luns, 6 de setembro de 2021

La luz del faro

 

[Ramonismo 79]

‘El cazador de ángeles’ de Antón Castro es un reencuentro y la celebración de la vida con todo lo que supone

 


ANTÓN CASTRO es un faro gallego a los pies de El Pilar de Zaragoza, un embajador atlántico de sensaciones, sirenas y olas saladas que una y otra vez se empeña en hacer subir la marea hasta los mismos Monegros. Nacido en Lañas (Arteixo) nunca renunció a ese carácter identitario de nuestra tierra, echándose a hablar gallego a la mínima disculpa. La vida lo llevó a Aragón y allí configuró una de las más importantes trayectorias como periodista cultural de España. Referente para muchos de los que empezamos a picar piedra en esto, recibió el Premio Nacional de Periodismo Cultural en 2013, por su labor, principalmente en El Heraldo de Aragón, y colaborador en diferentes medios, pero nunca renunciando a su propia obra como novelista, autor de relatos infantiles y poeta. Textos en gallego y en castellano que hablan de este ser a la continua caza de unos ángeles que, como las sirenas de las que le hablaba su padre de niño, eran más bellas cuando las imaginas que cuando te las encuentras.

Armado de esa imaginación Antón Castro realiza un viaje desde aquel primer itinerario en bicicleta desde Santa Mariña de Lañas hasta nuestros días, que condensa en ‘El cazador de ángeles’, editado de manera primorosa por la editorial Olifante, para, desde diferentes miradas, unas más poéticas, otras más prosaicas, otras en las que se cruzan las amistades y otras en las que los instantes de la vida a través de lecturas, caricias, miradas, mares, pinturas, noches y paisajes, convertir este libro en  toda una celebración de la vida hecho por alguien agradecido por ser parte de esa fiesta.

Arrancan las moriñas gallegas con recuerdos de la infancia, brumas, sabores y leyendas que generaron una patria irrenunciable en el autor, aunque la emigración luego lo situase en otro paisaje, pero aquellos años sementados de espumas surgidas de ariscos rompientes, de carballeiras entre indescriptibles verdes y pequeños campanarios recortados en el cielo de mil azules, lo encadenaron a una memoria que está siempre presente en sus trabajos. Esa devoción solo tiene parangón con el permanente agradecimiento por el asombro, por encontrarse textos, pinturas, pieles o paisajes capaces de evocar una belleza que, como aquellas sirenas de las que le hablaba su padre, podían surgir en el momento más imprevisto. Pero aquí la realidad sí que era quien de acoger al cazador de ángeles, a quien gozase de una mirada capaz de detener el tiempo y provocar una conversación que luego podía formar parte de ese proceso comunicativo que Antón Castro inteligentemente entiende como vital para una sociedad que se precie. Desentrañar a Chillida en Venecia, a Lita Cabellut en su estudio, un poema de Becquer o a su amada Zaragoza y presentárselos a sus lectores es parte del contrato establecido con la vida.

Sabio traductor de todas esas realidades, recorrer estos textos supone acompañar al autor por todos esos mismos escenarios en la permanente convocatoria de la serenidad, el amor y la belleza, únicos estados del ánimo donde todo cobra sentido y la mirada se hace limpia para observar con mayor precisión aquello que nos rodea. Esas miradas, como la luz del faro que quebranta la noche, iluminan nuestra lectura, ya no solo desde lo ameno de lo narrado sino desde una contagiosa felicidad por lo vivido. «No hay nada más hermoso que vivir», arranca uno de los poemas, una expresión grabada sin ningún pudo cuando semeja que hoy en día todo debe ser dolor y furia, pena y compasión, de ahí que cada uno de estos textos tenga mucho de suma, de empujón para lo que queda, para continuar la singladura, y llenar de viento las velas.

«Fomos ficando sos/o mar o barco e máis nós», apuntó Manoel Antonio a bordo de aquel pailebote frente a un horizonte inagotable, ante el que ahora se rebela Antón Castro para no dejarnos solos en la travesía, para generar todo un cúmulo de complicidades que nos permitan, desde lo alto del acantilado, alcanzar un instante de belleza, cazar un ángel, para así confiar en nosotros mismos y cuando nos tiemblen las piernas escuchar aquello de: «Mamá, o neno».



Publicado en Revista. Diario de Pontevedra. 4/09/2021

 

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