La historia de un niño y un pastor
en constante huida por un territorio fantasma es el soporte argumental de la
primera novela de Jesús Carrasco.
Cada cierto tiempo las editoriales nos bombardean con un lanzamiento
espectacular. Con la inesperada aparición en el firmamento literario de un
creador que pondrá patas arriba ese firmamento. La mayor parte de las veces el
bombardeo se queda en una operación de marketing de cara a elevar las ventas de
un libro que pretende optar a la condición de best-seller pero que desde el
punto de vista de la escritura poco nos aporta.
En esta ocasión la editorial Seix Barral ha apostado por un autor que
publica su primera novela bajo el título de ‘Intemperie’ pero en este caso no
estamos ante fuegos de lucería, sino ante una literatura tan arrebatadora que lo
primero que uno piensa, y dicho de manera coloquial, es que “donde demonios
estaba metido este tío”.
‘Intemperie’ es un lacerante recorrido a través de la relación surgida
entre un niño y un pastor con un tercer protagonista de vital importancia, como
es el paisaje en el que se desarrolla su huida. Un camino árido y pedregoso en
el que todo se vuelve en contra de dos personajes nacidos para la derrota y el
sufrimiento. No sabemos sus nombres, el por qué de su huida, ni siquiera esa
geografía carece de referentes que conozcamos, todo está sometido al cruel
devenir de dos seres humanos sometidos a un amenazador destino. Una atmósfera
desasosegante a la que todo lo dicho ayuda a configurar pero en la que sobre
todo el lenguaje es el arma para suscitar todo ese ambiente brutal.
Cierto es que no se es muy original emparentando este libro con el gran
relato del norteamericano Cormac McCarthy, ‘La carretera’, pero sí que esa
similitud surgida de la comunión de un espacio devastado y dos seres sometidos
a su dictado moviéndose a través de él, enseguida nos puede ofrecer una pista
sobre lo que nos podemos encontrar. No es tampoco una mala comparación al
realizarse entre un escritor ya consolidado y el todavía desconocido Jesús
Carrasco, aunque todo parece que la condición de desconocido será muy breve.
Sorprende, sobre todo, para ser una primera novela, lo madurado del lenguaje,
como cada palabra está perfectamente situada para ir creando una tensión que
emana de esa tierra, para a través de los dos protagonistas, llegar hasta el
lector que no tarda en sentirse profundamente afectado por ese viaje
desalentador y al que te unes en la búsqueda de una salida cada vez más teñida
de odio, dolor y resignación.
La única capacidad para la emoción nace del apoyo mutuo que los
protagonistas principales se ofrecen entre sí para, desde el desconocimiento
que uno posee del otro, encontrar una solución a esa deriva a la que se han
visto sometidos. Dos personajes revestidos de una dignidad que parte del
sufrimiento, de la capacidad de resistencia ante un enemigo cruel que les
persigue como la personalización de la violencia que acecha nuestra existencia.
Lo realmente paradójico es cómo de ese escenario desolado, en el que solo
existe lugar para un sentimiento trágico de la vida, el autor es todavía capaz
de dejar algún punto de hermosura, una especie de poesía abonada con las
lágrimas de dolor que se descuelgan por la mejilla de ese niño ante la lección
más dura que nunca llegó a imaginar y que parte de aquellos que se dicen sus
semejantes, situándonos así en varios pasajes ante la posibilidad de redención
humana oscurecida durante gran parte del relato.
Posiblemente nos encontramos ante la revelación literaria de la temporada
y una experiencia para un lector desacostumbrado a libros de esta intensidad
que, como en ‘Intemperie’, deseas llegar al final para desembarazarte de su
opresión, aunque solo unos minutos después eches de menos la sequedad de sus
páginas.
Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 27/01/2013
Progreso de Lugo 26/01/2013
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