Clásicos para un verano (X). Decir Orson Welles es decir cine. No hay una sola película en la que él haya participado de una u otra manera que no posea esa aura mítica que emerge de su incomparable personalidad. Un ser desbordante no solo en lo cinematográfico, sino también en lo personal. ‘Ciudadano Kane’, ‘El cuarto mandamiento’, ‘El extraño’ o ‘La dama de Shanghai’ muestran su cine más clásico, pero el paso de los años le llevó a producir obras tan singulares como este caso.
Hay películas que pasan a la historia por un solo plano. Un poderoso aldabonazo a la visión del espectador y a la mente del cinéfilo. Orson Welles posee varios de estos planos inmortales: la bolita de nieve de ‘Ciudadano Kane’, los espejos de ‘La dama de Shanghai’, sus shakespearianos universos de ‘Macbeth’ y ‘Campanadas a Medianoche’, pero quizás sea con ‘Sed de mal’ con el que el director americano alcanza su cima como tal con la ejecución de un larguísimo plano, de más de tres minutos, que demuestra su inconmesurable capacidad de dominio del espacio, y de la narración dentro de él.
Asomarse a esa grúa que sobrevuela las calles de un pequeño pueblo fronterizo entre México y Estados Unidos es uno de los espectáculos más grandiosos que nos ha dejado el cine y quizás sea la culminación de una forma de entender el séptimo arte. No pocos estudiosos del cine definen a ‘Sed de mal’ como la última gran película del periodo clásico de un Hollywood que iba lentamente desintegrándose, y perdiendo glamour entre una sociedad americana en la que la televisión comenzaba a imponerse. Orson Welles había renovado el lenguaje fílmico en 1941 con ‘Ciudadano Kane’, y con la extraordinaria y no siempre del todo valorada ‘El cuarto mandamiento’, y ahora, diecisiete años más tarde, parecía querer cerrar el círculo de una época inimitable.
Sordidez| Y así lo hizo con su vuelta a Hollywood tras años viviendo en Europa. Los estudios Universal, y con la implicación por parte de la gran estrella del momento, Charlton Heston, pusieron en sus manos este proyecto en el cual Orson Welles se involucró desde el principio, no solo como actor, sino como guionista y director, cobrando solo el sueldo por su actuación.
Evidentemente, lo primero fue reescribir el guión, adaptarlo a una historia en la que la traición y el eterno debate entre el bien y el mal debían centrar la trama. Importantísima también lo fue la puesta en escena, la creación de un mundo de luces y sombras de una modernidad asombrosa y que nos conducía hacia un expresionismo de fuertes contrastes. Planos cortos, llenos de tensiones entre los personajes, primeros planos que transmiten el hedor de una sociedad llena de elementos sórdidos que tienen su reflejo en la figura obesa y sudorosa del inspector de policía que interpreta el propio director. Toda esta atmósfera es la que, gracias a su genialidad creativa, lejos de resultar repulsiva te atrapa dentro de la historia y ya no te suelta hasta ese lacónico 'adiós' que pronuncia Marlene Dietrich como cierre de la película. Y es que esta obra tiene en su reparto una seña más de su identidad, ya que en torno a este triángulo estelar: Charlton Heston, Janet Leigh u Orson Welles, se van insertando una serie de personajes tan singulares como imprescindibles para ahondar en lo que se nos cuenta, Joseph Calleia, Akim Tamiroff o Marlene Dietrich, junto a los cameos de Joseph Cotten y Zsa Zsa Gabor, van enredando esa maraña que dispone Orson Welles ante nosotros.
En treinta y nueve días, uno más de los previstos inicialmente, se rodaron todas las escenas, pasando la producción al montaje, elemento clave en una obra donde se aúnan, como en toda obra maestra, diferentes elementos que la convierten en única, como la música de Henry Mancini o la fotografía de Russell Metty. Ambas disciplinas están al servicio de la narración y se convierten en dos de sus máximos apoyos, y todo ello en la búsqueda de esa atmósfera cada vez más densa, donde confluyen las miradas de las dos culturas de la frontera. Por ello se hace imprescindible, para captar matices y recrearse en la verdad de la historia, su visualización en versión original.
La película le pareció demasiado compleja a la productora, aprovechando la ausencia de Welles, llegó a rodar varios planos para aligerar la historia, haciendo la trama más comprensible para el espectador. Orson Welles envió a la Universal una carta en la que mediante 58 puntos explicaba lo que habían hecho con el trabajo de tantas duras jornadas y donde ofrecía las consignas necesarias para el correcto montaje de la película. El presidente de la Universal ignoró tales consejos y la película se estrenó con escasa respuesta por parte del público. De nuevo la figura de Charlton Heston emerge aquí como una pieza esencial en la intrahistoria de la película. Gracias a él Welles fue el director que la llevó a cabo, de su bolsillo salió el día extra que se necesitó para el rodaje, y él, como propietario de parte del filme y quien recibía una parte de los ingresos de taquilla, disponía de una copia de esas 58 indicaciones que permitieron que en 1998 se recuperase la película con quince minutos extra y el montaje real de Orson Welles.
‘Sed de mal’ remata esta secuencia por diez de las películas más importantes de la historia del cine. Todas ellas dentro de lo que se acuñó como cine clásico, el cine que los estudios de Hollywood fueron capaces de crear durante varias décadas para gozo de la humanidad.
Sed de mal
(Touch of evil, 1958)
Blanco y negro.
Director: Orson Welles.
Guión: Orson Welles a partir de la novela de Whit Masterson.
Dirección artística: Robert Clatworthy, Alexander Golitzen.
Fotografía: Russell Metty.
Producción: Albert Zugsmith.
Música: Henry Mancini.
Duración aproximada: 108 minutos.
Estreno: 23 de abril de 1958.
Intérpretes: Orson Welles (Hank Quinlan), Charlton Heston (Mike Vargas), Janet Leigh (Susan Vargas), Josep Calleia (Pete Menzies), Akim Tamiroff (Joe Grandi), Marlene Dietrich (Tanya)
Argumento: Mike Vargas y Susan Vargas son una pareja de recién casados, él es un policía mexicano. Ambos se ven obligados a interrumpir su viaje de luna de miel al explotar un vehículo conducido por un mafioso de la droga. Mike Vargas deberá trabajar con Hank Quinlan, un corrupto y obeso jefe de policía. Tras el secuestro de su mujer, Vargas deberá resolver el caso antes de que sea demasiado tarde.
Publicado en Diario de Pontevedra 4/09/2011
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