo todavía mucho más intenso. Esa percepción es la que tiene todo visitante que se acerque a la Casa de Saramago en Lanzarote, allí donde se trasladó a vivir tras el desprecio de las autoridades portuguesas en los años noventa, tras la escritura de ‘El Evangelio según Jesucristo’ y cuya tierra volcánica hizo suya, en un primer momento, por el vínculo de la que fuera su mujer, la periodista Pilar del Río y, posteriormente, por el magnetismo de ese paisaje único, por el contacto con un viento que modifica caracteres.
La pasada Semana Santa tuve la oportunidad de visitar ese espacio cultural y de pensamiento, en el que trasciende una enorme humanidad, en que se ha convertido la Casa de Saramago. Dos edificios, uno, su biblioteca y refugio de tantos contactos como desarrolló en su vida; y otro, su propia vivienda, una modesta pero sincera y hermosa casa abierta hacia al mar, un incomparable mirador hacia la isla de Fuerteventura donde una gran piedra de origen volcánico, entre olivos y olmos, vinculan el pasado, la infancia de Azinhaga, con la presencia física en Tías, Lanzarote.
Todo es emoción entre esas paredes que se van recalentando cada hora que pasa por un permanente sol. Desde el patio de acceso, con un enorme olivo llegado de su aldea natal, a la figura de un simbólico elefante, como su literario Salomón, que metaforiza el viaje por la vida, hasta una gran fotografía del que fuera Premio Nobel en 1998, mostrando las palmas de sus manos. Los operarios que reciben al visitante, de una extrema amabilidad, nos conducen por la biblioteca de Saramago, toda una catedral literaria en la que se acumulan sus lecturas, sus libros de consulta, sus ediciones traducidas a numerosos idiomas, las obras escritas por mujeres en una imponente esquina por petición de Pilar del Río y todo ello presidido por un cuadro de la pareja. El gallego ojiplático que por allí se mueve siente la piel de gallina cuando comprueba la presencia del álbum ‘Nós’ de Castelao, muy próximo al ajado butacón desde el que Saramago se sentó tantas veces.
De allí pasamos a la que fue su vivienda, en la que en un pequeño patio de acceso un reloj marca las cuatro de la tarde, y donde se abren las diferentes estancias, el dormitorio en el que falleció aquel 18 de junio de 2010, un despacho repleto de fotografías de sus autores más admirados y los recuerdos del acto del Nobel, una sala de estar con cuadros inspirados en sus obras literarias y una cocina en la que se mantiene el carácter acogedor del escritor con sus vecinos a los que convidaba a tomar un café portugués. Y allí nos encontramos un grupo de personas llegadas de los más dispares rincones del mundo saboreando Portugal a través de un café Delta, de nuevo tan simbólico de la tierra y la vida.
Salimos y el reloj sigue marcando las cuatro de la tarde, la misma hora que tienen todos los relojes de la casa, la hora en la que se conocieron José Saramago y Pilar del Río, una hora que no se puede olvidar, como no se puede olvidar a quien todavía vive en el recuerdo de tantas personas.



Publicado en Diario de Pontevedra 19/06/2019


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