sábado, 6 de agosto de 2016

Cela en equilibrio

En 1998 Francisco Marquina (izda.) coincidió con Cela en la presentación
de los cursos de verano de la Fundación CJC en el Colegio Sek (Miguel Vidal)
"Yo espero un reconocimiento mucho más sólido y mucho menos anecdótico, y sin el apoyo de los colectivos gays". Así contestó Cela en Pontevedra, en un acto de presentación de los cursos de verano de su Fundación celebrado en el colegio SEK, al ser preguntado sobre si esperaba obtener algún día un reconocimiento como el que se le estaba tributando en esos días a Federico García Lorca, de quien en 1998 se conmemoraba el centenario de su nacimiento. Añadiendo el Nobel que no tenía nada en contra ni a favor de los homosexuales, limitándose, únicamente, «a no tomar por el culo».
Encerrar a Cela en un libro es una tarea casi imposible. Cela no es un escritor, es un monumento literario. Una escultura de Botero pesada y densa, coronada por un cerebro ágil y certero, que manejaba una escritura brillante como pocos. En el año de su centenario, en el año de los reconocimientos que esperaba, y las revisiones de su obra, son numerosos los autores que han perfilado diferentes aspectos de su enorme trabajo, de una vida de leyendas y realidades a partes iguales. Pocas tan completas y a la vez tan certeras como la realizada por alguien que gozó de su amistad y de su confianza, en un personaje en el que esa concesión no semeja sencilla. Francisco García Marquina compartió horas y momentos, que con Cela me imagino que debían ser auténticos tesoros que el tiempo no ha hecho más que ir aquilatando. A partir de esos momentos es desde los que se ha ido modelando este retrato, más que biografía, como afirma el autor antes de meterse en faena, avisando, de manera honesta, al lector, que este volumen parte de ese conocimiento personal, más que de un estudio académico de la figura del protagonista. Esa distancia corta es la que se palpa a lo largo de todo el libro, la que consigue redimensionar a la figura y al ser humano, equilibrar sus luces y sus sombras y, sobre todo, mesurar esa equidistancia entre el escritor y el personaje público que en Camilo José Cela se evidenció como su gran dialéctica frente a la sociedad de su tiempo. Esa especie de perversión íntima es la que prevaleció a lo largo de su vida, la que dividió a España entre admiradores y unos enemigos que anteponían esa escenificación vital a las páginas de sus obras.
Cela. Retrato de un Nobel’(Aache Ediciones) son más de seiscientas páginas que transitan por su biografía, su personalidad, el personaje, el escritor y la permanencia de su obra. Cinco lados de un mismo ser que facetaron su volumen como una figura de Picasso, volviéndolo, inevitablemente, tan enrevesado como atractivo. Hace poco leí la reedición que la editorial gallega Ediciones del Viento ha publicado con motivo también de este centenario de ‘Mazurca para dos muertos’, y todavía estremece ver como un autor tiene la destreza y la capacidad para versionar mucho de su vida en función de su tierra de origen, de un sinfín de sensaciones que se convierten en palabra para ir configurando todo un paisaje emocionante. Esa obra, junto con ‘Madera de Boj’, son de nuevo otro equilibro, éste entre la Galicia interior, rural, y la Galicia costera, la del horizonte infinito. De nuevo el equilibrio, el pie en cada uno de los estribos de una realidad que nunca es única.

Francisco García Marquina destila esa crónica privilegiada desde una cantidad abrumadora de datos, de nombres, como no citar a nuestro querido paisano el doctor José Luis Barros Malvar que salvó la vida al escritor en ese momento en que se debatía entre dos mujeres. No elude el retratista momentos espinosos en la vida del escritor, revelando tensiones y decisiones, como tampoco lo hace con el análisis de sus textos literarios, siempre en relación con los estudios de expertos de su obra. El libro aparece repleto de frases sintomáticas sobre Cela, precisas descripciones de lo que se movía alrededor del escritor que describen de manera certera su situación. Anoten esta: «Cela no era precisamente un intelectual, sino un vitalista», que entra en competencia con un pensamiento del propio Cela: «No se debe elegir entre vida y literatura, porque entonces se acaba haciendo literatura de literatura». De nuevo esa eterna confrontación entre dos fuerzas: vida y literatura, las dos caras de este Jano bifronte, complejo y fascinante que aquí ha sido retratado y encerrado desde un equilibro permanente.


Encerrado en un libro VI. Publicado en Diario de Pontevedra 6/08/2016

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