xoves, 21 de febreiro de 2019

Ligero de equipaje


Hace 80 años Antonio Machado agonizaba en el pueblo francés de Colliure a donde llegó sin nada entre las manos huyendo de la barbarie


Dignidad, compromiso, sacrificio, lucidez, honradez, humildad, pesadumbre... sería innumerable el listado de calificativos que se le podrían aplicar a Antonio Machado a lo largo de su vida, y más aún en las horas previas a su muerte, en aquel 22 de febrero de 1939 en el pueblo francés de Colliure. Adjetivos que se podrían ir ya rastreando a lo largo de una poesía que tuvo mucho de premonitoria sobre lo que iba a acontecer en este país, quizás, porque como pocos, Antonio Machado supo calibrar perfectamente que las dos Españas seguían plenamente en pie, que ese enfrentamiento de cabezas más preparadas para embestir que para pensar era inevitable y que todo aquello por lo que él mismo había ido apostando, desde los postulados de la Institución Libre de Enseñanza y el poder regenerador de la cultura, estaba abocado al fracaso.
Estremece escuchar a Serrat cantar ese verso: «Murió el poeta lejos del hogar./Le cubre el polvo de un país vecino./Al alejarse le vieron llorar», escrito como acta notarial de un destino que fue precisamente ese, el de verse cubierto por el polvo de otro país, pero también por el polvo de otro que lo expulsó a patadas por los caminos de un caminante al que le dolía echar la vista atrás, y al final la vista se echó al mar, a un Mediterráneo que desde ese mismo Colliure pintaran Matisse y Derain. Pero la vista cansada del poeta ya no veía colores, solo sombras y pesares. Su aspecto en estos últimos días anunciaba una muerte inminente. Calado hasta los huesos y asmático pisó Francia tras un miserable peregrinar por Cataluña acompañado de su hermano, su cuñada y su madre, que moriría en su misma habitación tres días después de su muerte. Ese convoy de la desesperanza era el final de aquella España republicana que había abierto un horizonte de esperanza al tiempo que incendiaba a la otra media, intransigente, devastadora y despreciable. «Españolito que vienes/al mundo, te guarde Dios./Una de las dos Españas/ha de helarte el corazón», escribió el poeta en el frontispicio de España para que lo tengamos siempre presente. No es complicado traerse hasta hoy aquella poesía para explicar a un país que no deja de ser el mismo que aquel. Durante estos últimos meses y con unas elecciones generales a la vista, de nuevo se juega a helar corazones, a situar bloques cada vez más enfrentados, mientras la poesía sigue sirviendo como explicación de lo que somos o, como el propio Machado escribió, en esa cumbre de sensatez, el ‘Juan de Mairena’: «La poesía es el diálogo del hombre, de un hombre con su tiempo». Lo que sorprende y maravilla en Antonio Machado, de ahí sus capacidades eternas, es que su poesía siga absolutamente en pie tantas décadas después.
Amortajado con una sencilla sábana, tal y como él le había dicho a su hermano, en otra demostración de su falta de pompa, estaba el poeta, ligero de equipaje, sobre la cama de una pensión de un país que no era el suyo pero del que manifestó que después de muerto no debía salir de allí. Los que le rodeaban cosieron una bandera republicana con las iniciales bordadas de A.M. para cubrir el ataúd, y el cortejo lo llevó al cementerio de Colliure, desde aquel mismo día convertido en un símbolo, en un centro de peregrinaje para todos lo que quieren honrar, no tanto a un poeta, como a todo lo que simboliza y que no son más que esas adjetivaciones del inicio de este texto que cada año que pasa parecen incrementar su valor.
Ian Gibson, incansable en su cruzada por poner el foco en el papel de nombres de aquella Edad de Plata, como Federico García Lorca o Antonio Machado, viene de publicar ‘Los últimos caminos de Antonio Machado’ sobre esos últimos años del poeta, completando su monumental biografía, ‘Ligero de equipaje’, y que tan bien reflejan ambos a esa España del exilio con la que todavía hoy este país parece no saldar todas sus deudas. 80 años después leer estos libros nos enfrenta a nuestro propio pasado, pero sobre todo, leer la poesía de Antonio Machado es leernos a los ojos como pocas veces podemos hacerlo.
Varios días después de su muerte su hermano José sacaba del bolsillo de su abrigo un papel arrugado en él se contenía un sencillo verso en el que se contenía toda una vida: «Estos días azules y este sol de la infancia».



Publicado en Diario de Pontevedra 20/02/2019
Fotografía: Antonio y José Machado, con los hijos de este, y la madre de ambos (Colección Fernández Melero)

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