martes, 28 de abril de 2020

El río de la vida


[Ramonismo 21]

En la frágil sencillez del nuevo texto literario de David Trueba se esconde una hermosa lírica sobre la vida en la adolescencia


UNA PANDILLA de amigos pasa una Semana Santa en un pueblo de vacaciones. Jóvenes que, dentro de su inocente cotidianeidad, perciben que la vida es mucho más que eso que se mueve entre sus juegos y desafíos. ‘El río baja sucio’, editado por Siruela, es la última novela de David Trueba y la propuesta de un libro que, desde una aparente fragilidad, encierra elementos vislumbrados, desde los ojos de la adolescencia, como episodios de una vida adulta que pronto será la suya.
Un libro hecho para disfrutar, tanto por parte de su autor, que así se intuye haberlo hecho en la reconstrucción de esos fragmentos de vida, llenos de felicidad, que se instalan en el interior de las personas como una Ítaca a la que es necesario regresar cada cierto tiempo a lo largo de nuestra existencia; como por un lector que enseguida se siente parte de ese grupo de chavales alumbrados por el descubrimiento del mundo de los adultos a través de las enseñanzas que la propia vida les va ofreciendo, en unos días aparentemente intrascendentes.
David Trueba alrededor de los personajes construye un ecosistema en el que se introducen elementos relacionados con el deterioro medioambiental, en una metáfora de la pérdida de esa pureza de los jóvenes ante la apertura de un nuevo tiempo. Ese río que baja sucio con el que se titula el libro es el deterioro de un paisaje, exterior, pero también interior, en el que los intereses económicos, las perversiones políticas, pero también las de una sociedad en la que la televisión del cotilleo, la omnipresencia del fútbol o las derivas del periodismo, son también un grave perjuicio para nuestro ecosistema, más allá del natural.
Pero ese libro de amistad es, desde su amabilidad y franqueza, una extraordinaria oportunidad para hacer de la lectura ese acto de disfrute que muchas veces los propios escritores pervierten en base a unos ejercicios literarios tan sofisticados que van contra sí mismos. David Trueba nos ha presentado otros libros en los que había una experimentación más profunda en lo narrativo. Tiempos, personajes, geografías que destilaban una escritura tan compleja como interesante. Libros como ‘Tierra de Campos’, ‘Blitz’, ‘Saber perder’, ‘Cuatro amigos’ o ‘Abierto toda la noche’, nos han mostrado esa constante experimentación en un territorio al que David Trueba, afortunadamente ha llegado hace tiempo para quedarse, en paralelo a su conocida faceta como cineasta. La bendita sencillez en la escritura de ‘El río baja sucio’, establecida de manera lineal a lo largo de una Semana Santa, con unos personajes muy bien definidos y en una localización muy concreta, parece rebelarse contra esa otra escritura anterior, trabajando desde esa trasparencia para buscar nuestro reflejo en esta historia. Todos tenemos las vacaciones de la infancia como un lugar especial dentro de nuestra memoria íntima, de ahí que pasemos cada página de este relato como si nosotros formásemos parte de él con nuestra doble mirada: la del adolescente, a partir de la cual todo tiene algo de aventura y de descubrimiento, desde los lazos de la amistad al primer amor, o lo que entendíamos como amor, que solía condensarse en una caricia, una mirada o el olor de un perfume o una piel; pero también la del adulto, la de unos padres que miran a sus hijos como si fuesen una película de sus propias vidas, recuperando antiguas amistades como un aroma del pasado que les lleva a sentir algo similar a lo que sus propios hijos. Ese engranaje común es el miedo, los ojos del temor ante lo desconocido, o ante lo que se nos ha hecho pensar a través de comentarios o sombras del pasado que hoy pueden ser ya diferentes. Como en la famosa y ejemplar película ‘Matar a un ruiseñor’ de Robert Mulligan, una casa es la que esconde lo extraño, aquello que puede distorsionar nuestra felicidad. Los adultos no quieren que los jóvenes se aproximen a ella conocedores de lo que se esconde en su interior, pero también que ese contacto puede abrir una caja de Pandora de la que salgan los fantasmas del pasado alrededor de todos ellos.
Pero más que temer a las sombras los protagonistas deberían temer a la realidad, a todo este mundo que les y nos rodea, distrayéndonos de las proximidades entre las personas, del contacto entre nosotros y del disfrute de todo aquello que este repleto de autenticidad, nuestra naturaleza. ‘El río baja sucio’ también es un grito sosegado contra lo más perjudicial del ser humano, los comportamientos más innobles y que atentan contra esa vida que, de no ser por ellos, sería todavía más bella. El libro está lleno de cargas de profundidad contra esta sociedad que hemos armado a nuestro alrededor. «La imbecilidad ni se crea ni se destruye, solo se transforma», escribe David Trueba, y esa lucidez es la que recorre este hermoso libro, pero también sus artículos en prensa, cita imprescindible en ‘El País’ como bálsamo ante tanta imbecilidad como asoma cada vez con más desfachatez en ese país. Pero también sucede así en sus películas, su faceta pública más conocida. David Trueba ha compuesto cantos enormes contra la imbecilidad. Títulos como ‘Vivir es fácil con los ojos cerrados’, ‘Madrid, 1987’, ‘Soldados de Salamina’ o ese excepcional documental, ‘La silla de Fernando’, alrededor de las reflexiones del inolvidable Fernando Fernán Gómez, lo confirman.
Echarse al agua de este río es, paradójicamente, apartar la contaminación que nos acecha y vernos así reflejados en unas aguas que, como en un espejo, nos acogen para soñar con nuestra juventud, pero, sobre todo, para soñar con lo que somos.


Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 25/04/2020

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