Al que esto suscribe su DNI le recuerda diariamente el haber nacido en Santiago de Compostela. Un orgullo, sin duda, que junto a la emigración a esta ciudad nuestra de Pontevedra con apenas siete años, se incrementa notablemente al poder presumir de las dos ciudades más hermosas que hay en nuestra comunidad. Es por ello que todo lo que roza la piel de ambas ciudades parece que te afecta de una manera especial, y así es como esta semana (y ya llego al ámbito deportivo), con el anuncio de la retirada de Ronaldo, Compostela, ha vuelto a resucitar su gesta deportiva de mayor éxito, esa que vivió un sueño de la mano de un equipo de fútbol por el que incluso se llegó a levantar un campo de fútbol (que fácil sería hacer un paralelismo, ¿verdad?) y que ahora alcanza la condición de monumento a uno de los goles más hermosos de la historia del fútbol. Muchas veces he pensado que aquel milagro que obró nuestro querido, y ahora sufridor, Fernando Castro Santos, sólo tenía un fin y era que Ronaldo lograse marcar aquel gol. Un gol para el que incluso ‘El País’ necesitó el pasado lunes dos páginas para describir su ejecución, un gol que protagonizó un anuncio televisivo, un gol que dio una de las mayores alegrías al gran Bobby Robson, cuya imagen con las manos sujetándose la cabeza no puedo olvidar y un gol que define toda la existencia del Compostela. Al resumirse de manera cruel su historia en un partido frente al Barcelona, tras años de ascensos y engullido finalmente por esa manada encerrada en el cuerpo del 9, para despertar de ese sueño con un brutal mazazo y a partir de ahí ya nada volver a ser igual. Cada vez que paso ante San Lázaro, recuerdo críticas a su construcción, y cómo un equipo llamado a ser pasajero exigía tal despliegue económico, y que ahora, con el equipo en Regional Preferente justificando dicha idea, y bajo el nombre de Campus Stellae juegue allí sus partidos junto al otro equipo representativo de la ciudad, en esa misma categoría regional. Quizás desde esta semana es desde la que ese estadio está ya plenamente justificado en tanto en cuanto es uno de los mejores monumentos de la historia del fútbol a ese gol que puedes ver una y otra vez y te sigue poniendo la piel de gallina, sigues comprobando que es uno de los momentos más sublimes del fútbol y que tuvo lugar en Compostela. Nunca un campo y un equipo tuvieron un final más épico. Una lenta agonía tras el paso huracanado de un ser que hacía de la potencia un arma arrojadiza y que al llegar al área, a ese momento de definir, donde tantos se marean, se convertía en una inesperada sutileza. Así era Ronaldo, seguramente el mejor delantero que he visto junto a Romario, Gary Lineker y Van Basten, leyendas que surgen de la memoria y cuyo último exponente comunicó entre lágrimas su adiós. Ahora, con las modernas torres Hedjuk y las barrocas torres de la Catedral , las torres de iluminación del Estadio de San Lázaro parecen estar continuamente alumbrando a ese terreno de juego que una noche pisó el ‘fenómeno’ para galopar con un balón entre las piernas que hubiese llevado, no lo duden, hasta el mismísimo sepulcro del Ápostol, pero antes se encontró con una portería, él, que había nacido para marcar, sabía que ese maravilloso gol le iba a acompañar durante toda la vida, así como el nombre de un equipo llamado Compostela que había nacido y existido para alcanzar ese momento por el que siempre será recordado: el gol encajado más hermoso del mundo.
Publicado en Diario de Pontevedra 24-02-2011
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