luns, 6 de setembro de 2021

'Nada' de Carmen Laforet en la versión cinematográfica de Edgar Neville

 

En la singular cinematografía de Edgar Neville la adaptación de la novela 'Nada' de Carmen Laforet, tres años después de hacerse con el Premio Nadal, muestra el interés que desde bien pronto despertó la obra de una autora de la que hoy se celebra el centenario de su nacimiento el 6 de septiembre de 1921.




Esta novela, ganadora del Premio Nadal en 1944, fue llevada a la pantalla en 1947, creando una de sus mejores películas por múltiples motivos, aunque pase desapercibida por muchos de los que estudian su obra.

En primer lugar debemos decir que la elaboración del guion recaerá en su compañera, la inteligente Conchita Montes, que también protagoniza la película, con lo cual la óptica feminista del inicial texto de Carmen Laforet se mantiene. Este primer dato ya debería ser objeto de atención, en relación al papel de la mujer en la España de la década de los cuarenta y la apuesta por elegir el libro de una mujer y que la adaptación recaiga en otra.

La obra tuvo un enorme éxito, y supone, junto a ‘La familia de Pascual Duarte’ de Camilo José Cela el inicio del cambio en la narración española hacia unas temáticas más sociales y de un mayor compromiso con la persona y sus circunstancias vitales. Este éxito literario demuestra el sentido económico e industrial que pretendía Neville, ejerciendo en esta cinta, además de director como productor, caso inusual en nuestro cine y que a buen seguro le otorgaba la libertad necesaria para desarrollar sus universos particulares.

En ella se narra la historia de una joven, Andrea, que se traslada a vivir a Barcelona, a estudiar a la Universidad, compartiendo viviendo con sus familiares encontrándose un sórdido ambiente, de mezquindad, histeria e ilusiones fracasadas, donde las relaciones entre los miembros de la familia son de todo menos normales, acabando por hacer que la protagonista descubra un mundo resultante, en gran medida, de la contienda nacional. El texto recrea una parcela irrespirable de la realidad cotidiana del momento, recogida con un estilo desnudo y un tono desesperadamente triste.

Esta producción se muestra como excepcional en la trayectoria artística de Neville por diversos motivos. En primer lugar al tratarse de un éxito literario todavía muy reciente, en segundo lugar, por tratarse de un tema extremadamente serio, en la que no hay concesión alguna al humor, adaptando ese tono en todo el film. “Nada es en la película lo mismo que en la novela, creo haber conservado su ambiente hosco y duro, su clima y conseguido todo esto sin retórica y sin artificios, conservando los personajes con la misma sinceridad con que los trasladó al libro Carmen Laforet”, comenta el propio director en una entrevista en el número 38 de la Revista Imágenes en 1948.

Precisamente el conservar el ambiente agobiante del texto le lleva a Neville a conseguir uno de sus trabajos más logrados y admirables en lo relativo a los decorados, creando unos efectos visuales únicos en su carrera y que desmienten en parte su desinterés a la hora de preocuparse de algo más que el guion y los actores. Realizados por Sigfrido Burmann son tres los espacios que generan la acción: la vivienda de la familia de Andrea, la buhardilla de Román y la escalera, todos ellos actuando como definidores de un mundo oscuro y lleno de temores, como el que representa la familia de Andrea cuyas únicas salidas al exterior son para acudir a sus clases universitarias. En ellos la iluminación, con abundantes zonas en sombra, la acumulación de objetos en espacios muy pequeños y, sobre todo la audacia con que se tratan los techos, permite resaltar lo opresivo del ambiente familiar. Este trabajo con los techos se puede poner en relación con las aportaciones realizadas por en torno a la ambientación por Orson Welles en películas como ‘Ciudadano Kane’ o ‘El cuarto mandamiento’. En ellas este este avance supone un mayor realismo, acentuado con la baja colocación de las cámaras que acrecienta esa sensación y trabajando también en la profundidad de campo, así, la escena que recrea la enfermedad de Andrea es comparable a la de la esposa de Hearst en ‘Ciudadano Kane’, con la cámara situada a la altura de la cama y las sucesivas estancias abiertas hacia el fondo, creando inquietud y una atmósfera de inestabilidad.

La adaptación de Conchita Montes respeta con gran fidelidad los diálogos de la obra, y la estructura de la novela permanece fiel en su paso al cine, donde lo más interesante es cómo se consigue el clima a transmitir por el libro, el decorado, el sentido intimista que otorga el recurrente empleo de la voz en off, el estudio psicológico de los personajes, el ritmo de una gran lentitud que remarca el origen literario o la iluminación son elementos que maneja Neville en la pantalla.

Finalmente debemos apuntar una serie de elementos que pudieron inclinar a Neville a la hora de elegir una novela de una joven escritora como era Carmen Laforet:

Su función como documento colectivo de un momento histórico concreto, abandonando el tono costumbrista tan frecuente en sus obras. Neville en sus obras afronta realidades concretas: el Madrid castizo, el Madrid moderno… en esta ocasión apuesta por un ambiente familiar muy particular pero que, a buen seguro, representaba, a muchas familias.

Podía servirle de denuncia de una burguesía en plena decrepitud física y moral, como una consecuencia más de una postguerra tan cruel como la imperante en los años cuarenta.

Esa crítica a la miseria moral, le permite a Neville mostrar un régimen político incapaz de renovar a su sociedad e inculcarle un espíritu de renovación. Lógicamente, una película en la que de una manera indirecta, pero clara, se muestra un ambiente tan deprimente no sería visto con buenos ojos por los órganos censores que llegaron a amputarle media hora de emisión a lo rodado para suavizar el ambiente de frustración.

Carmen Laforet significa el comienzo de una nueva vía en lo literario, con unas pretensiones renovadoras de un mundo con el que Neville comenzaba a encontrarse a disgusto en el que aquellas vanguardistas ilusiones de cambio, de mejora de la humanidad, se iban progresivamente al traste. Neville, ya hemos visto como gusta y es capaz de reconocer obras que aportan aspectos nuevos al universo literario y sin duda ‘Nada’ es de esos textos. El tratarse de una narración lineal, sin saltos temporales que compliquen el seguimiento de la acción, con un lenguaje sencillo y apartado de grandes pretensiones, también está dentro de la idea de Neville de trabajar argumentos lineales (con la excepción de su obra maestra ‘La vida en un hilo’) que el director aplicó a sus películas.


(Texto extraído de 'Del guion a lo literario: fuentes del cine de Edgar Neville'. Ramón Rozas)

 

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