venres, 26 de febreiro de 2021

(Re) ler a Rosalía

          

Saga/Fuga


GABÁMONOS estes días de ter a Rosalía de Castro como unha das nosas. Unha muller que cada ano aumenta a súa consideración, xa non só como creadora, senón como adiantada ás propias posibilidades sociais do seu tempo. Cada 24 de febreiro institucións e asociacións adican o día do seu nacemento á súa lembranza, posibilitando así que nos acheguemos a ela dun xeito máis intenso do que debería ser unha constante nas nosas vidas, como sería o relacionarnos dun xeito máis intenso cos seus textos, alí onde nos atopamos á verdadeira Rosalía de Castro. Refírome con isto a que a súa escrita é a que nos ten que dar a súa verdadeira dimensión e non a imaxe deturpada durante décadas que fixo dela case que unha miñaxoia que non se podía desprender das bágoas e dos laios.

Cada vez máis miradas e reflexións fan de Rosalía de Castro un achádego permanente que afonda na universalidade da nosa poeta que foi quen de xerar un ecosistema ao seu arredor que fixo medrar no seu interior moitos elementos dunha sorprendente modernidade e valentía.

Moito disto o puidemos comprobar nos actos que a Deputación de Pontevedra e o Vicerreitorado da Universidade de Vigo en Pontevedra desenvolveron o pasado martes. Dous actos cheos de sensibilidade e fermosura na súa organización, e que tensaron unha serie de fíos para facernos pensar na Rosalía máis alá da postal.

Entre camelias e o aloumiño da voz de Uxía, máis emocionante aínda cando se baseou para unha das súas cancións no traballo do inesquecible Narf, discorreu o acto no Salón Nobre da Deputación, no que a Asociación de Escritores en Lingua Galega puxo na palabra de Anna Figueirido o seu escrito adicado a Rosalía de Castro. Un intelixente texto que vencellou a Rosalía de Castro con este tempo noso cheo de estrañezas e no que a súa figura desenvolvería un papel non moi diferente do que tivo naquel século XIX, e nunha Galicia eivada que ela se encargou, no só de laiar, senón de reivindicar, sinalando, en moitos casos, os culpábeis, e ben lonxe do que se esperaba do rol da muller, case sempre coa cabeza baixa fronte aos acontecementos.
Somos cada un de nós os que temos que darlle a volta a esa mirada enxurrada de prexuízos, e a maneira de facelo é ler ou reler a Rosalía de Castro. Así fixo o alcalde de Pontevedra o día antes dese acto que pechou el mesmo cunhas palabras afastadas de papeis, falando, de xeito sinxelo, tras adicar unha tarde á lectura e o interese pola autora. Fernández Lores falou da creadora de ‘Follas Novas’ e falou ben. Deixando de lado a emoción que calquera nacionalista evoca cando fala desta autora tan simbólica, Lores sinalou moitas das súas achegas, certamente, non coma un experto en Rosalía, pero si como alguén que goza co descubrimento de facetas como a defensa da lingua, o feminismo ou mesmo o ecoloxismo, e como iso nos pode sinalar hoxe un camiño cun longo percorrido.
Na Casa das Campás, na brillante estrea de Eulalia Agrelo como responsable da área de cultura da Universidade de Vigo, foi o fondo coñecemento da escritora María Reimóndez o que incidiu, de xeito máis teórico, en cuestións como a imaxe que de nós se tiña fóra de Galicia, a reivindicación pola poeta das culpas dos nosos atrasos e a valoración do popular como parte da nosa cultura.

A noite tamén se encheu de Rosalías, grazas á iluminación que aínda estes días manterá acesa a Deputación en diferentes vilas da provincia. E é que se alguén pode loitar contra a escuridade esa é Rosalía de Castro.




Publicado en Diario de Pontevedra 26/02/2021

Fotografía. Anna Figueirido na lectura do manifesto da AELG (Rafa Estévez/Deputación de Pontevedra)

luns, 22 de febreiro de 2021

Memoria gráfica

[Ramonismo 57]

Una fotografía familiar activa en Paco Roca un lúcido relato que va de lo íntimo al retrato de la España de posguerra



HAY CERTEZAS cada vez más firmes en el universo de la cultura. Una de ellas es la seguridad en la calidad y lo sorprendente en cada uno de los trabajos que Paco Roca (Valencia, 1969) nos propone dentro de un discurso general de compromiso con el ser humano.

La más reciente de estas confirmaciones viene de su última obra, ‘Regreso al Edén’ (Editorial Astiberri). Un prodigioso trabajo en el que Paco Roca parte de lo más personal, el retrato de su familia procedente de una antigua fotografía, para aproximarnos a la España de posguerra.

Surge así una novela gráfica llena de momentos espléndidos en la que no sólo lo que se cuenta sino, sobre todo, cómo se cuenta, hacen de este ‘Regreso al Edén’ un deslumbrante ejercicio creativo. Parte Paco Roca de la oscuridad de un lugar donde tanto el hombre como la fotografía tienen su origen. Un punto de luz nos conduce a ese misterio que es la vida, pero también a una disciplina como la fotografía, capaz de congelar sobre una superficie un fragmento del pasado, con todo lo que eso supone de mantener activa la memoria, de conservar afectos y calibrar sentimientos personales.

Esa fotografía, aparentemente azarosa, que capta un momento de felicidad en una playa, se convierte en el punto de ignición de toda una historia familiar que, como la de tantas durante la posguerra, tuvo que sortear miserias y actitudes que, desde nuestros felices días, semejan ciencia ficción. Pero están ahí, y son, queramos o no, parte de nosotros, en mayor o menor medida, de ahí que ‘Regreso al Edén’ se convierta en una pertinente revisión de aquel tiempo al que nunca está de más volver para saber realmente lo que tuvieron que pasar los que nos antecedieron. Así es como nos encontramos con los desvelos de una familia de clase media, franja social que caracterizó la población durante el franquismo, bajo el peso de la Iglesia, la escasez de alimentos, el modo de establecer las relaciones entre hombres y mujeres y cómo éstas se integraban en las familias, en definitiva, un ámbito de vida, en el que una fotografía de un momento feliz, donde todo parecía suspendido en el aire, podía convertirse en un tesoro, en una ventana a la que asomarse para recuperar un edén familiar desde el que activar la memoria de cada uno de sus protagonistas.  

Para Paco Roca no es este un tema nuevo. ‘El ángel de la retirada’, ‘Los surcos del azar’ o ‘La casa’, indagan en esa memoria en la que situar su mirada y la capacidad para traer a nuestro presente situaciones de un pasado que, desde la novela gráfica, ofrecen un campo de análisis y conocimiento muy apropiado y que muestran el compromiso de uno de nuestros activos culturales más importantes, con reconocimientos como el Premio Nacional del Cómic, el internacional Eisner o numerosos reconocimientos en diferentes Salones del Cómic. Premios que refuerzan una manera de enfrentarse a la ilustración capaz de hibridar la viñeta más clásica, en este caso con una gran importancia del dibujo, con nuevas opciones narrativas, con propuestas artísticas de una enorme creatividad y fuerza que impactan al lector, haciendo de cada página una experimentación, no sólo visual sino también conceptual. Algo que se completa con el cuidado y mimo a la hora de la edición, en esta ocasión con un formato horizontal, que nos recuerda también a aquellas publicaciones del propio tiempo en el que se centra la historia. 

Aquí son muchas las páginas en las que acontece esa sorpresa en la que se es capaz de mezclar una historia personal, sumamente íntima, una épica cotidiana, con la historia de un país, con el conocimiento y explicación de ciertas situaciones sociales que se daban en aquella España gris de posguerra, en la que las relaciones de las personas se veían siempre sometidas y actuando en función de los cánones ideológicos del Régimen. Todo ello brota de aquello que hoy nos puede parecer más simple, una fotografía, pero que en tiempos de escasez era una especie de cofre en el que guardar no sólo imágenes, sino sentimientos o, como logra Paco Roca, la fotografía de la memoria de un país.

 

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 20/02/2021


 

xoves, 18 de febreiro de 2021

La verdad de lo humano

 

La muerte del poeta y último Premio Cervantes, Joan Margarit, deja en sus lectores la sensación de una ausencia convertida en la emoción recibida por la lectura de sus poemas. Un itinerario vital, profesional y familiar, que derivó en una poesía, centrada en el ser humano, en la que la memoria, el dolor y una compleja sencillez lo inundan todo



HAN TRANSCURRIDO varias horas desde la muerte del poeta. Un paso del tiempo breve pero lleno de una emocionante intensidad que emana, en este intervalo, de la respuesta de lectores y profesionales de la comunicación que han convertido el óbito en un decidido aplauso unánime al poeta, pero también a la persona.

Y es que en pocos poetas la persona se muestra en su obra de una manera tan descarnada, tan abierta y próxima al lector. Joan Margarit no pretendía en su poesía esa búsqueda de la belleza que en ocasiones hasta parecía molestarle, como una distracción ante lo que que realmente posee vigencia en la vida. Es por ello que la suya era una poesía desnuda, alejada del exceso de ornato y centrada en la verdad, en la verdad del ser humano. Y esta verdad suele ser conmovedora, desgarradora, porque nadie nos prepara para la vida y lo que coloca ante nosotros. ‘Sin el dolor no habríamos amado’ (Visor) es el título de lo último publicado de Joan Margarit, y quizás lo más importante, por ser una antología realizada por el propio autor. Honesto hasta para saber que muchos de sus poemas son prescindibles, pero otros no, y esos otros son puro deslumbramiento, un estremecimiento permanente para el lector. Pero vamos a ese título, a ese dolor que nos desnuda y nos hace valorar que lo realmente importante, lo que entendemos como fruto del amor, es también lo que más nos puede dañar. Joan Margarit sabe bien de lo que habla. Dos de sus hijas fallecieron, Anna a las pocas horas de vida, la otra con treinta años, tras sufrir un extraño tipo de enfermedad. Esta última era ‘Joana’, quien bautizó un volumen del mismo título de 2002. En él se produce esa fractura con la vida, ese seísmo que se mantendrá, con diferentes intensidades, a lo largo de una obra que iba creciendo en su dimensión poética, al tiempo que en su conocimiento y admiración por unos lectores que reconocían en esa claridad de lo expresado un asidero cuando la tormenta se desata.

Para Joan Margarit la poesía tenía mucho de eso, de sujeción frente a la vida. Él, que fue también arquitecto, catedrático de Cálculo de Estructuras en la Escuela de Arquitectura de Barcelona, conocía perfectamente la importancia de un esqueleto para proyectar el cobijo del ser humano. Un cálculo que debía basarse en emplear los menos materiales posibles para proporcionar los mejores resultados de habitabilidad o espacialidad. Identifiquemos esas propuestas con su poesía y es cuando se produce el gran hallazgo, el de la palabra escogida, el encaje depurado, la plasmación eficiente de una intimidad que se desboca en el poema para ser casa. ‘Casa de misericordia’ (2007), ‘Amar es dónde’ (2015) o ‘Un asombroso invierno’ (2018), todos ellos publicados en castellano en Visor y en catalán en Proa, son ese tipo de poemario-casa. Una guarida desde la que sentir lo íntimo del poeta como propio, desde donde asomarnos a unas ventanas luminosas hacia un exterior que se proyecta a una cierta distancia. En ese compartir miradas es donde Joan Margarit se sentía fortalecido. Hemos visto durante estas horas de luto como muchos nos han hecho partícipes, a través de las redes sociales, de sus autógrafos, de sus dedicatorias en sus diferentes libros de poemas y en todos ellos se repetía una expresión de despedida «tu Joan». Puede parecer una cuestión menor, pero no lo es si recuperamos sus palabras: «El trabajo del poeta, está trabado de forma invisible con la vida de sus lectores. Llegado un momento, es a ellos y a ellas a quien tengo que ceder la responsabilidad-cuando deseen asumirla- de seguir sus particulares caminos dentro de unos poemas que son ya tan suyos como míos».

Este «tan suyos como míos», es el punto de intersección que Joan Margarit baliza como el encuentro del lector con el poeta, hasta generar una misma identidad, sabedor de que eso es lo que da sentido a un poema. También evidencia el trasfondo humano, el no sentirse alejado de las personas desde alguno de esos parnasos en los que se guarecen ciertos poetas. Joan Margarit era profundamente cercano y próximo a las personas, inteligentemente conocedor del inmenso capital que se puede encontrar en ellas. Ese capital es el que guarda como un tesoro en sus poemas, en ese desfiladero de la memoria que nos lleva al niño junto a su abuela en la posguerra; a la represión de un franquismo que le obligó a hablar castellano para cobijar en su interior un catalán que se rebelaría en cierto momento como una necesidad para entender realmente los sentimientos de una vida que, a partir de ese momento, se bifurcará en las dos lenguas en las que escribía, no traducía, sus poemas; pero también el paso del tiempo, la pérdida, el dolor, la amistad, la vejez y la muerte. En esa honestidad de su poesía, en esa ética militante del ejercicio literario, esos elementos se veían desde el invierno de su vida como la firme estructura de una poesía que ni mucho menos renunciaba a la alegría y al disfrute de la vida: las compañías, los paisajes, la música, en definitiva, la cultura como andamiaje de una existencia completa.

Llegaron los premios, el Premio Nacional de Poesía, el Reina Sofía, el Cervantes. Siempre asumidos con esa distancia que los laureles provocan a quien tenía como gran premio hacer un buen poema, pero sobre todo mirar con dignidad a la vida. Así fue hasta las últimas horas, escribiendo una poesía que llegará a las librerías («La libertad es una librería», dejó dicho) en las próximas semanas, de la mano de su editor en castellano y amigo Chus Visor, el título, ‘Animal de bosque’, cuya revisión final tendrá como cómplice a su íntimo de vida y poesía, Luis García Montero. El director del Instituto Cervantes le convocó hace unos meses para guardar en una de las Cajas de las Letras de esa Institución un legado que abrir en el año 2038. Allí se depositaron dos libros, uno en catalán, otro en castellano, pero sobre todo quedó una identidad fruto de lo que construye la memoria, del afecto y la emoción de unas palabras entendidas como concordia, pese a los latigazos de la vida. La palabra como redención, la palabra como morada irrenunciable.

A los 82 años nos deja el poeta, pero también nos deja abierta su casa para que accedamos a ella, esa que entendía modesta, pero que ahora se comprende como inmensa en esa verdad de lo humano. «Como la poesía:/por más bello que sea, un buen poema/ha de ser siempre cruel./No hay nada más. La poesía es hoy/la última casa de misericordia».

 

 

Publicado en Diario de Pontevedra 18/02/2021


domingo, 14 de febreiro de 2021

Verdades piadosas

 

[Ramonismo 56]

'Miss Marte’, la última novela de Manuel Jabois, nos interroga sobre el amor, el pasado y los rincones oscuros

 


VUELVE Manuel Jabois a poner la lupa sobre el ser humano en esos momentos que nos construyen. Repite, como hiciera en su anterior libro, ‘Malaherba’, en la intención de observar cómo actuamos cuando la vida decide ponernos a prueba y saber, como aquel halcón del cine negro, de qué material estamos hechos, como si fueramos sueños, aunque nadie nos aseguró que esos sueños fueran hermosos. Ese material es el que talla Manuel Jabois con un pulso literario cada vez más firme, en clara competencia con su labor periodística. Dos caminos que se hibridan con una fortaleza sorprendente en esta historia ubicada en el fin del mundo, nuestro finis terrae. Quizás el último rincón al que pueda escapar una persona cuando sus rincones íntimos la acorralan. Allí donde se pone el sol, donde la luz se hace oscuridad, Manuel Jabois sitúa a Mai, ‘Miss Marte’ (Alfaguara), una joven llegada de Barcelona o del propio planeta Marte, poco importa, ya que su efecto en la comunidad de ese pueblo costero vendría a ser similar, por la capacidad de atracción que genera a su alrededor, poniendo patas arriba la cotidianeidad de un grupo de jóvenes que, años después de lo que fue un verano inolvidable, siguen conteniendo en su interior unas vivencias agitadas desde la desaparición en el día de su boda de la hija de Mai de tan solo tres años. Veinticinco años después una periodista, Berta Soneira, buscará una respuesta a aquellos hechos, pero sobre todo se enfrentará a lo que es la verdad, un territorio de imprevisibles consecuencias que intenta balizar a través de las miradas y las respuestas de aquel grupo de jóvenes antes los cuales se abría la vida y la vida los engulló.

Es en esa búsqueda de respuestas desde la que el libro comienza su vuelo al lograr Jabois, con esa vista de pájaro, otear lo que sucedió en aquel verano a partir de las sensaciones de sus protagonistas. Una inteligente propuesta de un periodista que sabe que las cosas no siempre son como uno las ve, ni como las ven dos o tres personas, sino que facetar las diversas caras de los hechos convierten a la verdad en una especie de diamante de un valor incalculable. Poco a poco Jabois convierte esta novela en ese diamante en el que se reflejan las caras de toda vida, unas más expuestas, otras más íntimas, pero todas conducen a esa conquista de la verdad, para bien o para mal. En esa labor nos adentra el autor para que al tiempo recorramos nuestros veranos de juventud, una Ítaca a la que siempre es necesario regresar, porque allí se acuñaron demasiadas verdades como para renunciar a ellos pese al paso del tiempo. En aquellos momentos invencibles, eternos, todo era un ahora de una fuerza arrebatadora en el que todo giraba alrededor de nuestra existencia. Tres meses que eran una vida, en la que todo alcanzaba una trascendencia cegadora que nos hacía incapaces de analizar ciertas situaciones.

Cuando Mai llega a la Costa da Morte lo hace como uno de esos cometas que irrumpen en el firmamento. A su cola deslumbrante todos se quieren subir, sabedores de que ciertos tipos de personas, por sus actitudes y misterios, nos hacen brillar más. Un brillo que también se desprende de cómo Manuel Jabois nos traslada esa información que administra con pericia, midiendo tiempos, mientras esas conversaciones confluyen hasta la torrentera final en la que somos arrastrados por esas «verdades piadosas» que se han ido sementando a lo largo de toda la novela, y que todas juntas conforman ese «cielo hueco» hacia el que ya no tiene sentido mirar.

Es ya marca de la casa esa retranca que emerge en diferentes momentos, sonrisas contenidas entre el alborozo de la vida donde se establece un alambre sobre el que deambular sin mirar, como el equilibrista, hacia lo que le separa del suelo. Esa distancia Jabois la maneja como pocos y convierte así los rincones oscuros de la vida en un permanente desafío con el drama, frente al que nunca debemos sentirnos tan importantes. Así es como a lo largo del texto nos encontramos con numerosos agujeros sobre esa superficie, espacios en los que poner el pie es todo un riesgo, pero donde el lector se siente como parte importante de lo que se cuenta, porque ante ellos nosotros debemos ocuparlos con nuestra experiencia y opciones sobre el devenir de la novela.

«Todos sonamos en algún momento de nuestra vida para algo y casi siempre nos apagan de un manotazo como si fuésemos un despertador». Esta frase es una de las muchas que se podrían destacar de un libro lleno de sentencias, tan contundentes como abismales, por lo que tienen de asomarnos al precipicio de la vida. Y es que aquí todo se juega en ese tablero, en el que nos movemos tirada tras tirada y donde las marcas de nuestro crecimiento quedan reflejadas en una pared, pero también en cómo nos medimos con los que nos rodean, con aquellos que forman parte de una búsqueda que sencillamente intenta entendernos.


Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 13/02/2021

venres, 12 de febreiro de 2021

O factor humano

 

Saga/Fuga


CHEGOULLE a Manuel Moquecho a hora da xubilación. A hora de facer da vida un territorio conquistado afastado das obrigas profesionais. Un tempo de gozo que, para a cidade, tras o acadado nos últimos anos dende o seu posto de director da Área de Dinamización Cultural do Campus de Pontevedra da Universidade de Vigo, non o vai ser tanto, ao perder a unhas das persoas que máis e mellor traballaron nesa parte de xerar cidade e de tecer fíos para que diferentes axentes culturais traballasen ombreiro con ombreiro coa Universidade, establecendo así unha dirección única para que sigamos medrando como comunidade.

A incorporación do noso xa xubilado ao tecido cultural e social de Pontevedra foi unha das mellores cousas que lle puideron pasar a unha cidade que se está a conformar dende o urbanístico para ser rede, para ser espazo de interactuación entre diferentes campos de traballo, sendo o da cultura un dos máis intensos e que mellor lle acaen ao que está pasando a esa humanización do espazo público. Manuel Morquecho soubo velo así  e abriu de xeito decidido as portas dun dos nosos grandes axentes, a Universidade, para que moitos puidésemos franquear o que tantas veces foron uns grosos muros impermeables ao que acontecía na rúa. A Casa das Campás converteuse nun espazo de encontro, de faladoiros, de proxeccións cinematográficas, de exposicións, de concertos, de recitais, de emocións... en definitiva, dunha vida que nos fixo a todos os que participamos dela moito mellores, porque para iso serve a cultura, para facernos a todos mellores.

Un sempre ten ben presente que cando as institucións traballan e poñen en marcha proxectos un elemento esencial para que teñan éxito, e significalos ante o colectivo, é o que eu chamo o factor humano (nada novo se un leu o libro de John Carlin sobre Nelson Mandela), isto é, a capacidade das persoas por converter un traballo en paixón, por sentir que as horas de oficina ocupan 24 horas, e que o que un fai é bo para todos e tamén para un mesmo.

Sería interminable citar aquí a cantidade de proxectos e de conexións plantexadas a través do seu traballo, coa complicidade e apoio, primeiro de Juan Manuel Corbacho e na actualidade de Jorge Soto, como vicerreitores do Campus de Pontevedra, pero a pegada é inmensa e deixa unha serie de pistas para seguir fornecendo ese potencial inmenso para Universidade e cidade que ten que ser a súa alianza, máis alá de estratéxica, achegándose ao íntimo. Toma o relevo Eulalia Agrelo, sabemos das súas moitas e boas capacidades, e lle damos a benvida á palestra pública ao tempo que tamén lle damos azos para seguir afianzando o conseguido nos últimos tempos.

Hoxe toca despedida, ou como cantaba Sabina: «Este adiós no maquilla un hasta luego», xa que Manuel Morquecho estará aí, acompañándonos nas actividades culturais que agardamos recuperar en breve, tras este tempo estraño e posto entre paréntese, porque o seu traballo tiña moito de formar parte de todos nós, de gozar co resto da xente do conseguido e diso un non se xubila, nin os demais lle deixaremos.

A súa implicación, chea de humanidade, colaboración permanente e sen vaidades, foi quen de encher de vento as velas dunha Pontevedra que tivo nos seus servizos un labor que a fixo mellor. De novo o factor humano converteuse no mellor aliado dos que queren facer, dos que queren ser útiles e dos que pensan que xuntos somos máis fortes. O moito acadado está aí, e aí seguiremos, atopándonos, porque nesta cidade, para iso, sobran os motivos.




Publicado no Diario de Pontevedra 12/02/2021

Fotografía: Manuel Morquecho xunto ao poeta Miguel D'Ors na presentación da última edición de '6 días, 6 poetas' (Javier Cervera-Mercadillo)

sábado, 6 de febreiro de 2021

Nuestra es su sombra

 

[Ramonismo 55]

Entre el bullicio de las barracas y la suficiencia de nuestro tiempo brota un relato visceral y lleno de sinceridad: 'Feria'

 


AVANTI TUTI A TUTI JOROBI es parte del ruido mítico de la feria que todos nosotros llevamos dentro, el sonoro entorno que caracteriza esa congregación que se mueve entre el negocio y lo lúdico y que recorre España de punta a punta, de fiesta en fiesta. Una especie de país dentro de otro país, con sus trashumantes protagonistas, con esa burbuja humana que desde el exterior observamos como algo extraño y normalmente siendo incapaces de comprender, sobre todo porque nunca nos hemos detenido a pensar en ellos más allá de un paseo entre churros y tómbolas o cuando compramos una ficha para subir a una atracción.

Precisamente hay mucho de eso, de acceder al recinto de la feria en el libro de Ana Iris Simón titulado, evidentemente, ‘Feria’, que edita Círculo de Tiza. Un universo literario que no se limita a registrar la experiencia vital de la escritora, nieta de feriantes, sino que, y ahí radica la consistencia que le ha llevado a convertirse en uno de los libros de los que más se habla, se define por la contraposición entre un tiempo agotado y el nuestro, lleno de engreimientos y desprecios a todo aquello que no se ajuste a unos cánones perversamente establecidos.

Ana Iris Simón, periodista, que con este texto debuta en la narrativa, se sube a ese carrusel tan extraño durante nuestro tiempo, como es el de la sinceridad, el de una pureza que emerge de la experiencia vivida y el mirar con absoluta honestidad al pasado de su familia, al reflejo en la memoria particular de una generación, deteniéndose en los rincones de sus habitaciones y en los lomos de los libros. Todo ello funciona como un sustrato de la Ana Iris Simón de hoy, porque ese hoy es el que se enfrenta al pasado. Por las grietas de la actualidad emergen, como pequeños brotes, las actitudes, los comportamientos y muchas heroicidades de los que nos precedieron. Ahí nos encontramos a sus abuelos feriantes, también a sus otros abuelos, agricultores y a sus padres, «la familia postal», todos ellos llenos de miedos e inseguridades, elementos propios del ser humano en cualquier generación, pero que ahora parecen querer establecerse en exclusividad como algo de los jóvenes o no tan jóvenes de nuestra época. Seres domesticados por esta sociedad capitalista, repleta de mensajes castradores que nos asaltan a la menor oportunidad para convertir aquellas dudas en una excusa perfecta para rendirse ante la vida. Antes, con muchas menos posibilidades, con muchas menos herramientas para afrontar la vida, a esta se la despojaba de una trascendencia que a nosotros nos sirve ahora como excusa para moderar intenciones, para no afrontar retos o para no volar de una manera más decidida.

Nuestra sociedad es la feria de hoy que sustituye a aquellas otras puntuales, de quita y pon. Paréntesis de ruido y distracción de ciudades y pueblos que nos evadían de la realidad. Ahora la evasión nos confunde en un ecosistema que cada vez más intenta ser eso, una confusión permanente para tenernos sometidos, para que dejemos de ser aquellos abuelos y padres resistentes, capaces de mirar a la vida a los ojos y de tirar de las bridas cuando fuese necesario. Nuestro tiempo se ha ido imponiendo de manera indolente, fosilizando todo lo anterior, sepultándolo como si nos ocasionase vergüenza. Ana Iris Simón se rebela y hace de este itinerario entre dos mundos un puente de dignidad expresado con una inusual sinceridad y hasta rabia, sabedora de que en aquello que despreciamos está lo que en realidad somos. También se rebela la escritora ante la pérdida de contexto, ya no sólo el humano, sino el físico, ese ámbito rural del que procede y que convierte también en denuncia frente al entramado urbano. Otra mirada limpia hacia un horizonte sin obstáculos, más allá de aquellos molinos contra los que se midiera Don Quijote de la Mancha. Un personaje y un territorio como nombre, una identificación entre el ser y el estar que ha condicionado mucho el universo manchego en el que asienta los cimientos la familia Ana Iris Simón. Allí debe buscar la sombra para el refresco, no tanto en una tierra sin árboles sino en la propia sombra que proyectan sus antepasados, una estirpe sin la que nada de lo que hoy acontece tendría sentido.

A toda esa herencia de valores más que de propiedades es a la que se rinde la ‘Feria’ de Ana Iris Simón. Un relato que nos interpela, que hace que nos detengamos en nuestra propia realidad, obligándonos a evocar a quienes nos modelaron en un impagable ejercicio al que no estamos acostumbrados, por aquello de asumir ciertos costes, frustraciones e imposibilidades, pero que debemos afrontar como parte de lo que somos y, sobre todo, como huella eterna de un tiempo que se ha ido ajando entre olores de almendras garrapiñadas, bocinas y un placentero jaleo en peligro de extinción, como nosotros mismos.

 

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 6/02/2021


venres, 5 de febreiro de 2021

Galega e libre de peaxe

Saga/Fuga


NAMORABAN os paxariños o pasado martes, día da Candeloria, cando, no Congreso dos Deputados, Galicia falaba a través dos tres representantes das súas forzas políticas representadas no Parlamento: Diego Calvo polo PP, Ana Pontón polo BNG e Gonzalo Caballero polo PSOE. Alí estaban os tres, subidos á mesma póla, e facendo soar un mesmo son, o que chegaba dunha terra esgotada dos abusos dunha concesión e dunha concesionaria que non deixan de facer cartos co esforzo de moitos galegos que senten esas peaxes como unha forte carga sen explicación algunha, máis alá das contas de resultados dos seus propietarios, completamente alleos ao que é a vida da xente común.

Xunto á petición da transferencia a Galicia da AP-9 chamaban a atención dúas cuestións. A primeira é ver aos nosos políticos puxando no mesmo sentido, soprando nas velas dunha Galicia á que habitualmente o vento lle entra en diferentes direccións, impedindo un maior avance e fortalecemento. Unha procura de forzas que depende, como neste caso, de conseguir transferencias que fagan medrar o seu autogoberno e a capacidade por ser donos do seu, e aquí é onde asoma a segunda cuestión que semella incríble para unha comunidade autónoma neste Estado cada vez máis descentralizado, xa que de acadar esta transferencia suporía a primeira conseguida nos últimos trece anos en Galicia. Así como soa, trece anos sen asumir novas competencias, trece anos sen conseguir máis recursos, un dato aínda máis abraiante cando un pensa que a maior parte dese tempo foron as mesmas siglas políticas, as do PP, as que gobernaron alí e aquí, o cal non fala moi ben nin dos de alí, por non facer medrar a descentralización do Estado (M. Rajoy freou ata en dúas ocasións esa transferencia), nin dos de aquí, por agochar as que deberían ser obrigadas reivindicacións en defensa da nosa terra. Iso si, na foto e no prender medallas do peito, non faltou ninguén, nin os de alí que tiveron a total responsabilidade para mudar esa situación, nin os de aquí que, podendo dar ese paso do martes, non o fixeron, e só agora, baixo esa alianza entre BNG e PSOE decidiron non perder o paso.

Ben está o que ben acaba, aínda que isto non é máis que o principio, pero ata para isto tardamos anos e anos en poñernos dacordo, en decidir poñer unha escaleira para saír dese foxo en que nos meteu Aznar ao ampliar a concesión desa autopista en 25 anos máis, a partires do ano 2023, en que remataría a nosa condena anterior. Sendo xa galega quedaría afrontar a segunda das propostas da ecuación que, dende o Congreso plantexou Ana Pontón, fixando as arelas que todos deberíamos ter na nosa terra a modo de leitmotiv: ‘Galega e libre de peaxe’.

Coa AP-9 nas mans da Xunta, comezará outro percorrido, o de liberala desa peaxe, ou, polo menos, o de baixar o seu prezo, e aí terá que entrar por fin en vigor o acordo ao que BNG e PSOE chegaron para apoiar a presidencia de Pedro Sánchez, e que tiña nese pacto a AP-9 como un dos seus elementos esenciais e ao que ata o de agora non se lle fixo moito caso, xa que as bonificacións para a rebaixa desa peaxe xa tiñan que aplicarse. Todo apunta a que así se fará e que os orzamentos do Estado permitirán esa baixada ata que ao final do camiño chegue a súa gratuidade.

Quedamos, polo de agora, con esa vontade común tan estraña de albiscar entre os políticos, quedamos coa primeira transferencia a Galicia en trece anos e quedamos co canto dos paxaros no día da Candeloria.

 

 


Publicado no Diario de Pontevedra 5/02/2021