Julio Cortázar y Carol Dunlop |
Ha sido mi acompañante durante gran
parte de este verano. Un libro en el medio de otros libros. Textos refrescantes
y alborotados que se iban mezclando con otras lecturas. ‘Los autonautas de la cosmopista’ se convirtió en un aliviadero
entre diferentes relatos más o menos agradecidos, pero el universo Cortázar siempre estaba ahí. En ese
texto, el último publicado por el autor, en el que se narra el viaje por una
autopista entre París y Marsella acompañado de su última
esposa, la fotógrafa Carol Dunlop,
uno se liberaba, al igual que hacen sus protagonistas, de las lecturas más
incómodas, mientras ellos lo hacían de la cotidianeidad, más aún cuando
presagiaban que todo estaba llegando a su fin. «Llevar a cabo este viaje era
probarnos que teníamos armas contra lo tenebroso», dice Cortázar.
El 23 de mayo de 1982 arrancaba ese
trayecto experimental. En noviembre de ese mismo año Carol murió mientras
Cortázar lo haría en febrero de 1984, atendido, como lo estuvo casi siempre que
se dejó, por la inmensa Aurora Bernárdez,
la que fue su primera esposa y siempre, la que lo amó en todo momento y la que
veló por su legado (cediendo a Galicia
parte de su colección fotográfica).
Esta locura quijotesca adentró en una
autopista a ambos a bordo de una Volkswagen
roja, humanizada con el nombre de Fafner,
un ‘dragón wagneriano’ desde el que enfrentarse a todo lo que sucedía en ese
deambular del que no se podía salir hasta su remate y en el que se debía parar
en dos áreas de descanso cada día, según el férreo reglamento establecido antes
de la partida. El cuaderno de bitácora se convertirá en este libro, mezcla de
lo alegre y lo conmovedor que se encierra en toda su obra. Como todo caminar es
símbolo de vida, de encuentros y desencuentros, de monstruos que nos amenazan,
de cronopios que aparecen, de miedos y alegrías, de amores incontrolados, de
complicidades, de caricias, de sombras bajo las que instalar una oficina en la
que ponerse a escribir, de fotografías incapaces de contener toda la vida que
se desborda de ellas, en definitiva, un libro sorprendente para alguien que se
acercaba a los setenta años y con el que no hacía más que requebrar la realidad
en una partida condenada a perderse de antemano. Distorsionar ese universo de
lo real a partir de un texto que no le pierde la mirada a lo que sucede en el
mundo (Guerra de las Malvinas) pero
que decide construir el suyo propio entre camiones, divagaciones «científicas»,
cartas misteriosas, habitaciones de moteles y sobre todo, paradas siempre
imprevisibles junto al trazado de esa autopista.
Un texto repleto de fotografías, de
dibujos (realizados por el propio hijo de Carol Dunlop) inciden en ese
permanente hálito de vida que se esconde tras cada una de las páginas y en las
que uno se sumerge con cierta precaución ante su desparpajo, pero que, llegado
al final, se hace breve por todo ese caudal de imaginación que se encierra en
esta gran rayuela de saltos a un lado y a otro, en el que Cortázar veía mucho
más de lo que vería cualquier mortal, más aún cualquier usuario de una
autopista ideada para hacer de un viaje algo fugaz, un medio, más que un fin en
si mismo. Cortázar y Dunlop hacen, por lo tanto, de este viaje un fin en sí
mismo. Una experiencia única que convirtió a este Lobo y a esta Osita en
dos animales libres, en dos seres que respiraron la fragancia que surge de la
«interminable fiesta de la vida». Es por ello que este libro más que encerrar a
dos personas heridas, encierra todo un espíritu libertario, una genial apuesta
por la existencia de la que línea tras línea se extrae alguna enseñanza. Pocos
libros más precisos para un verano, para indagar también en nosotros mismos
sobre en qué convertimos nuestras vacaciones, tantas veces exageradas en sus
pretensiones, cuando simplemente se necesita tiempo para uno mismo, para compartir,
para vivir y para ello muchas veces tenemos el paraíso bien cerca de nuestros
hogares.
La muerte de Carol Dunlop convirtió al
libro, publicado sólo unos meses después, en toda una carta de amor, un amor
que circulaba en un dragón rojo dejando el rastro de una relación entre dos
seres humanos que se necesitaban mutuamente, tal y como nosotros necesitamos
libros como éste, libros de Julio Cortázar, libros que te harán vivir y sentir.
Encerrado en un libro VIII. Publicado en Diario de Pontevedra 20/08/2016
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