UN LIBRO de Ricardo Menéndez Salmón siempre es una buena noticia. Supongo
que ya le retumbará la cabeza al autor cuando escucha la expresión que sobre él
se suele aplicar de una de las "escrituras más personales del panorama literario español", que se repite como un mantra ante cada una de sus novelas. No seré yo quien niegue la mayor,
pero ese tipo de expresiones sirven para cuando alguien se inicia en esto de la
escritura, cuando irrumpe como un soplo nuevo en un sistema literario. Ricardo
Menéndez Salmón ya no es un soplo nuevo, sino que es oxígeno puro dentro de
esta atmósfera muchas veces viciada por lo banal, lo intrascendente o lo
esporádico.
‘Niños en el tiempo’ es su nueva apuesta, arriesgada, como cada uno de sus libros. Un riesgo que parte del propio lenguaje, ese pozo que se cita a lo largo del propio libro como un maná en el cual aplacar las miserias que tantas veces se empeña en poner en nuestro camino la existencia. Miserias o golpes tan brutales como la pérdida de un hijo, un dolor inmenso y tan incomprensible como inasumible por los que no lo hayan sufrido. Asomarse a ese pozo puede ser un bálsamo, leve, pero cuan do menos es luz en la oscuridad. Y esa luz siempre es la que persigue Ricardo Menéndez Salmón, algo que muchos no vislumbran al hablar monótonamente de una literatura cargada de pesimismo, repleta de dolor y sufrimiento, y cercenada de esperanza. Todavía sorprendidos por que la literatura deba también aproximarse a esa realidad (no lo olvidemos nunca) que tan pocos se prestan a tocar.
Ese punto de luz en el infinito es el que guía un proyecto literario sumamente personal, ajeno a modas o extravagancias en la que cada palabra, parte de ese lenguaje revivificador se mide hasta el extremo, el firme sustento de un engranaje narrativo en el que se busca una nueva apuesta, como lo puede ser en esta ocasión el salto temporal y mental desde una lacerante infancia actual hasta uno de los grandes misterios de la humanidad, como lo fue la infancia de Jesucristo. Una pirueta tan arriesgada como efectiva para sustentar ese caminar hacia la luz y la esperanza que desborda, en el último de los tres capítulos en que se divide el libro, sobre la isla de Creta. Un espacio geográfico brioso de luminosidad en el que la humanidad se ha ido entrecruzando a lo largo de la historia en ese Mediterráneo del que todos somos algo. Allí se debate sobre el pasado, el presente y la esperanza construida a partir de un encuentro, como tantas veces en la vida. Un relato trufado como siempre de la exquisita cultura del autor, de sus interacciones con filosofías y actitudes artísticas que van consolidando una manera de aproximarse al hombre, tan firme como acertada dentro de lo literario, para continuar siendo ese oxígeno del cual tomar aire ante tanta intrascendencia.
‘Niños en el tiempo’ es su nueva apuesta, arriesgada, como cada uno de sus libros. Un riesgo que parte del propio lenguaje, ese pozo que se cita a lo largo del propio libro como un maná en el cual aplacar las miserias que tantas veces se empeña en poner en nuestro camino la existencia. Miserias o golpes tan brutales como la pérdida de un hijo, un dolor inmenso y tan incomprensible como inasumible por los que no lo hayan sufrido. Asomarse a ese pozo puede ser un bálsamo, leve, pero cuan do menos es luz en la oscuridad. Y esa luz siempre es la que persigue Ricardo Menéndez Salmón, algo que muchos no vislumbran al hablar monótonamente de una literatura cargada de pesimismo, repleta de dolor y sufrimiento, y cercenada de esperanza. Todavía sorprendidos por que la literatura deba también aproximarse a esa realidad (no lo olvidemos nunca) que tan pocos se prestan a tocar.
Ese punto de luz en el infinito es el que guía un proyecto literario sumamente personal, ajeno a modas o extravagancias en la que cada palabra, parte de ese lenguaje revivificador se mide hasta el extremo, el firme sustento de un engranaje narrativo en el que se busca una nueva apuesta, como lo puede ser en esta ocasión el salto temporal y mental desde una lacerante infancia actual hasta uno de los grandes misterios de la humanidad, como lo fue la infancia de Jesucristo. Una pirueta tan arriesgada como efectiva para sustentar ese caminar hacia la luz y la esperanza que desborda, en el último de los tres capítulos en que se divide el libro, sobre la isla de Creta. Un espacio geográfico brioso de luminosidad en el que la humanidad se ha ido entrecruzando a lo largo de la historia en ese Mediterráneo del que todos somos algo. Allí se debate sobre el pasado, el presente y la esperanza construida a partir de un encuentro, como tantas veces en la vida. Un relato trufado como siempre de la exquisita cultura del autor, de sus interacciones con filosofías y actitudes artísticas que van consolidando una manera de aproximarse al hombre, tan firme como acertada dentro de lo literario, para continuar siendo ese oxígeno del cual tomar aire ante tanta intrascendencia.
Publicado en Diario de Pontevedra y El Progreso de Lugo 16/02/2014
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