luns, 14 de setembro de 2020

Una bomba bajo la cama

 

[Ramonismo 36]

‘Fin de temporada’ de Ignacio Martínez de Pisón vuelve a situar a la familia y sus secretos como activo literario

 


TODOS sabemos que la familia es una especie de bomba de relojería colocada bajo nuestras camas. Un tictac que, ante la más leve agitación, es capaz de estallar y poner patas arriba nuestras vidas. Un sonido monótono que pende de un pasado que se colmata lentamente a nuestro alrededor, dejando entre sus estratos los resortes de lo que un día puede ser una explosión que cambie para siempre nuestras vidas y las relaciones con los miembros de nuestro entorno.

Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) sabe bien de la posibilidad que significa la familia para convertirse en tubo de ensayo desde el que analizar lo que somos, aspiración máxima de cualquier escritor que se precie. La familia, como magma burbujeante, ya ha sido utilizada por el autor maño en varias de sus novelas para entender cómo nos comportamos como colectivo y cómo nuestra sociedad ha ido transformándose durante las últimas décadas. Títulos como ‘La buena reputación’, Premio Nacional de Narrativa, o ‘Derecho natural’, son ejemplos de familias que recorren tiempos y geografías. Personas, ciudades, dictaduras y transiciones que se vinculan bajo la escritura de uno de los mayores talentos literarios de nuestras letras, ofreciendo así una de las más lúcidas maneras de saber cómo este país ha ido generando un presente incapaz de desprenderse de su pasado, a través de unos protagonistas llenos de deseos, miedos, esperanzas y frustraciones. Protagonistas reales, pero que, inscritos en las tramas ideadas por este escritor, se convierten en espejos de cada uno de nosotros, de nuestros padres y abuelos, y en la radiografía de una España que, como pocos países, gestiona su destino a través de la familia y de unos vínculos férreos e impensables en otras latitudes.

Los protagonistas de ‘Fin de temporada’, novela editada por Seix Barral, son una madre y un hijo, Rosa e Iván, cuyas vidas presentes, situadas en los años noventa, penden de un hecho del pasado que se va revelando cuando Iván siente la necesidad de mirar por ese retrovisor en el cual la familia le coloca ante su génesis. Ambos personajes se muestran como una huida hacia adelante manejada por una madre que arrastra las sombras de un pasado imposible de aliviar cada vez que mira a su hijo, pero que ese mismo hijo debe afrontar para conocerse realmente, arrasando, con esa mirada a un tiempo anterior, todo aquello que le rodea. Como toda huida se precisa de un viaje, no sólo interior, sino también geográfico. Ambos gestionan su vida en Tarragona, entre un camping y una central nuclear, una provincia a la que Rosa llega tras varias vidas en otras ciudades y aquel punto decisivo en la frontera extremeña con Portugal a partir del cual ya nada fue igual. Esa inteligente decisión de enhebrar territorialmente la novela, como ya se había hecho en los títulos anteriormente citados, es una perfecta manera para tomar la fotografía de cómo era y es este país a pie de calle, entre personas, pueblos y ciudades que latían y laten al ritmo de sus protagonistas y de los cambios políticos y sociales que en ella se produjeron a lo largo de los años. El paseo de Iván por su propio pasado, por el reconocimiento de esos lazos de sangre, que hasta hace unas horas desconocía, generan en él un cambio trascendente que transformará un presente que se consideraba plácido y controlado, y en el que no se contaba con que ese tictac de la bomba bajo su cama fuese a detonar con imprevisibles consecuencias.

Ignacio Martínez de Pisón nos sitúa ante varios de esos personajes que tan bien retrata con sus palabras, con sus diálogos, con lo que leemos, pero también con lo que es capaz de lograr que imaginemos. Un prodigio a la hora de describir a unos seres a la intemperie, envueltos en una nebulosa del pasado a la que poner luz significa hacer que todo sea diferente. Las vidas no valen lo mismo con la verdad en la mano que con una venda sobre los ojos. Iván, solitario, renuncia a su presente para hacer de ese pasado verdad, para desatar esa venda y dejar sus ojos desnudos ante lo que necesita saber, aunque esa venda caída sea un trauma que gestionar sin apenas posibilidades de éxito. Las consecuencias del pasado se encabritan en un presente radicalmente distinto desde ese instante, pero, sobre todo, se convierten en la manera de modelar a una persona diferente, a otra persona.

Pocos autores son capaces de convertir esos lazos de sangre en un auténtico alambre en el que sus lectores, como equilibristas armados con una larga pértiga, deben evitar caer al vacío. Todos tenemos esa bomba bajo nuestro lecho y libros como éste son una brillante e inesperada manera de desactivarla o, quizás, todo lo contrario, de acortar los plazos de su explosión.


Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 12/09/2020

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