venres, 10 de abril de 2020

Desasosiego/ 24. Miradas



SE han vaciado las calles, como por un soplo divino, pero se nos han llenado de miradas. Miradas de mil tipos, miradas que intentan resumirnos, miradas que intentan explicarse frente al mundo, miradas que necesitan de un espejo para ver en su interior, miradas que nos obligan a tomar partido. Miradas que son la tuya.
Miradas de desconcierto. Es la mirada del inicio, la que percibe algo pero todavía no puede descifrar sus propios ojos. Un desconcierto intuitivo que fractura la tranquilidad y aquello que nos envuelve como una cómoda protección. La canción de Dylan. Sentimos que nos movemos como sobre una nube, un algodón cada vez menos dulce y más amargo.
Miradas de incredulidad. Las horas se aceleran y nuestros ojos se encogen ante lo que surge frente a ellos. Los frotamos como si pudiéramos enfocar mejor lo que se adivina ante nosotros, todo aquello que comienza a presentarse de manera sorpresiva y no nos gusta. Y eso, lo que está ahí delante, todavía no somos capaces de descifrarlo.
Miradas de temor. Comienza a afianzarse en nosotros el miedo que todo lo invade, lo que de verdad nos sacude del desconcierto y la incredulidad. La mirada se afila más y el temor se configura entonces como la gran distancia entre las personas, el verdadero instinto que hace que la persona recupere ese latido primario que reside en todos nosotros y que lentamente nuestra sociedad del bienestar ha ido domesticando, caricia tras caricia. Llegan los nervios, las carreras a los supermercados, la fiebre del tisú, los gestos insolidarios, el ruido y la furia, el pánico, máscaras y guantes. Profilaxis o muerte.
Miradas de incertidumbre. La curva del miedo se aplaca con el paso de las horas, la convivencia con el temor nos obliga a su dominio. Con esas fauces cerradas surgen las dudas, las preguntas, lo que no es seguro, las incertidumbres ante lo que está por llegar. Necesitamos certezas levantamos las miradas hacia el cielo. El silencio. Miramos entonces a las moquetas, a las instituciones, a los que nos mandan y a los que quieren mandar, asumiendo nuestra condición de rebaño, y esa mirada se convierte en una piedra arrojada a un pozo. Otro silencio que tarda en encontrar agua, en hallar un sonido que, sin calmar la sed, nos confirme que el cubo se puede llenar al tirar de la cuerda.
Miradas de solidaridad. Las miradas se convierten en cómplices de ese ser humano abatido por la adversidad. Las cifras de víctimas mortales no responden a las preguntas, al contrario, incrementan el tamaño de ese signo de interrogación, pero sí que nos refuerzan como miembros activos de una comunidad a la que tantas veces despreciamos desde el egoísmo. Piezas de un puzle por encajar. Aplausos en los balcones dirigidos a quienes miran a los ojos del enemigo a unos pocos centímetros. La comprensión de la sanidad pública como un tesoro a reivindicar más allá de las ocho de la tarde, que es cuando el despertador sonroja y flagela a los que obviaron ese mandato social. Las miradas se cuelan en las casas de enfrente para hermanar la pena y el dolor.
Miradas de compromiso. Las que nos llevan a mirar hacia nuestro interior, a calibrar nuestra capacidad de respuesta ante la amenaza. El papel del yo ante el colectivo. El encierro, el asumir nuestras casas como un ring de miradas íntimas desde las que poder rastrear de cerca nuestro territorio. Una reclusión que es abrazo con el resto de la comunidad, con los desconocidos, pero también con los miembros de la familia en permanente estado de excepción ante la maldición. La maldición crece, y mucho, Aute se muere, y con él sepultamos la belleza, lo único en lo que podíamos creer sin esperar nada a cambio. Cerramos los ojos y apretamos los puños.
Miradas de resistencia. El horizonte como una meta que alcanzar. Días que se superan desde el esfuerzo y el reto continuo que nos hace cada jornada ser más fuertes. Miramos hacia ese día que vendrá, y hacia los días que le sucederán. Ellos definirán nuestra resistencia, física y mental, la que nos debemos y debemos a los que nos cuidaron y a los que cuidaremos: hijos, hijas, héroes silenciosos. Semilla.
Miradas de fortaleza. Semanas que se van quedando atrás. Un tiempo agotado que, aunque no lo creamos, residirá en nosotros. La experiencia consumida, los ánimos forjados como nunca imaginamos días atrás. Pensemos de dónde venimos, cual era nuestro futuro más inmediato y miremos cómo estamos. Somos mejores y, sobre todo, somos más fuertes.
Miradas de esperanza. De nuevo las preguntas convertidas en deseos, en calderos repletos de esperanza al otro lado de esos arco iris que se han posado en nuestras ventanas como palomas. Confiamos en que todo regrese al discurrir diario. Debemos creer en eso, lo necesitamos, aunque sepamos que pocas situaciones serán ya como lo eran antes.
Miradas de futuro. Nuestra gran conquista al término de esta travesía por el desfiladero del desconsuelo, el futuro. Cuando todo pase nuestras miradas seguirán proyectándose hacia delante, pero también deberán hacerlo hacia atrás, hacia lo vivido, el impulso necesario para que ese futuro se pueda escribir como lo merecemos y, para que quizás, después de todo, después de la noche, lo único que valga la pena sea tu mirada.



Publicado en Diario de Pontevedra 10/04/2020
Fotografía: David Freire

Ningún comentario:

Publicar un comentario