venres, 30 de abril de 2021

Cardalda & Valle-Inclán. Claves líricas

 

Foguetes verdes

Teo Cardalda publica un libro disco de Luis Pastor y la colaboración de Javier del Valle Inclán centrado en su desconocida labor poética y con un impresionante recorrido fotográfico

 


LA MANO sobre el hombro del vate. Allí donde Valle-Inclán acostumbraba caminar al salir de la biblioteca de los Hermanos Muruais en la Casa del Arco, henchido de eróticas inspiraciones procedentes de la avanzada literatura francesa que reposaba en aquel cenáculo pontevedrés. Pasos sobre las piedras que lo acogieron como vecino de esta ciudad en la que publicó su primera obra, su ‘Femeninas’ de 1895. Ahora, Teo Cardalda, el músico gallego, bastión de los inolvidables Golpes Bajos y Cómplices, aquí junto a su pareja, María Monsonís, se une a Don Ramón, al que interpela directamente a lo largo de su nuevo trabajo. Un audaz y arriesgado proyecto que va más allá de ser un mero disco que ponga música a nueve de los poemas de Valle-Inclán (seleccionados por María Monsonís), convirtiéndose en un proyecto global entre lo literario, lo musical y hasta lo teatral, ya que no tardará mucho en llevarse a las tablas.

Bajo el título de ‘Claves líricas’ (Altafonte), tal y como denominó el autor de ‘Luces de Bohemia’ a la recopilación que en 1930 hizo de sus tres poemarios, publicados entre 1907 y 1920, se presenta esta exploración alrededor de la inagotable obra de este talento literario, tan moderno para su tiempo que todavía hoy en sus palabras se alumbra nuestro propio mundo, y esto es lo que más ha sorprendido a Teo Cardalda en el manejo de unas poesías intocables en su forma a la hora de ponerles música. Su contemporaneidad estremece en poemas como ‘Los pobres de Dios’ donde se habla de las condiciones de los más desfavorecidos. Esa es una de las colaboraciones más emocionantes, pero otras como ‘Rosa hiperbólica’, ‘Rosa gnóstica’ o ‘Geórgica’, junto a la escrita en gallego, ‘Cantiga de vellas’, no se quedan atrás. En todas ellas el músico ha sabido integrar sus teclados y ritmos de una manera brillante, hasta con un sorprendente rap, proponiendo también una serie de textos que hilan cada una de las entradas del creador del esperpento y le conceden al conjunto ese sentido de espectáculo escénico que ojalá pronto se pueda contemplar desde la admiración con que se maneja un libro disco repleto de joyas fotográficas alrededor de un genio atemporal.

 

 


Publicado en Diario de Pontevedra 29/04/2021

Fotografía. Teo Cardalda le enseña al mismísimo Valle-Inclán el fruto de su colaboración (Javier Cervera-Mercadillo)


luns, 26 de abril de 2021

Serenidad poética

 

[Ramonismo 65]

El poeta Francisco Brines es el protagonista de estos días de libros y galardones al ser reconocido con el Cervantes



SU estado de salud le ha impedido recoger el galardón más prestigioso de las letras españolas y que en justicia ha merecido este año. Francisco Brines, a sus 89 años, honra con su poesía la nómina de ganadores del Premio Cervantes y echarse a su poesía sería nuestro mejor reconocimiento a esa labor siempre callada de bajar las musas al papel.

Tras la noticia de la concesión del premio a finales del pasado año la editorial Tusquets recopiló su poesía completa en el volumen ‘Ensayo de una despedida’. Una maravilla que debería formar parte de toda biblioteca que tenga a la poesía en la consideración que esta merece. La editorial Pre-Textos, tan cercana al poeta, poco después de ese reconocimiento, publicó la antología ‘Desde Elca’, donde se incluyen siete poemas inéditos. Mientras, en los días previos al celebrado 23 de abril, ha sido la editorial Visor la que ha puesto en circulación la antología ‘Yo descanso en la luz’, con la selección y el prólogo de Luis García Montero y una coda final con cinco poemas también inéditos.

Cualquiera de ellos es un delicado itinerario por la poesía de este hombre, superviviente, junto a José Manuel Caballero Bonald, de aquella generación de los años 50, grupo doliente bajo el plúmbeo ambiente franquista. Una resistencia poética que poco a poco fue encontrando su sitio en una sociedad poco dada a prestarles atención. Francisco Brines, mientras, se asomaba a su balcón mediterráneo quizás buscando a algún Ulises, tanteando las palabras de Kavafis o, simplemente, haciendo de ese mar un contagioso vaivén de sensualidad que le permitía convertir la existencia en una radical exaltación de los sentidos.

El tintero del hedonismo ha impregnado siempre su poesía de ese don que solo ella posee para hacer de cada poema un tarro de infinitas esencias que condensan olores, miradas, tactilidades, sonidos y sabores. Una exaltación vital que convirtió su territorio de Elca en un parnaso donde se iba encapsulando todo ese ámbito íntimo de conexión con la realidad a través de lo sensorial.

Jardines, paisajes, mares, rincones son una especie de paréntesis que suspenden el tiempo, que fracturan el devenir cotidiano para convertirlos en una exaltación del instante preñado de emociones. A partir de ahí Cronos jugará también la partida desde su goteo incesante e imposible de revertir. Es así como poemario tras poemario sus palabras se teñirán, no tanto de pesimismo o melancolía, como sí de una emocionante aceptación de lo real. Su voz se extrema desde la concienciación de la muerte y la finitud de la vida. «El poema es el lugar de la presencia y la ausencia. O sea, es también la fundación de un lugar», escribe Luis García Montero en el lúcido y didáctico prólogo de ‘Yo descanso en la luz’. Y es que tanto esa dualidad entre lo que está presente y lo que ha dejado de estar son la configuración de un entorno, de un espacio desde el que alumbrar una nueva perspectiva cada vez más serena, cada vez más repleta de una dignidad que es la que anuncia al mismo tiempo nuestra fragilidad como seres humanos.

Las brasas’ (1960), ‘El otoño de las rosas’ (1986) o ‘La última costa’ (1995), son tres hitos de una poesía no demasiado proclive a hacerse pública, masticada lentamente dentro de esa plenitud vital necesaria para hacer de la experiencia el futuro canto del poeta. Cada uno de esos poemarios se gestionan desde ese «éramos solo tiempo» que asoma en uno de sus textos capaz de erizar la piel del lector. El tiempo es la clave de todo, lo que convierte el inicio en la felicidad plena, el descubrimiento, ese jardín en el que el goce es lo único importante. También el que llenará los poemas siguientes de recuerdos, oscuridad y dolor. Esa felicidad perenne se verá desterrada quedando solamente el destello, el instante fugaz que asoma en momentos determinados: la pasión, la noche, el deseo, el cuerpo, son esos lugares que alumbra Luis García Montero en sus palabras. Lugares finitos, anclajes a un instante que lo vale todo. Llegamos al final, a esa última costa en que se convierte su último poemario hasta el momento aún en el pasado siglo. Y de nuevo el tiempo, esta vez como un retrovisor, el trayecto inverso y la necesidad de recuperar aquel jardín de la infancia, aquella mirada que lo contenía todo.

«Mi madre me miraba, muy fija, desde el barco,/en el viaje aquel de todos a la niebla». Es el remate del último poema de ‘La última costa’ y que titula al libro. De nuevo una mirada al final del viaje, una mirada que expande esa niebla que supone la travesía por la vida, quizás, en esa mirada de la madre esté la respuesta más clara ante las numerosas preguntas que se han ido posando en sus poemas como manera de despejar esa niebla, y para lo que siempre se ha ayudado de nombres inspiradores como los de Juan Ramón Jiménez o Luis Cernuda. Ahora llegan los laureles y se anuncia un próximo poemario, ‘Como si nada hubiera sucedido’. Un adagio que también será epitafio.

 

Publicado en Revista de Diario de Pontevedra 23/04/2021

sábado, 24 de abril de 2021

Un mundo que remata


Saga/Fuga



MUDAN as nosas cidades como mudamos nós mesmos. Cambios na faciana de rúas e prazas que, como as enrrugas da nosa pel, converten a superficie da urbe nun organismo vivo. Cada vez dun xeito máis intenso asistimos a un mundo que remata, aquel que moitos coñecimos na nosa nenez e adolescencia, como antes lle aconteceu aos das xeracións anteriores e lle acontecerá aos que nos sucedan no futuro, se son quen de afastar a mirada da pantalla do seu móbil e dirixir a súa visión a aquilo que os rodea.

Dende mañá a gasolineira Costa Giráldez pecha as súas portas de xeito definitivo e esa parte da cidade, o remate da rúa Benito Corbal, perderá unha singular testemuña que formou parte da súa identidade e do feito cotiá dos seus veciños. Cando a piqueta faga o seu traballo os que fomos veciños dese predio sentiremos o remate dunha época, o fin definitivo dun tempo de xogos e complicidades que nos acompañaron dende ben cedo nas nosas vidas e cuxos fíos aínda hoxe son unha sorte de resistencia fronte ao paso dos anos e as ausencias que comezan a enchelo dunha inesperada melancolía. Determe un instante a ollar cara ese espazo xa en liquidación lévame a facer unha viaxe no tempo, a lembrar cando as rúas eran un patio de xogos polo que movérmonos cunha liberdade que hoxe arrepiaríalle o corpo a moitos pais e nais. Rúas que se converteron nun mapa da felicidade, o hábitat do intenso sentimento que facía que cada tarde, cada xogo, cada patada a un balón era o único que pagaba a pena na vida.

Xunto as rúas, que xa non eran tal, senón campos de fútbol, pradeiras salvaxes, cidades cheas de polis e ladróns, as persoas e os negocios que enchían de vida aquelas xeografías son parte inesquecible daquel mundo. Veciños, moitos deles cos que un aínda se cruza pola rúa e que che advirten da nosa fraxilidade, de cómo imos esmorecendo e como nós mesmos seremos algún día. Outros xa nos deixaron pero pasar por onde eles estiveron prende a faísca da memoria e do recoñecemento a unha presenza que completou a nosa e non en poucas ocasións nos axudaron a saír cara adiante.

As instalacións de Construcións Porfirio Díz, entre as rúas Lepanto e Javier Puig, eran toda unha provocación a andar ceibes, a movernos entre camións, entre materiais  que se convertían nunha paisaxe exótica onde se permitían os mellores xogos, o bar de Franco coas súas prezadas chapas de refrescos que nos facían emular as mellores etapas da volta ciclista, a pastelaría Dolce Vita, parada obrigada cara o colexio e cuxas cristinas de crema aínda fan que salivemos lembrado aquel sabor. Sabores como os de Caramelos Novás, un paraíso de lamberetadas e onde os sobres de soldadiños de plástico, as buxainas ou as bólas de cores sempre animaban a xornada cando a imaxinación fraqueaba, os Ultramarinos Plácido onde a complicidade de formar parte dun barrio era unha táboa salvavidas cando as cousas non viñan de todo ben e a confianza era a mellor tarxeta de crédito, o taller do pintor Manuel Moldes, que co paso do tempo foi amigo e mestre de tantas cousas, e cuxa luz e vida semellan aínda proxectarse cara ao exterior e que nunca se apagará, a Farmacia onde Moncho sempre che botaba unha parrafada a carón dunha caixa rexistradora abraiante, o chalet de Fontaíña que se erguía como un castelo noutro deses espazos máxicos, o supermercado de Javier Puig que foi Kanguro e agora é Froiz, recunchos nos que a vida se movía a través os ollos dunha infancia na que todo era descubrimento baixo esa sensación de que non había nada máis alá daquel día.

Costa Giráldez foi un deses ámbitos máis singulares, xa que o tempo enguliu aquel servicio que cando se montou estaba na carretera cara Ourense e acabou formando parte da mirada diaria dun barrio que non deixaba de medrar ao seu arredor, acollendo a máis e máis veciños en novos edificios que eliminaban aqueles pequenos negocios que xa eran parte de nós. Os seus traballadores, con Gerardo sempre en primeira liña de combate, eran unha estampa inesquecible. Unha arquitectura que nos fala doutro tempo e doutras necesidades para a cidade dende a súa instalación en 1951. Setenta anos son moitos para calquera negocio, unha resistencia fronte ao paso do tempo e as crises que danaron todas as economías. Agora o futuro dese inmoble plantéxase a través dun Gadis que todo semella adaptarase a un espazo tan particular e a unha arquitectura que, abofé, terá elementos a conservar. Do proxecto encargarase a arquitecta Teresa Táboas, a sensibilidade e o bofacer na súa profesión son toda unha garantía para esta nova etapa na vida dun barrio no que a vida pasa como pasamos nós, pero no que sempre se manterá esa complicidade entre os que por el nos movemos.

Nunca está de máis volver a vista atrás para saber realmente quen somos e que é aquilo que pagou a pena neste mundo que non deixa de mudar.




Publicado no Diario de Pontevedra 23/04/2021

Fotografía. Dúas empregadas de Costa Giráldez en 1963 (Camilo Gómez. Arquivo gráfico Diario de Pontevedra)

martes, 20 de abril de 2021

Mirar con intensidad

 

[Ramonismo 64]

'El huerto de Emerson’ es un texto emocionante, con momentos sublimes anclados en la memoria y la literatura



HAY libros que son todo un universo. Una especie de burbuja que te engulle y te da cobijo durante su lectura. Luis Landero ha sido capaz en sus últimos libros de conseguir materializar esa burbuja en la que poder adentrarnos. Textos como ‘Lluvia fina’, ‘La vida negociable’ o ‘El balcón en invierno’, hacen de la memoria y la experiencia del autor un placentero cobijo para el lector. Ese cobijo, si cabe, es todavía más cómodo y acogedor para quien se adentre en ‘El huerto de Emerson’, como sus libros anteriores editado bajo el sello de Tusquets, y con el que nos traslada a otro de esos recorridos vitales pero con un especial detenimiento en ese momento iniciático donde todo es descubrimiento y palpitante emoción.

Un libro que está lleno de lecciones de vida, de apuntes que se deben tomar como una enseñanza imprescindible para esta parte de la vida que significa crecer y superar las diferentes etapas de la existencia humana. Frases propias pero también ajenas como esta de Gustave Flaubert: «Todo lo que se mira con intensidad se hace interesante». Y así es como se percibe que mira Luis Landero con una intensidad que le lleva a calibrar su entorno más próximo, su familia, sus diferentes hábitats y a sus alumnos, aquellos que tuvieron la suerte de tenerle como maestro. A través de los ojos de esos alumnos el escritor extremeño refleja las máximas emociones por ese acto imprescindible para el ser humano como es el de la educación y el aprendizaje. Toparse con un profesor con esa sensibilidad y esa capacidad de hacer de la literatura un visor del ser humano es algo impagable para cualquiera. «Lo mejor que he podido transmitir a mis alumnos es mi entusiasmado amor a las palabras y a los libros», escribe Luis Landero, al tiempo que a uno se le eriza la piel al repetir esa misión que un profesor tiene ante sus alumnos para propiciar el cuidado del entorno vital de cada uno de nosotros, ese huerto al que se refería el escritor Ralph Waldo Emerson como nuestra misión en la vida, el limitarnos a hacer mejor el ámbito más próximo. El profesor Landero no dejó de suministrar abono para que ese huerto fuese productivo, desbordándose la imaginación literaria para evocar en cada mirada de esos chicos y chicas una emoción que los arrastrase como a él mismo le había sucedido.

Así es como ‘El huerto de Emerson’ injerta diferentes tiempos, los de la juventud propia y esos momentos posteriores en los que la curiosidad, la capacidad de asombro, el romper lo cotidiano eran máximas necesarias. «Contra la modorra de la costumbre, la vigilancia del asombro», afirma Luis Landero en una alerta necesaria para que cada uno de nosotros seamos originales, no cayendo en el poder fagocitador de lo individual bajo la manada. Debemos buscar un punto de vista insólito, un ángulo desde el que ser nosotros mismos. Somos Ulises en la búsqueda de nuestra personalidad.

Vida y libros se enhebran en un sosegado relato escrito con esa sencillez tan difícil de conseguir en la narrativa y tan agradable y placentera para el lector que hace de cada una de estas páginas un néctar impagable. Hay frases de autores consagrados que logran detenerte en ellas durante un instante, indicaciones a libros a los cuales al término del relato te ves obligado a dirigirte, sabedor de que en ellos se contiene ese hálito de vida necesario para la siembra del huerto propio. De esta forma se suceden las páginas con esa naturalidad propia del autor, con la capacidad de envolverte y ser compañía durante un viaje emocional, y así ha sucedido con sus últimos libros, planteando un recorrido de su mano por un país que demasiadas veces se ha distanciado del eje que debería suponer el ser humano y que este escritor recupera como centro irrenunciable de su identidad literaria. Todavía emociona encontrar esa confianza en el ser humano, poner los pies en su propio huerto tan lleno de bondades, pero también de dudas y temores como las que surgen de cada proyecto literario, haciéndonos cómplices de diferentes momentos de su vida que surgen ahora cuando es el tiempo de echar la mirada atrás para comprender lo que se es hoy. Días de invierno. Las líneas escritas actualmente son el eco de las experiencias del pasado. De amores recordados y de viajes que surgen de los libros, mucho más queridos que los desplazamientos físicos, de travesuras en el oficio o de ese descubrimiento que supone el fin de la infancia y que no es otro que «a la vida hemos venido para ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente».

El huerto de Emerson’ es uno de esos libros a colocar en el frontispicio de la vida, allí donde deben constar grabadas las palabras importantes de lo que somos. Palabras que, como la simiente, deben hacer de nuestro huerto el más cuidado de los espacios. Cierto es que esa es nuestra misión, nuestra obligación como parte del rebaño, pero si para ello existe alguna brújula, este libro lo es.

 

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 17/04/2021


sábado, 17 de abril de 2021

A naturalidade do galego

 

Saga/fuga


CANDO asoma pola pantalla xa se esboza un sorriso nos que estamos ao outro lado, algo inestimábel nestes tempos de balbordo e furia, e aínda por riba ese sorriso é o feliz limiar a poder aprender algo da nosa lingua e seguir téndoa como un dos nosos máis prezados tesouros.

Esther Estévez, dende o seu ‘Dígocho eu’, fai desas pírulas unhas xoias das que só se conseguen dende unha televisión pública que debe ter entre as súas tarefas a de difundir, valorar e protexer aquilo que nos distingue como comunidade, e aí, sen dúbida, a lingua é un elemento básico e á que xa demasiadas veces se menospreza, non só dende diferentes eidos da sociedade senón tamén dende a propia televisión.

É por iso que aínda que nos poida parecer, fronte a outros programas ou outros plantexamentos televisivos presúntamente máis ambiciosos, un labor cativo, a función do ‘Dígocho eu’ converteuse co paso do tempo e da man desta xornalista nada en Verín nun dos fíos máis importantes e necesarios na canle pública da nosa terra. A sinxeleza do seu formato non agocha o moito traballo que hai detrás de facer case cada día unha entrada interesante e diferente que enganche ao espectador e, sobre todo, que os nenos e nenas non afasten a mirada do que se lles está a contar. Esa maneira de comunicar de Esther Estévez é algo impagábel, sobre todo cando o que se transmite está demasiadas veces ligado a propostas aburridas ou demasiado académicas, e así cada unha destas entradas e a súa difusión polas redes-incríbel e un fío de esperanza  ver como algúns dos seus TikToks fanse virais- son como esa pinga que cae pouco a pouco, de xeito constante, pero que ao pasar un tempo convértese en charco no que xa moitos rapaces e rapazas gustan de enchouparse.

Son tamén materiais que polo seu formato permiten o seu emprego por parte de moitos mestres e mestras para, dende escolas e institutos, poder sumar recursos dende unha televisión que ten que ter un relevante papel no coidado do noso idioma, aínda que nisto xa sabemos todos que non se fai todo o que se debería facer, canto máis fóra dos platós, pero iso sérvenos tamén, nesta situación límite do noso idioma (nun claro retroceso como xa se advertiu dende o Consello de Europa e comprobamos no día a día) para valorar aínda máis achegas como a do ‘Dígocho eu’.

Cada entrada é unha sorpresa, unha maneira nada dogmática a partir do normativo de facer do galego un recurso natural, que é o que debería ser, aínda que non sempre sexa así (un mesmo entoa aquí o mea culpa), do que desterrar cada vez máis eses castelanismos colonizadores, e atendendo tamén as nosas diversidades dialectais, e ollo a isto que podería anunciarse como «apuntamento lusófono!», dándose conta de que temos outro país pegado a nós ao que mirar aos ollos e non dándolle as costas, como adoitamos facer, e así eses apuntamentos son unha maneira de virar esa mirada que tanto lle custa as nosas institucións para facer de Portugal un maior cómplice da nosa realidade social, económica ou cultural.

Todo recoñecemento é pouco para este programa e para a súa presentadora, de aí que xa comezan a ser numerosos os premios e mencións ao seu labor, pero sobre todo o mellor premio penso que é o de seguir sumando seareiros ao seu territorio, fieis adeptos a unha causa na que a naturalidade é a súa gran virtude. Xa só me queda cruzar os dedos para que ao longo deste artigo non metese demasiadas veces a zoca e a Academia e Esther Estévez non empreguen demasiado o boli vermello.

 


 

Publicado no Diario de Pontevedra 16/04/2021

Fotografía. Esther Estévez nunha fotografía promocional do 'Dígocho eu' (Televisión de Galicia)


venres, 16 de abril de 2021

‘4 Proxectos’ no MARCO

 

Mónica Alonso, Rosendo Cid, Salvador e Juan Cidrás e Mar Vicente enchen a planta baixa do Museo MARCO de Vigo cun fascinante discurso plástico cheo de matices creativos



NON SON bos tempos para o fomento da creatividade. Un tempo escuro cheo de medos que tinxe todo o que nos rodea dunha sensación de desacougo. A arte tampouco é allea a esa situación e mentres os creadores agardan a oportunidade de desenvolver as súas ideas moitas institucións agardan tempos mellores, con máis posibilidades económicas para a reactivación.

O Museo MARCO de Vigo adiántase con este plantexamento non que non busca a recuperación de obras ou o revisitar antigas posibilidades dos protagonistas desta mostra, senón que plantea esta exposición a partir do apoio a ‘4 Proxectos’, activando a diferentes creadores da nosa arte para facer cada un deles unha interpretación dos diferentes espazos, singulares neste centro vigués que foi cárcere e agora é berce de cultura. Da man de Miguel Fernández-Cid e Pilar Souto no comisariado, Mónica Alonso, Rosendo Cid, Salvador/Juan Cidrás e Mar Vicente, son quen de integrar a súa produción máis recente nestes espazos tan concretos, acadando todos eles un brillante discurso con pezas dignas dos mellores museos, ao tempo que volve a significar a importancia dunha serie de creadores que nacidos en Galicia e vencellados de diferentes xeitos á pontevedresa facultade de Belas Artes converten o seu talento en emoción para os que nos achegamos a contemplar os seus traballos.

Mónica Alonso nun espazo circular compón unha especie de cápsula no que illados vémonos rodeados por pequenos paxariños de cores, colibrís, que nos levan a coñecer un relato baixo o título de ‘A maxia do colibrí. 6 casos desesperados’, baseado en historias e rituais máxicos asociados ao colibrí nas culturas precolombinas. Medos, obsesións e frustracións propias do ser humano mergúllanse nesta historia de cores, protagonista sempre da obra desta artista, que nos convida a tomar unha decisión.

Rosendo Cid é un dos creadores que nos últimos tempos amosou unha evolución máis importante na nosa contorna. Atopar un discurso, un camiño, non sempre é sinxelo e Rosendo Cid, sen dúbida, atopou o seu dende unha profunda reflexión do propio feito artístico. Unha discusión permanente do que é a obra de arte, tanto para o creador como para o espectador. O título desta proposta é ‘Todo aquilo que sucede e con todo non é’. Montaxes e collages móvense dende diferentes xéneros e materiais para compoñer un conxunto tan engaiolante como suxerente para un espectador reclamado como parte activa dese discurso.

Salvador Cidrás e Juan Cidrás recuperan o valor do artesanal con ‘As formas partilladas’. Tecidos ou cerámicas plantexan unha mímese coa pintura ou a escultura para intervir nun espazo que non deixa de sorprender ao visitante pola súa interpretación artística e cunhas obras cheas de matices impensables dende materiais como o fío de la no que xorde a mancha e a cor, isto é, a emoción da pintura.

Mar Vicente non queda atrás con ‘Sombras e cor’ incluíndonos como parte dunha obra expandida, dunha multiplicación xeométrica que estuda a forma, neste caso o cubo, e as súas posibilidades discursivas. Posibilidades que medran cando nos propón unha experiencia inesperada dende a luz e a sombra, que aquí se revelan e tamén se rebelan proxectándose nun espazo cautivador e no que se pensa días despois de percorrelo.

4 Proxectos’ é, polo tanto, unha activación artística total. Primeiro duns espazos cunha chea de posibilidades que semellan espertar tras a designación de Miguel Fernández-Cid como director dese centro, sentíndose protagonistas da mostra, e, en segundo lugar, destes artistas aos que se lles dota da posibilidade de facer, e iso, hoxe, é o que máis debemos salientar cando estamos necesitados de iniciativas, de empuxóns para que todo proxecto sexa realidade.

 

 


Publicado no Diario de Pontevedra 15/04/2021

Fotografías: Obras de Rosendo Cid, Mónica Alonso, Salvador/Juan Cidrás e Mar Vicente. 

mércores, 14 de abril de 2021

Azaña. República y letras

 

La periodista Josefina Carabias materializó en un extraordinario libro, ahora recuperado por Seix Barral, sus recuerdos alrededor de Manuel Azaña, el gran protagonista de una II República que hoy cumple 90 años de su proclamación y en la que la cultura era un motor de cambio



"ESPAÑA se acostó monárquica y se levantó republicana". Esta frase, pronunciada por un ministro ante los periodistas a la salida del consejo celebrado en el Palacio Real el lunes 13 de abril de 1931, tras valorar los resultados electorales de la jornada anterior, marcó un antes y un después en la historia de España. Tan solo unas horas más tarde, el 14 de abril, se proclamaba la II República y ya nada fue igual. Se cumplen hoy noventa años de aquella fecha y pocas maneras mejores de aproximarse a ella que a través de las palabras y los ojos de una protagonista de excepción, la periodista Josefina Carabias quien, a través del libro ‘Azaña. Los que le llamábamos don Manuel’, editado por Seix Barral, recupera, no solo la figura del político en su tiempo, sino a esta mujer olvidada por la historia, como a tantas otras mujeres de aquel momento en el que se vislumbraba un anhelo de libertad que, como todos sabemos, tuvo las alas demasiado cortas. Mujeres valientes que desarrollaron una magnífica labor en diferentes campos pero que una sociedad misógina como la nuestra, lo es ahora, imagínense de aquella, hizo de su actividad un acto de resistencia. Ellas se convirtieron en las llamadas ‘sinsombrero’ destocándose, no solo de esa prenda, sino también de sus únicas obligaciones como madres y esposas que eran a las que debían limitarse frente a cualquier deseo de realización personal y profesional.

En el prólogo del libro Elvira Lindo define a la que fue «primera periodista profesional» como un «ejemplo de coraje», y así se transmite desde las páginas de este texto que su autora recupera de su memoria en el año 1980 y que no llegó a ver impreso por su muerte. Páginas en las que, de mejor manera que en cualquier manual de historia, se recupera la viveza de lo que fueron aquellas jornadas en las que una bandera tricolor que ni siquiera existía, y que hubo que confeccionar a toda prisa para poder ser enarbolada en la tarde de aquel 14 de abril, llenó este país de la esperanza de una perspectiva laica que proyectara a España hacia un progreso hasta ahora lastrado por tantos años de «cerrado y sacristía», como acuñó Antonio Machado. Y digo lo de mejor que en un manual de historia porque, a parte de ser notaria directa de aquellos hechos, su periodismo es un periodismo vivo, de estar en los sitios, junto a los protagonistas, de ahí que la propia Elvira Lindo no dude en desear que este libro «llegue a las manos de quienes sueñan con ser periodistas» y que de tanta utilidad sería hoy en día a la vista de cómo está el patio periodístico.

Construye así, Josefina Carabias, una suerte de novela coral, con unos personajes que son parte de nuestra historia y entre los que destaca Valle-Inclán, siempre en todas las salsas, siempre dispuesto a hacer de su lengua espada con la que ajusticiar a quien no estuviera a su altura, lo que era bien difícil y al que Josefina Carabias califica como «el más querido, el más simpático y el más ocurrente», y así protagoniza diferentes pasajes que explican cómo era nuestro vecino en primera persona. Pero el libro gira en torno a Azaña al que el autor de ‘Luces de bohemia’ calificó como «la cabeza mejor amueblada de la República», y así lo confirma la autora, mostrando su papel en los años previos y posteriores a la proclamación republicana y cómo su figura se movía entre partidarios y detractores desde el primer momento y hasta su muerte en el exilio galo de Montauban. Josefina Carabias ya había hecho buenas migas con el futuro presidente de la República durante su etapa como presidente del Ateneo de Madrid, forjándose una relación de confianza que se mantendría durante los años previos al alzamiento militar que, como tantas cosas en este país, hizo saltar por los aires. El Azaña culto e ilustrado, que pretendía de nuestra República un itinerario de formación del ser humano gracias al poder de la cultura, rápidamente se encontró con las fisuras de una sociedad con demasiadas tensiones y con demasiados empeñados en que esas ansias de libertad del individuo, de formación personal y de laicismo fracasasen.

Azaña era un hombre de letras, no solo por esa presidencia del Ateneo donde lo más granado del parnaso literario español ponía sus pies sobre las viejas moquetas de la institución, ajada como este país hasta la llegada del futuro presidente, y que fue quien de renovar, sino que a esas alturas ya había escrito una novela de cierto éxito, ‘El jardín de los frailes’, reeditada recientemente por Nocturna ediciones y en la que recupera sus vivencias en un colegio religioso de El Escorial. Si nos asomamos a este texto nos encontramos ante la persona que se da cuenta de que la Iglesia era un freno para esa regeneración de España y como, en sus propias palabras, «mi rebelión personal sobrevino en la buena compañía de las letras». Letras que se fueron torciendo en el devenir de la historia y ante las cabezas que embisten más que piensan.

 


 

Publicado en Diario de Pontevedra 14/04/2021

luns, 12 de abril de 2021

Humo salvaje

[Ramonismo 63]

José Ovejero nos propone, en su última novela, ‘Humo’, un áspero relato en el intento de comprender una realidad vinculada a la naturaleza y a las relaciones humanas



HAY textos que te ponen en guardia. Historias y palabras que te erizan la piel y te sitúan, a lo largo de su lectura, ante posiciones incómodas pero tan útiles como necesarias, enfrentado a inesperadas conexiones en las que lo que sucede ante tus ojos te lleva a hacer de ese relato un motivo de reflexión y en el que las preguntas brotan allí donde, paradójicamente, todo semeja ser un secarral.

Humo’, de José Ovejero (Madrid, 1958), editado por Galaxia Gutenberg, es uno de esos libros que tras su lectura se podría entender escrito bajo un bendito estado de gracia. Una historia breve que no llega al centenar y medio de páginas pero en la que todo está medido, encajando las diferentes peripecias que en él acontecen de una manera en la que todo transcurre de forma espontánea, haciendo de lo vital, ese elemento que precisamente tanto se pone en duda en este texto, un devenir natural. Las palabras son precisas, alejadas de esos efectismos literarios de las que tantos autores presumen pero que lo único que consiguen es restarle valor a la narración. Aquí todo es magro, cada personaje, cada acción, en definitiva, cada palabra, tiene un valor por sí mismo y como parte de esta historia de convivencia al límite, en el que una mujer, un niño y una gata habitan en una cabaña en el bosque. Poco más sabemos y vamos a saber a lo largo de esta especie de distopía rural con la que José Ovejero pone en el disparadero eso que se ha dado en llamar civilización.

Esos tres seres vivos se enfrentarán a un entorno salvaje, pero también a ellos mismos. A sus contactos, a sus miradas, a sus tactilidades, a sus sonidos y olores, porque si algo expele este texto es esa vocación salvaje que hemos ido desterrando de nosotros mismos bajo nuestra piel urbana, detrás de un supuesto progreso que ha ido coartando aquello más racial de cada uno de nosotros. Una manera de vivir en comunidad que nos ha dado pero también nos ha quitado. Todo eso va fluyendo entre los actos de estos protagonistas y sus contactos entre ellos, pero también con otras personas que a lo largo del relato se suman a ese proceso de subsistencia que lo tiñe todo de un estado apocalíptico, de una emergencia en la que violencia e inteligencia deberán equilibrarse para superar dramáticas situaciones.

Las columnas de humo que llegan desde el ámbito urbano incrementan ese sentido de amenaza que es permanente en el ámbito rural, en ese medio cada vez más deshabitado, donde las ruinas son la síntesis de una destrucción basada en la despoblación, en la pérdida de personas en unos entornos (escaparemos de esa acepción de vaciados y nos decantaremos por deshumanizados) en los que la naturaleza también se muestra agotada, exhausta en base a una alteración climática que quien sabe a donde nos acabará llevando, aunque como estamos comprobando en estos meses agónicos sus consecuencias nos afectarán de manera directa.

Con ‘Humo’ José Ovejero levanta ante nuestra mirada un escenario angustioso que incluso consigue, en la descripción de una naturaleza salvaje repleta de belleza y de matices, convertirla en un ecosistema perverso y todo ello de nuevo apoyado en un lenguaje preciso que es capaz de generar en el lector una torrentera de sensaciones ante esa naturaleza en la que el ser humano quiere resistir, en definitiva, subsistir entre silencios, presencias inhóspitas y un sinfín de preguntas que no sabremos responder porque quizás, no existan las respuestas.

Merodea siempre José Ovejero alrededor del ser humano como centro de su narrativa. Una escritura que no ha sido en absoluto acomodaticia, haciendo de cada texto una suerte de desafío personal por conducirse por territorios nuevos en cada una de sus novelas. Así, sus últimos títulos, todos ellos en este mismo sello editorial: ‘Insurrección’ (2019), ‘Añoranza del héroe’ (2018), ‘La seducción’ (2017) o ‘Los ángeles feroces’ (2015), plantean diferentes aproximaciones a personas que contienen un universo, seres acosados por un ecosistema, por un contexto, que en no pocas ocasiones los pone contra la pared, de ahí que quizás en ‘Humo’, sea ese ecosistema el que busque liberarse de la presencia humana obteniendo un protagonismo particular.

«Todos necesitamos comunicar, pero hay tan poco que comunicar», afirma la protagonista en uno de los capítulos más intensos de este libro que ya de por sí es pura intensidad. José Ovejero parece sujetarse a esa frase para hacer de su ejercicio de escritor comunicación, pero también para hacer ahora de esa comunicación un abrupto desfiladero donde solo lo sustancial importa, esto es, preservar la vida.

 

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 10/04/2021 

 

domingo, 4 de abril de 2021

A mellor celebración

Saga/Fuga


A SÚA apertura converteuse nun sismo na nosa creatividade no que as ondas, convertidas en fornadas de novos creadores, chegaron cada vez máis lonxe. A creación da Facultade de Belas Artes de Pontevedra cumpre o seu trinta aniversario e a mellor celebración é ollar como os seus protagonistas, alumnos e docentes, son xa parte esencial da nosa engranaxe artística e expositiva.

Tanto o CGAC como o Consello da Cultura Galega plantexan nestas semanas unha ollada directa ao que alí aconteceu e acontece, a esa dualidade de alumnos formados cunha alta capacidade técnica e de contidos que os converte en perfectos axentes da realidade creativa que, sen ningún complexo, poden medirse a calquera outro artista do mundo. O centro compostelán, baixo o comisariado de Ángel Cerviño, exhibe a mostra ‘Cultivar incertezas: Reformular o espazo/conmocionar a mirada’ con obras de trinta ex alumnos cunha interesante bagaxe expositiva que deixa constancia dese bofacer. Encontros virtuais son os que propón o Consello da Cultura Galega a través de catro citas que se poden consultar na súa páxina web con diferentes protagonistas desta traxectoria.

A súa singularidade dentro do que é un centro de formación concédelle un papel relevante aos propios mestres, moitos deles creadores de seu e cunha obra xa recoñecida. Así estas semanas temos a varios deles amosando o seu traballo, como os casos de Manuel Sendón no Museo do Mar de Vigo, Ignacio Pérez-Jofre na Fundación Laxeiro de Vigo ou Marina Núñez, no Espazo Kubo do Kursaal de San Sebastián, confirmando a súa importancia na paisaxe creativa nacional a través do seu discurso arredor do límite, da presenza humana, da contorna como un escenario de fronteira capaz de definir diferentes situacións do ser humano e que son protagonistas hoxe como a loucura, a tecnoloxía ou o monstruoso, e todo iso cun engaiolante linguaxe plástico que, nun espazo como este, atopa novas posibilidades de expresión.

Voltemos aos alumnos e á súa actual presenza en espazos como esa antesala ao exterior en que se converteu a Sala-X da propia Facultade na que Tere Pece, Borja Guerrero, Aram Ríos e Andrea Rosob, catro egresados, protagonizan a mostra ‘Al cantar brilla’. Tamén son ex alumnos, licenciados ou doctorandos, os que nas próximas semanas no MARCO, baixo o título de ‘4 Proxectos’, presentarán os seus traballos: Mónica Alonso/Rosendo Cid/Salvador Cidrás-Juan Cidrás e Mar Vicente, e onde xa expón Celeste Garrido. Tamén en Vigo, unha cita clásica como a mostra ‘Afinidades Selectivas’ acolle na Casa da Cultura os traballos de mestres e alumnos: Mar Ramón Soriano e Julia Huete, José Chavete e Rapapawn, Araceli Liste e María Silva, Suso Fandiño e Ruth Vidal, co comisariado do tamén mestre Juan Carlos Román. A importancia do coleccionismo está presente na Cidade da Cultura coa mostra de fondos da Fundación RAC con obras de ex alumnos como Rosendo Cid, Marcos Covelo e Sara Coleman, e na Coruña, a dobre exposición, no Kiosco Alfonso, 'É simplemente o que está a acontecer neste lugar, neste momento', e no Palexco, 'Mil pequenos peixes brancos coma se fervera a cor da auga', comisariada por Anxela Caramés e Leticia Castromil con moitos creadores vencellados á Facultade como Manuel Sendón, Juan de la Colina, Sara Coleman, Cinthia Bodenhorst, Jorge Couceiro, Félix Fernández, María Marticorena, Rita Rodríguez, Ana María Cabanes ou Edu Fernández.

Nomes e máis nomes que, como as candeas dunha torta, son os que temos que contar para celebrar trinta anos de creatividade, trinta anos de proxectos apaixoados da man da creación, da man da cultura como enerxía

 

 


Publicado no Diario de Pontevedra 2/04/2021

Fotografía:   Un dos espazos da exposición de Marina Núñez no Kubo do Kursaal de San Sebastián. (Juantxo Egaña)

 

venres, 2 de abril de 2021

Do chan á parede

 

Foguetes verdes

Ignacio Pérez-Jofre, mestre na Facultade de Belas Artes de Pontevedra, amosa, na Fundación Laxeiro, unha obra construída a partir do contacto coa cidade na que o chan é o protagonista e a testemuña da nosa relación coa urbe

 


 

TANTAS veces desprezado, aquilo que acontece baixo os nosos pés acada nesta exposición unha nova dimensión. O chan, suxo, sinalado polos nosos movementos sobre as beirarrúas, eríxese agora como soporte artístico e pasa a formar parte do proxecto creativo que Ignacio Pérez-Jofre desenvolve arredor da contorna urbana e da súa relación co individuo.

Un cambio de perspectiva que enche o espazo de exposicións temporais da Fundación Laxeiro en Vigo, baixo o comisariado de Javier Pérez Buján, cos chans que rexistra o autor dentro dun proceso de trasferencia da realidade ao plástico que caracteriza o seu traballo e investigación. Diferentes pavimentos, diferentes texturas, converxen nestes soportes de papel de 200x150 cm. que semellan anacos de beirarrúas arrincados da faciana da cidade e chantados nas paredes dun espazo que semella levar ao espectador a unha dimensión diferente, unha nova percepción da realidade que muda a súa horizontalidade pola verticalidade da parede. Cada unha destas pezas parte dese ‘frotagge’ de pegadas sobre terras que se colmatan con maior ou menor intensidade nuns papeis que as veces aparecen perforados e que non deixan de ter unha apariencia industrial, como acontece con moitas das nosas urbes esaxeradamente vencelladas aos nosos hábitos capitalistas, a un consumismo desbocado que aínda que non nos pareza deixa as súas pegadas sobre a propia pel da cidade. Esa pel é a que semella arrincar o profesor titular de Pintura na pontevedresa Facultade de Belas Artes que fai da súa condición de pintor, do proceso de manchar a superficie e de traballar dende esa posibilidade matérica, unha recuperación íntima do procesual que permite renovar a súa teima pola experimentación co soporte e co material como maneira, como camiño á hora de traducir a realidade, ou, cando menos, esa parte da realidade dende a que o artista tenta reflectir as súas preocupacións como creador.

As diferentes pezas, que forman parte da serie ‘Terra’, trabállanse, en primeiro lugar, na elección do que poderíamos chamar a trama do chan, ese tipo de pavimento que xa configura de seu unha sorte de debuxo a partir do cal intervén o pintor coa incorporación dos materiais, terras, refugallos que, atopados na contorna elexida, intégranse na superficie mediante o pisado polo propio artista, recuperando a técnica do ‘frottage’ que xa Max Ernst empregara dentro das súas compoñentes vencelladas ao surrealismo e ao azar, elementos que tamén aquí teñen o seu lugar para definir como se organizan os nosos espazos comúns permitindo tamén achegar unha análise dende o artístico da nosa realidade.

Ata o 2 de maio podemos enfrontarnos a estas Terras ou a estos chans que ante nós falan moito máis do que podemos pensar de cómo somos, de cómo facemos a nosa vida cotiá e de cómo, no máis insospeitado das nosas cidades, tamén emerxe unha forza plástica, unha beleza que parte dese rexistro pero que logo, o artista, no seu estudio, configura como unha pintura máis, como unha paisaxe contida nun anaco de cidade, nun anaco de nós.

 


 

Publicado no Diario de Pontevedra 1/04/2021

Fotografías. Pezas da exposición 'No chan' de Ignacio Pérez-Jofre. (Fundación Laxeiro)