El próximo 23 de abril Nicanor Parra recibirá el Premio Cervantes. Pero el poeta no estará allí. Su miedo a volar le ha hecho comunicar al jurado que será su nieto quien se acerque hasta Alcalá para recoger el máximo galardón de las letras castellanas. El miedo, una frontera que ha impedido a muchos seguirle en su antipoesía, es el que ahora le frena ante la maquinaria moderna y el vuelo trasantlántico. Roberto Bolaño, otro chileno que escribió mucho de miedos, exclamó: «El que sea valiente que siga a Parra». Nadie ha podido hacerlo todavía. El miedo, oscuro abismo donde la creación hunde su cuchillo para arrancar de su fondo aquello más preciado: la belleza, es una conquista hasta la que muy pocos osan bajar. Ese lugar, oscuro y agreste, se ha convertido durante muchos años en el refugio de Nicanor Parra, paradójicamente, quien ha descendido a ese infierno tenebroso teme ahora aproximarse hasta la luz del sol. Él se quedará asomado a otro océano, a ese Pacífico al que antes miraron Neruda, Huidobro o Vallejo, también ‘mineros’ de la poesía chilena que supieron extraer de la tierra lo desconocido. Su pico siempre fue diferente, forjada su educación en el ámbito de las ciencias, en su lírica se escapa abruptamente de lo afectado, de ese amaneramiento tan peligroso para la poesía. El peligro del miedo, del miedo a volar, del miedo a escribir. Escribir para vivir.
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