martes, 30 de novembro de 2010

Recorriendo Yoknapatawpha

Es uno de los escritores más influyentes del siglo XX. No son pocos los autores que se refieren a él como el gérmen de su vocación literaria y su referente a la hora de narrar historias. William Faulkner creó una literatura poderosa y llena de energía que todavía hoy se mantiene plenamente vigente. La publicación de la que es su primera novela, ‘La paga de los soldados’ (1926), y la reedición de varias de sus novelas más importantes por la editorial Alfaguara vuelve a llenar las librerías con los personajes más vibrantes que ha creado la literatura.


Crear un territorio, inventar toda una realidad geográfica, social, humana, económica o natural, eso es lo que ha sido capaz de parir desde una máquina de escribir el escritor norteamericano William Faulkner (1897-1962). Dios de las letras y  generador de una forma de narrar que ha llegado hasta nuestros días a través de un numeroso elenco de escritores, que, lejos de ocultarse muestran su más rendida admiración por el autor de 'El ruido y la furia'. Desde los plenamente consagrados como Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Juan Carlos Onetti, Antonio Muñoz Molina o Javier Marías hasta los que se están asentando en ese parnaso de las letras, como Ricardo Menéndez Salmón, todos ellos, alaban y muestran su admiración por la construcción de ambientes y personajes desde una prosa valiente y cargada de una inusual fuerza. Ese es el misterio de la literatura intemporal, esa que resurge décadas después para seguir viva y alentando en escritores y lectores las ganas de volver a recorrer ese territorio soñado e inventado entre dos ríos que conforman el condado de Yoknapatawpha. Un escenario sureño, en el que tantas horas se pasó escribiendo y describiendo personajes este autor, entre botellas de whisky y una extrema timidez que le hizo refugiarse en sus novelas. Ese condado fue el marco donde ambientó la novela ‘Sartoris', primera lectura recomendada para descubrir este escenario recorrido a través de los sucesivos libros por personajes llenos de luces y sombras, atormentados con su propia existencia y las relaciones con sus semejantes. Pero sobre todos ellos se erige un territorio agreste y empobrecido tras vivir la riqueza anterior a la guerra civil norteamericana y acrecentado por la entrada del país en la Gran Recesión tras el Crack del 29. Ese shock, vivido por un territorio tan definido por su ámbito geográfico y natural, entre plantaciones de algodón y tabaco, generó una sociedad al mismo tiempo decadente y que permitió al autor describir un cúmulo de historias entre restos del reciente pasado y un presente que no acababa de aterrizar en esta zona de los Estados Unidos. Sus historias van a caminar de esta forma a través del destino trágico del ser humano, abocado a la desesperación, atrapado por sus propias circunstancias y con escasas posibilidades de redención. Esa lucha del ser humano con su propio destino, es quizás, la gran parte de su éxito, de su trascendencia a su propio tiempo y de su valor como literatura eterna. En muchos casos William Faulkner asume una concepción mítica del hecho literario que lo emparenta con narraciones de las grandes culturas antiguas, pero adaptadas a una nueva realidad, a la de su ámbito de existencia, universo de donde extrajo relatos y narraciones, muchas de ellas surgidas de la oralidad. ¿Quien no recuerda en películas de John Ford esos porches en los que a la entrada de las viviendas los miembros se agrupaban en torno a una figura familiar para oir los relatos de la familia o la comunidad? Películas como 'Las uvas de la ira' (1940) que, sobre el texto de otro escritor de la misma generación, John Steinbeck,  con muchos planteamientos cercanos a nuestro protagonista, permitieron visualizar ese territorio geográfico y humano.
Diferentes editoriales han vuelto a poner durante estos días en valor esos textos, así RBA ha publicado la que se considera su primera novela 'La paga de los soldados' (1926), un relato sobre el retorno al hogar de un soldado de la Primera Guerra Mundial. Alfaguara ha reeditado varios de sus relatos ambientados en Yoknapatawpha, la ya citada 'Sartoris', 'El ruido y la furia, ‘Luz de agosto’, ‘El villorio’ y una espléndida y monumental selección de relatos cortos 'Cuentos reunidos'. Por otra parte Alfabia edita 'Los mosquitos' y Debolsillo nos presenta una traducción de poemas de William Faulkner realizada hace más de diez años por Javier Marías bajo el título de 'Si yo amaneciera otra vez', y que nos sitúa ante un Faulkner más íntimo y con una carga poética que lejos de ser una sorpresa ya se adivinaba en muchos fragmentos de sus obras en prosa.
Estamos, por lo tanto, casi obligados a recorrer de nuevo ese complejo Condado sureño, cruzarnos por sus caminos pedregosos con esos personajes desarraigados y aferrados a un destino designado por ese Dios literario, pero sobre todo, lo que estamos es obligados a redescubrir a este enorme escritor que en 1949 fue galardonado con el Premio Nobel y que creó uno de los escenarios más intensos de la historia de la literatura.
García Márquez nos trasladó hasta Macondo, Torrente Ballester nos levantó por los aires con su Castroforte del Baralla y es que cada gran escritor debe crear su propio territorio, ese lugar donde las letras permiten visualizar lo imaginado para quien ejerce el oficio de escritor, pero también, y por extensión para los que demandamos la participación del lector en el relato. Un relato intenso y apasionado, comprometido con un oficio que no todos legitiman con su trabajo. William Faulkner puso el listón muy alto, ahora, invade nuestras librerías en una aproximación que no hace más que evidenciar el reclamo y la vigencia de la literatura de verdad.


Publicado en Diario de Pontevedra 28/11/2010

luns, 29 de novembro de 2010

O home que levitaba nos carros



Chegou Manuel Rivas ó Culturgal dende Albacete, que é cómo dicir que un chega dalgún país máis aló dos Urais co pasaporte na mán. Fixou os pes no chan e entón corporizouse nun home real que deixara de levitar. O que non quedou de todo claro, cando o escritor escusou o seu retraso, é si Manuel Rivas levita dentro do seu ‘carro’, ou se ‘carro’ e Rivas forman un único ente levitante. Así dixo que chegou a Pontevedra, en tempo e forma, que diría un burócrata, pero que como no seu ‘carro’ sofre eses procesos ascensionais se despistou ata chegar a un fermoso lugar peonil a carón do río no que daban gañas de baixar e botarse a andar. É posible que eso sexa o que lle pide o corpo a todo escritor en medio dunha xira de promoción do seu último libro. Un libro, neste caso, de silencios, pero tamén de moitos ruidos ameazadores. Onte, Manuel Rivas baixou dos ceos e camiñou entre nós.




Publicado en Diario de Pontevedra 29/11/2010

La búsqueda del equilibrio


La sala de exposiciones de la Escola de Restauración de Pontevedra acoge una exposición del artista de origen austríaco Michael Mahesh. Residente en el cercano Portugal trae ante nosotros una amplia muestra de su forma de entender el arte, de aproximarse a una pintura planteada desde unas fuertes connotaciones simbólicas que buscan generar en el espectador una terapéutica sensación de equilibrio. A caballo entre la espiritualidad asiática y el paisaje occidental el artista produce una obra singular y sumamente personal. 



La conjunción de pintura y música (un cd está constantemente sonando en la sala) provoca que este artista logre, durante los minutos que el espectador pasa recorriendo su exposición, el que se origine una sensación de profunda espiritualidad y de magnetismo que nos retiene dentro de ese apacible ambiente.
Desconocido para muchos de nosotros, Michael Mahesh pertenece a lo que se llama Arte Espiritual Europeo, una forma de aproximarse a lo artístico desde una profunda interiorización de conceptos orientales, de hecho el artista ha pasado largas temporadas en zonas del Tibet, trabajando con artistas de orientación budista que claramente han influido en su trabajo con las diferentes formas de aproximación a nuestro mundo que plantea en su trabajo.
Sus visiones de los planetas, la representación de elementos naturales como los jardines, o la evocación de luces, puertas o caminos orientan su arte a una materización de esa espiritualidad y trascendencia que se encuentra detrás de muchas cosas que pasan desapercibidas para la mayoría de los mortales. En sus trabajos nos encontraremos una fuerte presencia de esas cosmogonías que giran en torno al ser humano, un cosmos que en muchos casos se vertebra a partir de un sinfín de elementos simbólicos, planteamientos que liberan al lienzo de contaminaciones y lo dotan de lo esencial, de esa presencia certera en la que se encierra esa verdad revelada que lo explica todo o por lo menos lo intenta.
Esos cuadros son más cerrados y abruptos para el espectador, superficies orgánicas que se articulan en torno al gran símbolo, al tótem de la tribu, a ese disco que simboliza toda una existencia, como sucede en su ‘Revelación céltica’.
A diferentes planteamientos responden otros cuadros que nos encontramos en la muestra, entre ellos destaca una colección de paisajes de una factura estupenda, limpios y concisos, deudores en muchos casos de la influencia de la estampa japonesa que modificó muchas creaciones artísticas desde su descubrimiento en las últimas décadas del siglo XIX y que vemos se mantiene todavía vigente como arquetipo artístico. Michael Maesh equilibra así, desde una percepción formal, un lienzo que bebe entre dos aguas, las que generan esos dos grandes ríos que Oriente y Occidente crearon de forma paralela y que de vez en cuando cruzan sus cauces. Así sucede en ‘La salida de la luna’, mezcla de esa formalización del esquema japonés y una profunda connotación romántica, también en los más austeros ‘Las Rías’ o ‘Crepúsculo’, tintas planas sin gradaciones cromáticas que, muy especialmente en el segundo, logra una sensación de irrealidad por lo hermoso e inspirador de la escena. Ambas formas de acercarse a la pintura deben ser entendidas dentro de una situación reverencial a la naturaleza, a ese entorno con el que el ser humano estará en deuda permanente, no sólo por su belleza sino por la continua aniquilación que de ella hacemos.
Este panteísmo es clave para entender como Michael Mahesh hace de la pintura una eterna ofrenda dentro de la búsqueda del equilibrio. Equilibrio con la naturaleza, pero también, equilibrio consigo mismo a través de un trabajo tanto pictórico como espiritual.

domingo, 28 de novembro de 2010

Espejos



Un chaparrón me obliga a cruzar a la carrera la plaza de la Estrella, entre una inusual estampa de sillas apiladas bajo plásticos, y a entrar en el Carabela, lo que siempre supone darse de bruces con las entrañas de Pontevedra. Acodado en sus bancadas forradas de un ajado skay rojo, dispongo de una mirada privilegiada de los espejos deformantes de esta ciudad repleta de sorprendentes visiones. Mientras un camarero espera por la comanda, ataviado con una prusiana casaca blanca,tras una cortina de lluvia el humeante tren de Valentín se refugia bajo una colorida sombrilla de playa, al tiempo que una bandada de palomas hace equilibrios entre las ruinas de un Savoy sostenido por su memoria. De repente irrumpe un violento sol y el empedrado se vuelve un gran cristal donde los tonos verdes de los camelios salpican la plaza. El calor de un vidrio al contacto de mis dedos me despierta de lo que ya se aproximaba a un sueño, giro la cabeza, y a mi espalda, entre las conversaciones de los clientes, se abre otra ciudad, la que Conde Corbal fijó en un mural que, cómo si fuera otro espejo, atrapa la visión que hace unos segundos se producía en el exterior. Tras los ventanales las imágenes se suceden, un hombre, con su bohemia vida agachada en un voluminoso petate, espera la voluntad de los paseantes y camina describiendo círculos mientras lee ensimismado el ABC.



Publicado en Diario de Pontevedra 27/11/2010
Fotografía Rafa Fariña

xoves, 25 de novembro de 2010

Cosas del derbi



Llega el derbi, esta vez descabalgado del paraíso deportivo del fin de semana, desplazado por una mezcla de política e intereses televisivos, elementos que cada vez más interfieren en el fútbol. Me gusta el derbi por excelencia de nuestro fútbol, Barcelona y Real Madrid enfrentados a cara de perro, pero casi más que el derbi me gusta el pre y el pospartido, lo que sucede antes cómo se establecen las estrategias, cómo se calientan los ánimos, los recaditos que se envían unos a otros, los artículos de los personajes más diversos, las porras de los amigos y lo que ocurre después, las valoraciones de lo sucedido, las caritas que les quedan a unos y otros, los efectos de los chispazos balompédicos en centros de trabajo y cafeterías. En definitiva, la salsa del derbi es casi más rica la que se cocina fuera  que la que se sustancia sobre el césped.
¿Y sobre ese césped que es lo que nos vamos a encontrar? pues seguramente mucho menos de lo que esperamos a día de hoy, y eso que todavía falta la recta final preparatoria del encuentro, entretenidos ambos contendientes en sus partidos europeos. El barcelonismo espera confiado en brazos de sus pequeñines, esos peloteros asentados en un esquema de juego definido y perfectamente desarrollado desde el cráneo de Guardiola. Es la calma, la confianza ante un trabajo de varios años con lo cual para los culés este partido podría jugarse tanto el lunes como dentro de tres semanas, sin urgencias. El Madridismo, en cambio, desea ese partido como la verdadera reválida de este año. Arrasar en la Liga está bien, ganarle al Milán no está nada mal y golear en el templo del heroe Ajax, cuna del cruyffismo, adorna lo realizado hasta el momento, pero en la Casa blanca se necesita una prueba de fuego para redimensionar a este fulgurante Madrid. Es por ello que las huestes merengues no quisieran esperar al próximo lunes, si por ellos fuera, recién llegado el Barcelona de tierras griegas y tras unos breves estiramientos ya se podría iniciar el encuentro.
Es la intensidad adolescente de quien comienza a descubrir la vida, a respirar tras años sustentados en los finos alambres del escepticismo y la desilusión. La llegada de Mourinho ha supuesto en este Madrid una ingesta acelerada del elixir de la juventud que ha revolucionado las hormonas de los jugadores blancos y desencadena en cada encuentro una atronadora tormenta. Al Real Madrid, a este Real Madrid, todavía le falta cierto aposentamiento, alcanzar la madurez de un juego más estructurado, pero mientras, lo que hace es dinamitar los encuentros con un ritmo frenético a partir de unos jugadores extraordinarios. Pero como todo joven todavía presenta numerosas fisuras, momentos inciertos de los que un buen rival, un rival potente, como el que se encontrará el Real Madrid en el Camp Nou puede sacar jugosos réditos.
En definitiva, dos modelos contrapuestos que presagian el mayor enfrentamiento de los últimos años, pero como sucede ante las grandes expectaciones muchas veces se quedan en nada, y es más que posible que veamos un partido extremadamente intenso, con muchos roces entre los jugadores, mourinhadas varias, tanganas y parones de juego, y a lo mejor, los goles se quedan para otro día. Por lo de pronto disfruten del prepartido, no sean demasiado desafiantes con sus compañeros rivales ya que todo derbi tiene tras de sí un postpartido y aunque esa semana será más corta, esas balas las carga el diablo. Que ustedes lo disfruten bien.

Publicado en Diario de Pontevedra (25/11/2010)

domingo, 21 de novembro de 2010

Relatos feitos memoria

Pai e fillo. Fillo e pai. Saúl Otero e Xandre Otero enfróntanse durante estes días, e ata o próximo 27 de novembro, na Sala de Exposicións Antón Rivas Briones de Vilagarcía de Arousa. Ambos, lonxe de pescudar unha loita sucesoria, plantexan un percorrido cheo de influxos entre un e outro, entre a aproximación de coñecementos e a reflexión que cada un deles fai sobre as súas teimas. Os dous amósannos cadanseu vieiro creativo, as apostas personais que eles entenden son os seus camiños artísticos. Unha feliz conxunción que non debemos perder.




Cantas horas terá pasado Xandre Otero no estudo do seu pai? Cantas veces terá derramado os botes de pintura de Saúl Otero? Cantas raias debuxaría o neno Xandre sobre os traballos do pai? Todas estas preguntas comezan a cobrar o seu senso ó percorrer a exposición conxunta que pai e fillo plantexaron durante o último mes en Vilagarcía. Unha maridaxe de fondas connotacións persoais, na que o pai bendice ó novo artista, e na que o fillo recoñece ó mestre. Ambas camiñan da man e ambos amosan a súa necesidade de expresión artística. Nos dous é común a ansia expresiva, a pulsión do artístico como sustento para unha forma de entender a vida. Os seus traballos trascenden o establecido achegándose á procura da liberdade, máxima capacidade do artista para provocar no espectador un necesario desconcerto, e no artista, unha sensación de calma interior.
Leva xa moitos anos Saúl Otero construíndo a súa paisaxe interior, esa bandeira de liberdade que nos amosou coas súas pinturas e que agora derivan na escultura. Os seus trebellos son unha parte máis do terreo exploratorio que sempre procura na súa arte o artista de Vilalonga, unha indagación nas posibilidades da expresión que aquí se converten en obxectos da memoria. ‘Memoria’ é como define o artista a súa obra, e certo é que as súas pezas teñen algo de deriva, de recuperación dun tempo, tanto pola súa estrutura formal como polos enunciados dos seus títulos: ‘Trebello de sensacións’, ‘Lembranza do artesán’, ‘Memoria química’, ‘Portos da memoria’ ou a súa poética ‘Gabeta para Mark Rothko’, que reproducimos en primeiro lugar. Todos eles amósanse como topónimos para o non esquecemento, para manter vivo o recordo do que foi. Esa gabeta amósase como unha fermosa homenaxe a un dos grandes pintores da derradeira centuria, un pintor que tamén xogaba moito coa memoria, coa reflexión, e que con esa gabeta parece querer abrir Saúl Otero todo o que se agocha nesa pintura tan primitiva na súa primeira mirada, pero tan profunda ó estar un rato diante dela.



Xandre Otero é máis heteroxéneo no seu tratamento, así, obras como as que se sitúan na parte superior deste comentario: ‘Paisaxe estático e en movemento? ou ‘O día que fomos veciños’, confróntanse con outro tipo de pezas como as da súa serie sobre ‘A música’. Pero o certo é que en todos eles hai unha maior delimitación do espazo, da estrutura formal que aquí se amosa profundamente estudada. Vemos como a súa ‘Paisaxe estático e en movemento’, a segunda das imaxes, alude a esa dualidade da natureza, a quietude ou a axitación. Árbores quedos, ou verdes abaneados polo aire. Ese contraste parte dunha pintura máis intelectualizada da que fai o seu pai, Xandre Otero, manexa outros rexistros, coñecementos adquiridos na súa formación como Licenciado en Belas Artes, que lle serven para facer unha pintura máis condicionada polos postulados da arte actual, pero que resulta moi efectiva ante a mirada do espectador. Son os seus ‘Relatos íntimos’, obras como ‘A luz de esa noite’ que xa de por si xustifica a existencia desta exposición. Unha imponente mirada sobre a noite e a cidade, a textura do negro, a forza dos vermellos, a suntuosidade da noite... todo para construír unha paisaxe chea de emocións e suxestións. Relatos que se fan memoria, que se mergullan na conciencia individual dunha parella que participa da arte, da súa liberdade e que agora nos amosa como esta é a súa mellor arma, o seu mellor canto xeneracional.

martes, 16 de novembro de 2010

El corrector



Llega a nuestras librerías la edición en bolsillo del tercer título que cierra la llamada ‘trilogía del mal’ del escritor asturiano Ricardo Menéndez Salmón. ‘El corrector’ es, por lo tanto, el tercer capítulo de una serie de relatos en los que al autor se vuelca de manera apasionada y obsesiva en una literatura alejada de modas pasajeras, evidenciando su fuerte compromiso con una manera de escribir intensa y que busca radiografíar nuestra sociedad. Así lo hizo con ‘La ofensa’, imprescindible relato sobre la historia de un sastre en la II Guerra Mundial y con ‘Derrumbe’, perturbador narración sobre el origen de muchas de las perversiones en nuestra sociedad. Ambas recorren ese territorio del mal, en el primero de ellos desde una perspectiva pasada, y en el segundo, a partir de una historia imaginada, pero es en ‘El corrector’ donde Menéndez Salmón más se ‘arrima’ al propósito último de sus libros, explorar unos senderos de maldad todavía muy próximos a nuestra historia reciente, al centrarse la narración en los sucesos que el 11 de marzo de 2004 tuvieron lugar con la explosión de varios artefactos en diferentes trenes de cercanías de Madrid. Aquel 11-M marcó a España, la señaló como objetivo real de un terrorismo integrista pero también destapó cómo la política es incapaz de asumir su propio significado para gestionar este tipo de situaciones límite, penosamente contaminadas por intereses partidistas. Ricardo Menéndez Salmón valora dentro de una historia personal, la de un escritor que abandona la literatura propia para realizar correcciones de libros (en este caso ‘Los demonios’ de Dostoievski, evidentemente y por el contenido de este libro algo nada casual), muchos de los acontecimientos que durante esos días de nebulosas y turbadoras horas los españoles vivieron con sobrecogimiento.
Menéndez Salmón, amante de las palabras y su perfecta sincronización en el relato, se detiene de manera especial en cómo el gobierno trató la información en aquellas horas posteriores a los antentados y el uso perverso que se hizo del lenguaje: “En aquellos terribles días el lenguaje fue vituperado, arrastrado por el fango y reducido a moneda de Judas entre toda nuestra clase política”. Cuestión que aparece magistralmente envuelta en reflexiones sobre el horror, la libertad, la literatura y el amor, tanto el filial como el sexual, partes fundamentales de nuestras vidas, de unas existencias que para siempre quedaron marcadas a fuego y sangre, y que Ricardo Menéndez Salmón es capaz de sintetizar en un libro intenso e imprescindible.

luns, 15 de novembro de 2010

Bágoas



Un mar cheo de furia levou todo aquilo no que aquel home cría. Aquelas esculturas foron a súa teima, a súa forma de relacionarse co mundo e de seguir entre nós. Formas que xurdían do mar, rendíndolle culto nunha sorte de panteísmo xurdido quen sabe de onde. Aquel saco de osos viviu pegado ó mar, mergullándose nel e formando parte dunha mesma esencia. Todo ó seu arredor era mar e o mar axudáballe de xeito inconsciente, cedéndolle inspiración e materiais. O esquecemento, tras unha morte entre arrecendos a fuel e pegadas de chapapote fixo que a obra de Man de Camelle, o traballo de toda unha vida, non tivese máis apoio co duns poucos defensores dunha obra que agora xa é historia. Cando o mar bateu contra o seu legado renovou esa simbiose participando da que é a súa última peza, a devolución ó mar daquilo do que se serviu durante anos. Como as contas dun colar, aquelas pedras foron mergullándose no mar como se fosen bágoas cada vez máis salgadas, cada vez máis cheas dunha tristura que agora xa é fonda emoción. Esas bágoas permanecerán alí agochadas no fondo do mar, nunha escura profundidade que si saberá protexer o que nós non fomos quen de facer. Varadas entre a area as súas pedriñas e cunchas, cos seus caprichosos perfís, obterán o descanso definitivo dende a afirmación do seu senso, o dunha natureza con vontade de eternidade.

domingo, 14 de novembro de 2010

El enjambre nacional



Hay muertos y muertos, que podría haber dicho el Amadeo de ‘El Verdugo’, un siempre inconmensurable Pepe Isbert, quien nunca trabajó tan bien como cuando era dirigido por Luis García Berlanga. El cine español ha sufrido en los últimos tiempos bajas tan destacadas como las de Rafael Azcona, José Luis López Vázquez o Manuel Alexandre, nombres con cuya muerte se iba lentamente cerrando una época de nuestro cine. Una etapa de oro que cabalgaba entre el franquismo como un poderoso corcel, lleno de lucidez y energía, desafiante y  brioso, para hacer añicos con sus cascos unos años mezquinos y sombríos. Es posible que sin esa geografía sórdida nuestro cine nunca hubiera desarrollado un cine tan singular como el propuesto por los Marco Ferreri, Rafael Azcona o Luis García Berlanga, todos ellos continuadores de esa abrupta línea que en el arte español surgía con Goya y se materializaba en la España de vanguardias con Gutiérrez Solana, la de la España negra, donde se procedía a la destilación de una sociedad pacata y frustrante para el desarrollo del ser humano a través del alambique del humor. La única forma de digerir ese trago era mediante un humor que se iba evaporando entre las sombras y miserias de una sociedad rancia y caduca que no permitiría nunca el progreso del país. Esas raíces se potenciaban con la salida al exterior en los rodajes, abandonando los pétreos estudios y respirando el neorrealismo, así como el humanismo que llegaba de cinematografías como la italiana con Rossellini o la francesa con Renoir. Ya Edgar Neville, otro de esos directores esenciales del cine español, puso el dedo en aquellos estratos sociales, como radiografía de un tiempo y manifestación del retraso patrio. Junto a él, Luis García Berlanga firmó el guión de su excelente y poco conocida película ‘Novio a la vista’, para continuar haciendo de nuestras gentes el objetivo de su cámara. Berlanga sabía que los personajes, eran la clave de su cine, la colmena sobre la que actuar y que situar en ese crisol que sólo los mejores directores saben crear. Así lo hizo y su cine se fue tiñendo de acritud y desesperanza, hombro con hombro junto al guionista Rafael Azcona, sus películas eran esencias de nuestro mejor cine, ese que a borbotones se movía entre un enjambre de seres humanos, despedazados por un sistema dictatorial que lentamente les iba estrangulando y al que sólo sus relaciones, sus sencillos vínculos, permitían subsistir. Ese enjambre nacional se convirtió en la esencia de lo berlanguiano, de una manera de filmar absolutamente maestra que sobrevolaba entre grandes cantidades de personas que constantemente hablaban. Palabras en un mundo de silencio, palabras que se solapaban unas sobre otras, palabras que finalmente nada decían. El ruido en un universo que nunca nos conducía a ningún lugar, que nos abocaba, pese a ese ruido, al silencio. ‘Plácido’, ‘El verdugo’, ‘La escopeta nacional’ o ‘Todos a la cárcel’, filmadas en diferentes décadas son un palmario ejemplo de eses tumultos que nos volvían locos: personajes que iban y venían, conversaciones que se entrecruzaban, gente que entraba, gente que salía…larguísimos planos que nos atrapaban dentro de sí como parte del propio diálogo. Luis García Berlanga se configuró así como un creador único y sin precedentes, siendo él un generador de influencias para muchos directores posteriores. Su marcha es la del gran tótem de nuestro cine, la columna vertebradora de una resistencia fílmica y de una delicia visual para el espectador. Es como si el cine de Hollywood perdiera otra vez a John Ford, aquel que se presentaba diciendo "Me llamo John Ford y  hago westerns”. Nosotros hemos perdido a un genio que se llamaba Luis García Berlanga, él, simplemente hacía películas. Las mejores.

xoves, 11 de novembro de 2010

Deuda saldada



Siempre que cumplo años algún recuerdo visualiza lo mayor que me hago. Rozando ya los cuarenta en esta ocasión todo llegó por donde parece que llega todo, por el facebook. Allí un amigo dejó colgado un enlace para refrescar la memoria sobre el duelo entre Michael Jordan y Drazen Petrovic en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92. Dos de los mejores baloncestistas de la historia, frente a frente, en una final y olímpica, casi nada. Miradas, desafíos, y movimientos eléctricos que les aislaron del resto del mundo por unos minutos. Ambos parecían estar disputando uno de esos encuentros que tantas veces salen en el cine, disputado en el patio trasero de una vivienda de algún barrio americano, un uno contra uno, sólo que éste estaba siendo televisado a millones de personas. Pero ellos, a lo suyo.
Por eso de la diferencia de años con mi nostálgico amigo, mi memoria se precipitaba más atrás en el tiempo, cuando uno palpitaba baloncesto a raíz de aquella medalla olímpica que España logró en los Juegos de Los Ángeles, tan inesperada como inolvidable. Una medalla era una medalla, y a partir de ahí todo fue diferente en el país del fútbol y sólo fútbol. La revista semanal ‘Gigantes’, los mejores jugadores del mundo recortados en una carpeta tuneada, madrugones para ver el All Star Game y hasta la grabación de partidos de la NBA. En ese universo se instaló de repente un estirado jugador que procedía de Croacia para jugar en el Real Madrid (algún defecto tenía que tener) de los ochenta, y con el 4 a la espalda hizo lo que nunca he visto hacer a ningún otro, o quizás sí, precisamente a Michael Jordan, pero a mí me gustaba más Drazen Petrovic, el genio de Sibenik, un croata engreído y orgulloso (una redundancia hablando de croatas) pero que jugaba como Dios al baloncesto. Me agarro a mis frágiles recuerdos para rememorar su estilo inconfundible, su andar casi de puntillas, su pecho estirado, sus fintas, quiebros y requiebros, sus airadas miradas, sus brazos en alto, su lengua fuera en las entradas a canasta, su soplido antes de un tiro libre, sus saltos de alegría, y sus lanzamientos con unos porcentajes de acierto escandalosamente buenos. Con varios kilos de músculo menos que en el 92 este jugador se bastaba él solito para destrozar un partido, como aquel de una final de la Recopa de Europa que enfrentó al Real Madrid frente al Snaidero Casserta, en el que anotó 62 puntos, no el equipo, que llegó hasta 117, sino él solito para superar a un rival atónito que no daba crédito a lo que estaba viendo y a una hinchada enloquecida. Como ese partido de 1989 hubo muchos, temporada tras temporada el croata se superaba a sí mismo y su entrada en la NBA supuso uno de los hitos del baloncesto europeo con un jugador que de verdad trataba de tú a tú a las estrellas yankees.
No me pregunten por qué o a cuento de qué viene este artículo, cosas de la edad, y quizás también tenga algo de expiación personal, una deuda pendiente desde aquellos ochenta en los que uno andaba pensando en otras cosas y donde la posibilidad de escribir sobre un jugador así era una quimera. El tiempo parece que pone todas las cosas en su sitio y quizás este 11 de noviembre de 2010 sea la ocasión que nunca tuve de escribir de Drazen Petrovic, el mejor jugador de baloncesto que he visto nunca y todo gracias a Javi Casal. Gracias.

domingo, 7 de novembro de 2010

Turbadora realidad

La galería Borrón 4 de Cambados acoge hasta el próximo 24 de noviembre una selección de trabajos de Teresa Brutcher, pintora de origen americana, aunque afincada en el concello de Poio desde hace muchos años. Su pintura se nutre de la realidad para implicarnos a todos nosotros en un ejercicio representativo intenso y de consecuencias tan sugerentes como las que aquí se muestran. Esa realidad, captada hasta el máximo detalle, se acompaña de una fuerte carga simbólica con elementos que salpican una narración de la que formamos parte. 



Ninguna obra de Teresa Brutcher puede dejar indiferente al espectador. La capacidad de esta pintora por aproximarse a nuestra realidad es tan intensa en su ejecución, como sutil en la representación e intensa en su recepción. Teresa Brutcher configura con su imaginario un universo de sensaciones a partir de enfrentarse con el mundo real, readaptándolo a su forma de expresión y proponiendo nuevas visiones de esa realidad.
Sus obras, plenas de luz y de color, enfatizan al ser humano y su posición, tan variable, no sólo por cuestiones cronólogicas sino por situaciones sociales, experiencias vividas o las infinitas lacras que marcan de manera lacerante nuestra existencia. Teresa Brutcher, no es artista de un único cuadro, sus trabajos se diversifican y nos muestran de manera directa el paso del tiempo, a través de unos ancianos ajados por una vida que ahora parece condenarlos a la soledad; las cárceles del hombre, espacios cerrados, construídos en ocasiones por nosotros mismos como una forma de aislarnos del resto del mundo; la melancolía, con mujeres en la cuerda floja, levemente acariciadas por las olas del mar y rodeadas de unas flores- que importantes son las flores en la obra de esta mujer, como símbolo, como reloj, como concentración de una existencia-. Flores que más que adornos son sirenas que nos alertan ante su humana fragilidad; pero también críticas a nuestra sociedad actual, hermosos cuerpos a lo que nos obligan desde los medios de comunicación, sponsorizados por marcas, por un consumo atroz con el que se ironiza a través de un humor descompresivo de esa situación y sin el cual el cuadro perdería parte de su fuerza; mujeres idénticas que nos desafían más que desde su interior desde su exterior de labios desafiantemente pintados y cuerpos encorsetados en unos ceñidos trajes negros. Pero hay otros cuerpos, los que últimamente preocupan a Teresa Brutcher, es su obra más reciente, torsos desnudos que no nos desafían, que se sitúan ante nosotros en una mezcla de timidez y plácida conformidad con su existencia. Son planos cortos, delicadas sorpresas que capta la pintora con una delicadeza que contrasta con trabajos anteriores. Esa flor que una joven se coloca en su pelo no es más que un instante, pero un instante en el que el resto del mundo no tiene sentido. El momento casual, la sutileza, la inocencia del acto nos reconcilian con nosotros mismos. Pero como instante que es, es fugaz, de ahí su valor. Tránsito hacia otros territorios, como los del dolor, a los que de nuevo nos conduce otra flor, una rosa, pero una rosa con espinas, como debe ser. La belleza en tantas y tantas ocasiones trae acarreado el dolor, una carga que nosotros mismos debemos aliviar. Espinas que extraer para ser nosotros mismos. Teresa Brutcher con su pintura nos sitúa ante esas realidades, visiones de un entorno en el que somos analizados para ser reinventados por una artista capaz de turbarnos y de posicionarnos ante nosotros mismos.

xoves, 4 de novembro de 2010

Ya nada volverá a ser igual



La vida muchas veces nos sitúa en encrucijadas, cruces de caminos en los que debemos de tomar una decisión que posiblemente cambiará el resto de nuestras vidas. David Cal hace años, en ese tránsito del deporte aficionado al profesional, se encontró ante la primera de ellas, la de apostar fuerte por sus calidades deportivas, y exigirse al máximo durante cada uno de los días del año para convertirse así en uno de nuestros mejores deportistas a nivel mundial. Hace unas semanas el palista de Aldán se encontró de nuevo en una tesitura semejante, la de dar un paso adelante y formar parte de la candidatura de Telmo Martín a la alcaldía de Pontevedra. David Cal, y me imagino que su incisivo y tantas veces sensible entorno, dieron el sí, la afirmación necesaria para ser incluído en una lista que hará que ya nada vuelva a ser igual. La política, entre sus afiladas aristas, tiene la de ir lentamente erosionando a sus componentes, la de ir minando la visión que antes del bautismo político teníamos de cada uno de sus integrantes. David Cal, siempre será nuestro héroe olímpico, nuestro sagrado medallista, pero lo será menos. Pasar de estar coronado con el laurel de los triunfadores, con las medallas en la mano, a repartir pasquines de partido o a posar bajo unas siglas (con todo lo que ello supone ideológicamente) hará que todos, en mayor o menor medida, veamos a David Cal de manera diferente.
No duden que el deporte ha perdido más de lo que ha ganado la política, y por mucho que se diga que hasta pasados los Juegos Olímpicos David Cal no formará parte del grupo activo del partido, el palista tendrá una presión añadida que en nada le va a ayudar en su puesta a punto para una cita en la que sí todos le apoyan. Habrá días que no, pero en otros muchos, mientras se suceden las paloas sobre esa canoa llena de sufrimientos y contra el inmisericorde cronómetro, su mente no podrá evadirse de lo que suceda en el ring político, además, su exposición pública en los medios le llevará a tener que sufrir más de un ‘palito’, algo que hasta ahora era muy difícil de ver por su imagen de deportista de primer nivel al cual todos protegíamos y hasta disculpábamos ciertos desplantes que lo hacían coquetear con una política en la que nunca quisimos verle inmerso. Aquellas escaramuzas levantiscas que le llevaron a criticar las políticas de anteriores gobiernos, ahora se redimensionan; sus marchas hacia aguas más al norte en busca de mejores instalaciones para un mejor entrenamiento, presenta una lectura nueva a la que se realizaba en aquellos días. Y es que ya nada volverá a ser igual.
Tras el innegable derecho de cualquier persona a presentarse en una candidatura, es más dudosa la elección del momento adecuado. Dejarse llevar por  cantos de sirena que tras sus músicas embaucadoras nada ofrecen y que lo único que pretenden es consignar la necesaria carga de populismo que ciertos políticos, normalmente los peores, los que no tienen argumentario, consideran imprescindible para lograr una victoria. Ésta debe lograrse al precio que sea, incluso haciendo peligrar la carrera de nuestro mejor deportista, de un héroe al que se le van desprendiendo las hojitas de laurel que un día lo tocaron como una leyenda y que ahora se marchitan ante la llegada de un nuevo tiempo, un tiempo en el que nada volverá a ser igual.

luns, 1 de novembro de 2010

Cuando una gota se vuelve océano

El Náutico de Pontevedra, situado en plena desembocadura del río Lérez, acoge una selección de obras del artista Alberto Gulías, que presentan una fuerte vinculación con el medio marino. Pocos lugares se muestran tan apropiados para la reflexión desde lo artístico como este local, que, entre su variedad de oferta hostelera, también apuesta por la presencia de diferentes artistas, casi todos muy vinculados a Pontevedra. Alberto Gulías en esta ocasión nos invita a sumergirnos en una imaginación inagotable y llena de exitosas posibilidades.



Con las maletas a punto de cerrarse de cara a participar en la próxima feria de arte Feriarte, a celebrar en Madrid entre los días 20 y 28 de noviembre y a la que acude dentro de la galería Jaime Trigo, Alberto Gulías se despide durante una larga temporada de la que es su ciudad. Rincón en el que recarga energías de cara a una frenética actividad expositiva que derivará en un 2011 con muestras ya confirmadas en Londres o Barcelona. Pero al final de ese camino, de ese desasosiego interno con profundas connotaciones pessoanas, más evidente en la obra de Alberto Gulías, pero que todo artista presenta ante lo desconocido, siempre se encuentra Pontevedra. Ciudad que cada vez se muestra más atractiva y más cercana al individuo, precisamente el protagonista de todo su trabajo. El eje sobre el que se articula una obra de una profunda imaginación, cargada de elementos simbólicos que no deben distraernos de esa presencia humana.
En el Náutico, Alberto Gulías nos sitúa ante uno de sus mundos creativos, el que surge del mar, océanos que devuelven a tierra los restos de un naufragio, el de ese hombre que secularmente se ha vinculado al mar, a su fortuna, y en muchos casos, a su desgracia.
Especies marinas, restos de civilizaciones, objetos, azares, mitologías... todo ello tiene cabida en esos collages tan sugerentes que acompañan a lo largo de esta selección de obras a sus grandes protagonistas, las esculturas. Tres figuras humanas que se convierten en soporte de una identidad. Una triada al estilo de la estatuaria clásica que busca la conquista de un lugar, la apropiación del espacio en que ésta se ubica y nos retrotrae a las antiguas culturas mediterráneas. Adoradores de la naturaleza, exégetas de una dimensión de miedos y dudas. ‘Mar de fondo’, ‘Superstar’ o ‘El mariscador’ conforman ese Olimpo ante el que Alberto Gulías nos convoca. Sus pieles repletas de elementos, adhesiones de un océano que imprime sus huellas, rastros de una deriva natural, fabulaciones de un universo submarino, entre lo real y lo irreal. Porque en el trabajo de nuestro protagonista hay mucho de ese enmascaramiento que produce la mezcla de ambas situaciones. Confusiones con las que premeditadamente juega quien se convierte en un nuevo fabulador. Creador de mitos y relatos teñidos por la épica del mar. Así se contiene en ese gran cuadro que nos observa a través de un ojo abisal en cuyo interior se esconde una sorpresa, a su alrededor se despliega todo un imaginario, tan poderoso como atractivo: brújulas de arena, un hombre conformado por un conjunto de delfines, y ese marinero, marinero en tierra, con evocaciones melancólicas, plasmación de ese desasosiego al que nos referíamos al inicio de este texto. Este azul que sustenta toda la obra se estrella contra las paredes del Náutico, un rompiente cuya espuma regenera las restantes obras, trabajos que, como en un naufragio, deposita en nuestra orilla, los restos de tantas y tantas culturas, antiguas y modernas. Gotas de mar capaces de condensar la inmensidad del océano que aquí se despliegan para introducirnos en ese viaje que siempre nos propone Alberto Gulías en sus exposiciones. Recorridos fascinantes cargados de unas maletas llenas de las inquietudes y las pasiones de este artista, de frenética actividad, con los ojos abiertos a un mundo cada vez más dinámico y heterogéneo. Nuevos tiempos que Alberto Gulías sabe combinar con la tradición, ese pozo inagotable del cual sabe extraer el sustento para su obra y una sólida base sobre la que articular su discurso. Estos ‘Seres de agua’, como él mismo los define, funcionan como esas gotas de mar que antes citábamos, núcleos donde la idea del mar se concentra y estalla para nuestra satisfacción. Se crea así un espacio que alienta nuestra imaginación, y desde este balcón sobre el Lérez, en que se convierte el Café-Restaurante Náutico, podemos disfrutar de un gozoso momento, donde Alberto Gulías, ha esparcido sus 'fugas onduladas de vaga luz' como diría el gran Fernando Pessoa.

Lágrimas


La última vez que lloré tiene fecha, 30 de abril de 2010 y también motivo, escuchar a Joan Manuel Serrat cantando las ‘Nanas de la cebolla’ de Miguel Hernández a corazón abierto, que es cómo sólo se pueden cantar esas cosas. En aquella butaca del Pazo da Cultura cada estrofa encogía mi corazón al palpar el sufrimiento de un hombre encarcelado por pensar diferente a sus captores, y cómo esa horrenda situación límite era capaz de propiciar una poesía tan descarnada. Un canto eterno a la miseria del ser humano que le condenó a él a una muerte lenta, y a su hijo, a alimentarse de pan y caldo de cebolla. Lágrimas incontrolables, que brotan en un instante, similares a las que salieron de los ojos de un ministro que acababa de ser cesado. Un gesto de humanidad que al mayor vendedor de libros de este país le llevó a travestirse de Alatriste para arremeter sin piedad contra él. Los hombres no pueden llorar, parece que viene a decir quien tantas lágrimas se enorgulleció de escribir. La Academia y la consolidación de un personaje arisco han endurecido más la piel de Pérez Reverte que sus años de reportero en territorios comanches. Infiernos como de los que Miguel Hernández extrajo muchos de nuestros versos más hermosos. Hoy el poeta cumpliría cien años, y sus lágrimas, que fueron mías un día de abril, no hacen más que sentirme orgulloso de ser un hombre. Un hombre que llora.