domingo, 4 de decembro de 2011

La conquista de un refugio natural

Carmen Domínguez nos adentra en la naturaleza a través de unos bosques teñidos de otoño. La artista es capaz de sintetizar en sus obras el carácter de esta estación tan atractiva por sus colores, sus sonidos, sus olores y hasta sus sabores, mediante unas composiciones sorprendentes por la capacidad para integrar en el soporte esa realidad exterior. Hasta el 9 de diciembre, en el Patronato de Turismo Rías Baixas en su sede del Palacete de las Mendoza, tenemos la posibilidad de recorrer ese bosque cargado de otoño y de magia. La magia de la naturaleza.


Carmen Domínguez nos adentra en la naturaleza a través de  unos bosques teñidos de otoño. La artista es capaz de sintetizar en sus obras el carácter de esta estación tan atractiva por sus colores, sus sonidos, sus olores y hasta sus sabores, mediante unas composiciones sorprendentes por la capacidad para integrar en el soporte esa realidad exterior. Hasta el 9 de diciembre, en el Patronato de Turismo Rías Baixas en su sede del Palacete de las Mendoza, tenemos la posibilidad de recorrer ese bosque cargado de otoño y de magia. La magia de la naturaleza.
Al cabo de unos instantes recorriendo la exposición de Carmen Domínguez sentimos como cruje la hojarasca bajo nuestros pasos y hasta somos capaces de oler esa naturaleza donde se mezclan la humedad con los rayos de un sol que calienta una atmósfera tan cambiante como la que se produce durante el otoño. Y es que Carmen Domínguez convierte al otoño en el protagonista de su obra para sustentar un proyecto pictórico, siempre lleno de arriesgadas aventuras. Lo hizo hace tiempo cuando sus pinturas lograron que el volumen formase parte de ellas, al mismo tiempo que las arenas y demás elementos se adherían a una superficie entendida como una geografía vital. Ahora esa geografía se limita a un paisaje, pero a un paisaje admirable por la capacidad de evocación que logra la artista, por la sensación de realidad que logra con la inclusión sobre el lienzo de maderas y elementos vegetales que configuran un collage armonioso como esa propia naturaleza a la que se debe.
Con todo ello la artista es capaz de seducirnos, de hacernos ver que la naturaleza sigue siendo el gran pozo de inspiración del arte, la eterna maestra a la que rendir culto una y otra vez, y donde lo importante, lo que va a distinguir una apuesta de otra, es el cómo el artista refleja y nos muestra ese cúmulo de sensaciones.
Carmen Domínguez tiene en este sentido una gran ventaja, y es el continuo carácter experimental que ha tenido su obra a lo largo del tiempo. La superficie de trabajo entendida como un lugar de ensayo, un territorio sobre el que probar, pintar y corregir, porque llegar a esta interpretación requiere horas y horas de probaturas y sobre todo de volver sobre lo conseguido. Esas hojas que se desprenden de unas frágiles ramas son toda una conquista, una poesía visual que se va depositando en la parte inferior del cuadro para generar una superficie llena de verismo. Igual sucede cuando en ciertas piezas la luz del sol se va filtrando entre la vegetación para ampliar los matices de lo representado, para asentar con ese calor una naturaleza con fecha de caducidad para su posterior renovación natural.

Amante de la pintura como pocas, y de la que ha hecho una auténtica pasión, parece que Carmen Domínguez ha buscado en esta amplia serie un refugio donde guarecerse, donde establecer un campamento base que, a la vista de lo conseguido, se vuelva lo suficientemente amable para alcanzar posteriores conquistas que, a la vista de estos tiempos, no parece nada fácil sin un lugar donde pensar, sentir y amar. Entre estos árboles teñidos de las sensaciones y los colores del otoño, nuestra protagonista se refugia de cara a posteriores conquistas, que sin duda las habrá. Conquistas como las de esos colores (no sé como ha tardado tanto en aparecer el color en este comentario) que siempre han sido esenciales en su obra, muchos de ellos casi inventados por ella dentro de esa perspectiva casi alquimística que trasciende de su trabajo. Tostados, rojos, naranjas, amarillos... todo ellos tan singulares como atractivos y representativos de una manera de acercarse a la naturaleza tan personal como sugerente para el espectador, pero también para la artista, que ha conquistado ese refugio tan propicio para presentarse ante tiempos mejores, que a buen seguro vendrán. Tras el otoño todo se verá con mejor cara.



Publicado en Diario de Pontevedra 04/12/2011
Fotografías Rafa Fariña

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