xoves, 18 de febreiro de 2021

La verdad de lo humano

 

La muerte del poeta y último Premio Cervantes, Joan Margarit, deja en sus lectores la sensación de una ausencia convertida en la emoción recibida por la lectura de sus poemas. Un itinerario vital, profesional y familiar, que derivó en una poesía, centrada en el ser humano, en la que la memoria, el dolor y una compleja sencillez lo inundan todo



HAN TRANSCURRIDO varias horas desde la muerte del poeta. Un paso del tiempo breve pero lleno de una emocionante intensidad que emana, en este intervalo, de la respuesta de lectores y profesionales de la comunicación que han convertido el óbito en un decidido aplauso unánime al poeta, pero también a la persona.

Y es que en pocos poetas la persona se muestra en su obra de una manera tan descarnada, tan abierta y próxima al lector. Joan Margarit no pretendía en su poesía esa búsqueda de la belleza que en ocasiones hasta parecía molestarle, como una distracción ante lo que que realmente posee vigencia en la vida. Es por ello que la suya era una poesía desnuda, alejada del exceso de ornato y centrada en la verdad, en la verdad del ser humano. Y esta verdad suele ser conmovedora, desgarradora, porque nadie nos prepara para la vida y lo que coloca ante nosotros. ‘Sin el dolor no habríamos amado’ (Visor) es el título de lo último publicado de Joan Margarit, y quizás lo más importante, por ser una antología realizada por el propio autor. Honesto hasta para saber que muchos de sus poemas son prescindibles, pero otros no, y esos otros son puro deslumbramiento, un estremecimiento permanente para el lector. Pero vamos a ese título, a ese dolor que nos desnuda y nos hace valorar que lo realmente importante, lo que entendemos como fruto del amor, es también lo que más nos puede dañar. Joan Margarit sabe bien de lo que habla. Dos de sus hijas fallecieron, Anna a las pocas horas de vida, la otra con treinta años, tras sufrir un extraño tipo de enfermedad. Esta última era ‘Joana’, quien bautizó un volumen del mismo título de 2002. En él se produce esa fractura con la vida, ese seísmo que se mantendrá, con diferentes intensidades, a lo largo de una obra que iba creciendo en su dimensión poética, al tiempo que en su conocimiento y admiración por unos lectores que reconocían en esa claridad de lo expresado un asidero cuando la tormenta se desata.

Para Joan Margarit la poesía tenía mucho de eso, de sujeción frente a la vida. Él, que fue también arquitecto, catedrático de Cálculo de Estructuras en la Escuela de Arquitectura de Barcelona, conocía perfectamente la importancia de un esqueleto para proyectar el cobijo del ser humano. Un cálculo que debía basarse en emplear los menos materiales posibles para proporcionar los mejores resultados de habitabilidad o espacialidad. Identifiquemos esas propuestas con su poesía y es cuando se produce el gran hallazgo, el de la palabra escogida, el encaje depurado, la plasmación eficiente de una intimidad que se desboca en el poema para ser casa. ‘Casa de misericordia’ (2007), ‘Amar es dónde’ (2015) o ‘Un asombroso invierno’ (2018), todos ellos publicados en castellano en Visor y en catalán en Proa, son ese tipo de poemario-casa. Una guarida desde la que sentir lo íntimo del poeta como propio, desde donde asomarnos a unas ventanas luminosas hacia un exterior que se proyecta a una cierta distancia. En ese compartir miradas es donde Joan Margarit se sentía fortalecido. Hemos visto durante estas horas de luto como muchos nos han hecho partícipes, a través de las redes sociales, de sus autógrafos, de sus dedicatorias en sus diferentes libros de poemas y en todos ellos se repetía una expresión de despedida «tu Joan». Puede parecer una cuestión menor, pero no lo es si recuperamos sus palabras: «El trabajo del poeta, está trabado de forma invisible con la vida de sus lectores. Llegado un momento, es a ellos y a ellas a quien tengo que ceder la responsabilidad-cuando deseen asumirla- de seguir sus particulares caminos dentro de unos poemas que son ya tan suyos como míos».

Este «tan suyos como míos», es el punto de intersección que Joan Margarit baliza como el encuentro del lector con el poeta, hasta generar una misma identidad, sabedor de que eso es lo que da sentido a un poema. También evidencia el trasfondo humano, el no sentirse alejado de las personas desde alguno de esos parnasos en los que se guarecen ciertos poetas. Joan Margarit era profundamente cercano y próximo a las personas, inteligentemente conocedor del inmenso capital que se puede encontrar en ellas. Ese capital es el que guarda como un tesoro en sus poemas, en ese desfiladero de la memoria que nos lleva al niño junto a su abuela en la posguerra; a la represión de un franquismo que le obligó a hablar castellano para cobijar en su interior un catalán que se rebelaría en cierto momento como una necesidad para entender realmente los sentimientos de una vida que, a partir de ese momento, se bifurcará en las dos lenguas en las que escribía, no traducía, sus poemas; pero también el paso del tiempo, la pérdida, el dolor, la amistad, la vejez y la muerte. En esa honestidad de su poesía, en esa ética militante del ejercicio literario, esos elementos se veían desde el invierno de su vida como la firme estructura de una poesía que ni mucho menos renunciaba a la alegría y al disfrute de la vida: las compañías, los paisajes, la música, en definitiva, la cultura como andamiaje de una existencia completa.

Llegaron los premios, el Premio Nacional de Poesía, el Reina Sofía, el Cervantes. Siempre asumidos con esa distancia que los laureles provocan a quien tenía como gran premio hacer un buen poema, pero sobre todo mirar con dignidad a la vida. Así fue hasta las últimas horas, escribiendo una poesía que llegará a las librerías («La libertad es una librería», dejó dicho) en las próximas semanas, de la mano de su editor en castellano y amigo Chus Visor, el título, ‘Animal de bosque’, cuya revisión final tendrá como cómplice a su íntimo de vida y poesía, Luis García Montero. El director del Instituto Cervantes le convocó hace unos meses para guardar en una de las Cajas de las Letras de esa Institución un legado que abrir en el año 2038. Allí se depositaron dos libros, uno en catalán, otro en castellano, pero sobre todo quedó una identidad fruto de lo que construye la memoria, del afecto y la emoción de unas palabras entendidas como concordia, pese a los latigazos de la vida. La palabra como redención, la palabra como morada irrenunciable.

A los 82 años nos deja el poeta, pero también nos deja abierta su casa para que accedamos a ella, esa que entendía modesta, pero que ahora se comprende como inmensa en esa verdad de lo humano. «Como la poesía:/por más bello que sea, un buen poema/ha de ser siempre cruel./No hay nada más. La poesía es hoy/la última casa de misericordia».

 

 

Publicado en Diario de Pontevedra 18/02/2021


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