domingo, 23 de xaneiro de 2022

Amor a la vida

 

[Ramonismo 97]

Carlos Marzal proclama un canto a la vida a partir de la relación filial con el fútbol como dinamo sentimental



CARLOS, el hijo de Carlos Marzal, juega al fútbol. Una pasión común entre padre e hijo que ha vigorizado esa relación, no siempre sencilla entre cualquier padre y su prole, al tiempo que hace que este escritor, reconocido poeta, haya puesto su punto de mira en esa práctica deportiva como punto de ignición de una novela que activa muchas cosas, pero pocas tan firmes como la de poder calificarla como un canto de amor a la vida.

No son tiempos sencillos para la felicidad, de ahí que generar esa subversión desde el propio título de esta novela, ‘Nunca fuimos más felices’ (Tusquets), tiene algo de rebeldía ante la vida, casi como una performance poética que hace de la palabra y la experiencia un altisonante grito para desafiar todo este territorio del desasosiego en el que no acabamos de encontrar la salida. Carlos Marzal se refugia de este modo en ese ámbito en el que la vida de manera inesperada le ha colocado, como es la activación de una pasión, la futbolística, a través de su ejercicio por parte de su hijo, como el mismo lo define como «futbolista consorte». Y es que uno nunca sabe bien donde la vida te hace poner el pie en el deseado acceso a un lugar en el que ser feliz, donde hallar ese magma que nos reactiva y nos genera una ilusión demasiadas veces perdida. Acompañar a Carlos a sus entrenamientos e interpretar ese universo de padres metidos a entrenadores, de horas y horas en desplazamientos, partidos, alegrías y frustraciones, y todo lo que genera hoy en día esa actividad frenética a la que tantos progenitores se someten bajo unos tiempos muy distintos a cuando éramos nosotros los que nos movíamos alrededor de un balón, son la esencia de este libro.

Pero poco a poco Carlos Marzal va dejando a su chaval creciendo mientras él nos arrastra al universo futbolístico tan protagonista de nuestra sociedad, demasiadas veces hipnotizada por el rodar del esférico, por las glorias y laureles de sus protagonistas, y su capacidad de distracción de otras componentes a buen seguro más importantes. Carlos Marzal le da la vuelta a ese calcetín de la futilidad y hasta la ordinariez para aproximarse al fútbol desde una óptica inteligente que le permite rastrear al ser humano y ahí es cuando emerge el poeta de tronío, como es el autor de títulos tan poderosos de nuestra última poética como ‘Metales pesados’, Premio de la Crítica y Premio Nacional de Literatura, es decir, el ojeador de almas, el catalizador de una serie de sensaciones que el fútbol y el deporte en general orillan en base a las perversiones que se provoca desde un universo mediático tan exagerado como agresivo. Y a medida que el balón gira, que Carlos Marzal recupera anécdotas y experiencias futbolísticas, que se estiran los tiempos del encuentro, para mimetizarlos con los literarios («el fútbol es también un texto»), generando así numerosos paralelismos y miradas sobre la literatura, acerca de la cual deja impresas interesantes reflexiones e incluso alineaciones (por supuesto discutibles, ya se sabe que todos llevamos un entrenador en nuestro interior), sobre sus gustos literarios.

Ironía, humor o juego se van insertando en la siempre buena escritura del autor valenciano, convirtiendo este libro en todo un espectáculo, con lo que la palabra tiene de disfrute, de goce de una lectura que, pese a exceder de las quinientas páginas, se pasan con el mismo frenesí e intensidad con el que se disfruta de los buenos partidos, en los que el dinamismo del balón y las acciones de sus protagonistas encandilan hasta al más reacio a este deporte que, sin duda, significa tantas cosas. Carlos Marzal logra, en no pocas ocasiones, hacernos esbozar una sonrisa, muchas veces por la solidaridad de los que nos hemos visto en las mismas situaciones que el «fubolista consorte», pero también por el placer de enredarnos en dos universos tan emocionales como el futbolístico y el literario y, finalmente, por darnos cuenta de que hasta el pitido final hay partido, que la vida hace de sus oscuros el activo para reconocer los instantes luminosos que no siempre somos quien de valorar. Cuando el libro llega a su remate, creo que de manera brillante, un hecho apaga las luces del estadio y pone el foco, no tanto en la tristeza de la pérdida, como en lo que significa ser conscientes de cuando hemos sido felices, Y eso es, precisamente, este libro, un tiempo de felicidad.

 

 

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 22/01/2022

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