En 1998 Francisco Marquina (izda.) coincidió con Cela en la presentación de los cursos de verano de la Fundación CJC en el Colegio Sek (Miguel Vidal) |
"Yo espero un reconocimiento mucho más
sólido y mucho menos anecdótico, y sin el apoyo de los colectivos gays". Así
contestó Cela en Pontevedra, en un acto de presentación
de los cursos de verano de su Fundación
celebrado en el colegio SEK, al ser
preguntado sobre si esperaba obtener algún día un reconocimiento como el que se
le estaba tributando en esos días a Federico
García Lorca, de quien en 1998 se conmemoraba el centenario de su
nacimiento. Añadiendo el Nobel que
no tenía nada en contra ni a favor de los homosexuales, limitándose,
únicamente, «a no tomar por el culo».
Encerrar a Cela en un libro es una tarea
casi imposible. Cela no es un escritor, es un monumento literario. Una
escultura de Botero pesada y densa,
coronada por un cerebro ágil y certero, que manejaba una escritura brillante
como pocos. En el año de su centenario, en el año de los reconocimientos que
esperaba, y las revisiones de su obra, son numerosos los autores que han
perfilado diferentes aspectos de su enorme trabajo, de una vida de leyendas y
realidades a partes iguales. Pocas tan completas y a la vez tan certeras como
la realizada por alguien que gozó de su amistad y de su confianza, en un
personaje en el que esa concesión no semeja sencilla. Francisco García Marquina compartió horas y momentos, que con Cela
me imagino que debían ser auténticos tesoros que el tiempo no ha hecho más que
ir aquilatando. A partir de esos momentos es desde los que se ha ido modelando
este retrato, más que biografía, como afirma el autor antes de meterse en
faena, avisando, de manera honesta, al lector, que este volumen parte de ese
conocimiento personal, más que de un estudio académico de la figura del
protagonista. Esa distancia corta es la que se palpa a lo largo de todo el
libro, la que consigue redimensionar a la figura y al ser humano, equilibrar
sus luces y sus sombras y, sobre todo, mesurar esa equidistancia entre el
escritor y el personaje público que en Camilo José Cela se evidenció como su
gran dialéctica frente a la sociedad de su tiempo. Esa especie de perversión
íntima es la que prevaleció a lo largo de su vida, la que dividió a España entre admiradores y unos
enemigos que anteponían esa escenificación vital a las páginas de sus obras.
‘Cela.
Retrato de un Nobel’(Aache Ediciones)
son más de seiscientas páginas que transitan por su biografía, su personalidad,
el personaje, el escritor y la permanencia de su obra. Cinco lados de un mismo
ser que facetaron su volumen como una figura de Picasso, volviéndolo, inevitablemente, tan enrevesado como
atractivo. Hace poco leí la reedición que la editorial gallega Ediciones del Viento ha publicado con
motivo también de este centenario de ‘Mazurca
para dos muertos’, y todavía estremece ver como un autor tiene la destreza
y la capacidad para versionar mucho de su vida en función de su tierra de
origen, de un sinfín de sensaciones que se convierten en palabra para ir
configurando todo un paisaje emocionante. Esa obra, junto con ‘Madera de Boj’, son de nuevo otro
equilibro, éste entre la Galicia
interior, rural, y la Galicia costera, la del horizonte infinito. De nuevo el
equilibrio, el pie en cada uno de los estribos de una realidad que nunca es
única.
Francisco García Marquina destila esa
crónica privilegiada desde una cantidad abrumadora de datos, de nombres, como
no citar a nuestro querido paisano el doctor José Luis Barros Malvar
que salvó la vida al escritor en ese momento en que se debatía entre dos
mujeres. No elude el retratista momentos espinosos en la vida del escritor,
revelando tensiones y decisiones, como tampoco lo hace con el análisis de sus
textos literarios, siempre en relación con los estudios de expertos de su obra.
El libro aparece repleto de frases sintomáticas sobre Cela, precisas
descripciones de lo que se movía alrededor del escritor que describen de manera
certera su situación. Anoten esta: «Cela no era precisamente un intelectual,
sino un vitalista», que entra en competencia con un pensamiento del propio
Cela: «No se debe elegir entre vida y literatura, porque entonces se acaba
haciendo literatura de literatura». De nuevo esa eterna confrontación entre dos
fuerzas: vida y literatura, las dos caras de este Jano bifronte, complejo y fascinante que aquí ha sido retratado y
encerrado desde un equilibro permanente.
Encerrado en un libro VI. Publicado en Diario de Pontevedra 6/08/2016
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