luns, 7 de decembro de 2020

El rayo que no cesa

[Ramonismo 47]

Con su reciente disco, ‘Si mi rayo te alcanzara’, Xoel López presenta diez nuevas canciones para afrontar un tiempo nuevo



CADA NUEVO disco de Xoel López tiene algo de rayo, de fulgor que irrumpe en nuestras vidas para quedarse ya para siempre en ellas. Con todo un confinamiento injertado en la elaboración de su último trabajo, ‘Si mi rayo te alcanzara’, lo más lúcido es comenzar de nuevo, mirar la vida como otra oportunidad para hacer de ella un reino luminoso, un parnaso de alegrías y esperanzas, dejando atrás sombras y desvelos, miedos y sueños que demasiadas veces se convierten en pesadillas. Xoel López habla de este disco como de abrir una ventana, él que tantas ha ido abriendo a lo largo de su carrera. Ventanas aquí y allá, miradores transatlánticos que van confluyendo en una misma dirección, la del músico siempre en experimentación, a la caza de ritmos, sonidos y melodías capaces de envolver a la palabra. Creo que es precisamente en ese momento, cuando la música acoge en su regazo a la palabra, siempre tan cuidada de Xoel López y, en este caso, también de Daviz Quinzán, cuando surge el rayo. Cuando ese haz de luz se convierte en el rayo que no cesa, de clara evocación hernandiana. Xoel López, que tanto tiene de poeta, (rastréenlo no sólo en sus canciones sino en el poemario ‘Bailarás cometas bajo el mar’) nos hace cómplices de su propuesta, alcanzándonos con ese rayo.

Su cuarto disco en solitario, tras ‘Atlántico’, ‘Paramales’ y ‘Sueños y pan’, tiene algo de soltar amarras, aunque todavía sean muchos los ecos pasados, sobre todo de su disco anterior, pero sí que se respira una cierta descompresión de un modo de hacer. Partamos ya de la inclusión de otro letrista acompañando a Xoel López, lobo solitario en ese territorio, y lleguemos a una diversidad de propuestas que convierten a este disco en un cruce de caminos o, si seguimos la pista de la portada en un cruce de cables. Es sólo en esa intersección desinhibida en la que se puede entender la conjugación del primer tema del disco, ‘El destello’, en el que «la memoria resuelve el dilema y se abre una ventana», en un proceso calmo y reflexivo para, ya en la siguiente canción, ‘Tigre de bengala’, acceder a un delirio de felicidad, a un exultante cántico de ritmos y sones, de alumbramientos en busca de la redención o, más nítidamente, de la salvación. El rayo que no cesa, la luz cegadora, un disparo de nieve, son anclajes míticos y firmes de la poesía y la canción a los que agarrarse. Emociones que disparan un futuro en el que sólo aquello que nos ha sincerado con la vida tendrá la fuerza suficiente para sujetarnos ante este tiempo nuevo .

Es a partir de ahí cuando las canciones se constituyen como auténticos jalones, como conquistas para afrontar una nueva esperanza, encontrándonos emociones tan intensas como las que se contienen en ‘Vampiro blanco’, ‘Si mi rayo te alcanzara’, ‘Alma de oro’ o ‘Joana’. En ellas encontramos flores en medio del asfalto, caballeros griegos trágicos, muros de hielo, vasos rotos clavados en la garganta, es decir, poéticas imágenes contenidas en unas palabras que estallan al paso de la música. Luces que se convierten en todas esas sacudidas que, como rayos, pocos son capaces de citar como Xoel López. Poderosas representaciones capaces de evocar ese limbo entre lo real y lo irreal, quizás el único espacio donde todo artista es capaz de identificar su propia realidad para, posteriormente, introducirnos en ella, haciéndonos cómplices de todo su universo.

Toca salir. Descender por esa bulliciosa ‘Catarata’ para caer en las tres últimas canciones de este disco, del que Xoel López no para de alabar lo que supone a la hora de superar miedos y oscuridades cada vez más lejanos en el tiempo, de ahí las melancolías presentes en cada sonido de las teclas de ese piano que pelea con la guitarra por generar un ámbito emocional que Xoel López comparte con el resto de los componentes de la banda a los que el coruñés da paso como parte de un proceso de reparto de responsabilidades. Es la madura asunción de que uno es mejor músico cuando sabe estar dentro del grupo, como parte de una coralidad que está muy presente en este trabajo que, cuando se aproxima a su final, nos deja esa canción inesperada, ya habitual en unos discos que se respetan de principio a fin y que no acaban en las cinco o seis primeras canciones. Son las ‘Balas’ de ‘Sueños y pan’, o el ‘Ningún hombre, ningún lugar’ de ‘Paramales’ o, ejemplo máximo, la ‘Tierra’ de ‘Atlántico’, me refiero a ‘La espina de la flor en tu costado’ convertida en el rayo inesperado, el fulgor ante el ocaso final. «No vas a entender/lo que ahora me pasa/mi vida comienza/con cada mañana./¿Qué quiero de ti? (...) No sé si eres un pez/o eres la espina/de la flor en tu costado». El comienzo, la luz y la sombra. Quizás el objetivo final del disco sea marcar un inicio a partir del que mirar a la cara a ese debate eterno, cuando las sombras acechan a una luz necesaria que puede llegar de la manera más inesperada, incluso como ese rayo que no cesa, como ese rayo que te alcanza.

 

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 5/12/2012


 

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