La función del arte como una gran obra abierta de la que podemos formar parte es el pretexto que está detrás del trabajo de Amaya González Reyes. Pretexto porque tras él descubrimos la capacidad de la artista para afianzar su compromiso estético
‘No hay teatro sin espectador’ afirmó Jacques Rancière en una ocasión y en torno a esa cuestión es sobre la que reflexiona Amaya González Reyes (Sanxenxo, 1979) dentro del proyecto expositivo ‘Entrar en la obra’ que desde hace un tiempo viene llevando a cabo el MARCO de Vigo en las salas de su primera planta. ‘Entrar en la obra. Perder (se) en ella’ es la propuesta de la artista en esta ocasión, donde la teatralidad de la puesta en escena lleva a Amaya a proponer doce obras. Doce estaciones en las que involucrarse y de las que formar parte activa. Tanto las instalaciones, esculturas, vídeo o fotografía inciden en esa sensación que genera el arte como forma de atrapar a esa otra mitad que se refleja en su propio espejo: el público. Somos, por lo tanto, los testigos de esa conducta creativa. Testigos y actores, ya que una vez dentro de ella asumimos la segunda parte del interesado y premeditado componente del título de la muestra. Ese ‘perder (se)’ en la obra, no es solo el que nos perdamos entre lo artístico, sino que reconozcamos ese sentimiento de ausencia que trasciende de cada una de las piezas. Se pierde el tiempo, que se nos escapa entre las manos como si fuese fina arena, pero también se pierde aquello que no tenemos, lo que nos hace dudar, condicionando nuestras vidas como una gran red, similar a esa que cuelga en la sala. Pero también es el engaño, aquello que nos ha seducido y finalmente aparece ante nosotros hecho añicos como esa lámpara estrellada contra el suelo. Fragmentos de lo que nos cautivó y ahora hasta nos puede llegar a herir.
Y todo ello no es más que el fruto de un enfrentamiento, de una dialéctica conceptual que emana de la lucha de contrarios: pasividad/acción, posesión/pérdida, satisfacción/desencanto... y cómo ejerce de árbitro ese juez insobornable, ese tic-tac ansioso e incansable que es el tiempo. Todos somos tiempo y el tiempo es el que define esta aproximación entre la obra de arte y el sujeto. Entre el yo creador y el visitante, entre el yo y el tú. Una barrera tan débil como lo puede ser esa media con que la propia Amaya González cubre su rostro para ocultarse sin dejar de observarnos. Para fijar su mirada en nosotros, que es lo que siempre debe hacer un artista, no bajar nunca la mirada de aquellos que le rodean. Así es como Amaya González Reyes juega con nosotros, nos tantea para observar nuestra reacción, planteando un diálogo del que a lo mejor no somos muy conscientes, pero sin el que su obra no culminaría esa búsqueda que es la que le da sentido a ella y a todo un abismo de experimentación.
Publicado en Diario de Pontevedra 15/01/2012
Fotografía: MARCO
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