Durante el mes de mayo la Galería Sargadelos de Pontevedra nos permite
conocer la obra de Carmen Suárez. Allí nos podremos enfrentar a un conjunto de
figuras que permanecen aparentemente ajenas al mundo que las rodea, separadas
de él por un vacío en el que no parecen sentirse del todo incómodas. Sus
presencias nos hablan del mundo interior de su creadora, de la inconexión que
muchas veces por las diferentes circunstancias que nos asaltan en la vida, nos
vemos en la obligación de padecer. Pero también una mirada hacia nosotros
mismos.
Pasados unos minutos entre estas figuras de tamaño casi real uno se
vuelve cómplice de ellas. Se pregunta qué hacen en esas superficies neutras sin
referencias espaciales, totalmente abandonadas a su suerte, ajenas a la
realidad de nuestro mundo. Y quizás ahí esté la clave que se esconde tras la
reflexión artística de Carmen Suárez, en ella parece escrutar la posición del
ser humano en una sociedad que no siempre es muy agradable para con el hombre,
en gran medida por nuestros propios hechos, a partir de los cuales este hábitat
se convierte cada vez en más irracional. Por ello uno piensa en si estas
personas no están disfrutando más de sí mismas en sus diferentes posiciones
introspectivas que en el caso de estar acompañadas de otras personas o
referencias sociales.
Bajo el esclarecedor título de ‘In-conexiones’ la autora nos conduce a
ese mundo individualizado en que cada vez más se está convirtiendo nuestra
sociedad. Un páramo de incomunicaciones al que nos vemos abocados. Estamos pero
no estamos, es nuestra presencia física la que nos sostiene mientras nuestra
mente se encuentra bien lejos de nuestro cuerpo. Esas figuras, perfectamente
nítidas recortadas sobre ese telón blanco, hacen que nos centremos en su
presencia, ellas son el paisaje sobre el que trabaja Carmen Suárez, ese que
modela para abrirse hacia nosotros como una mirada hacia el interior del ser
humano y como no, hacia el interior de nosotros mismos.
Este ejercicio de intimismo sorprende por la economía de medios, por la
capacidad de la creadora para aproximarnos a esas realidades individuales que
se van desplegando por toda la sala como si de las páginas de un libro
desperdigadas por el viento se tratase. Una a una van cayendo para conocer a
los protagonistas y unas historias que nosotros mismo podemos evocar a partir
de esas miradas ausentes, de las espaldas que se enfrentan entre sí, de los
pensamientos que en cada uno de ellos se adivinan, de los desvelos en los que
se ven envueltos o de esas poses reflexivas en las que muchas de ellas se ven
caracterizadas.
Todo este intimismo no deja de evidenciar la sensibilidad de la autora
por definir estas situaciones, por convertir el arte en una especie de terapia
contra los designios de la vida, tan cruel en ocasiones. Muchas más de las que
nos creemos y ella, por desgracia lo sabe bien. Esta valentía por mirar a
nuestro mundo a través de lo artístico es el que confiere la rotundidad, tanto
a las formas como al fondo. Es la manifestación explícita de que el ser humano
hace de ese acto de rebeldía con el entorno un ejercicio de afirmación
personal, un portazo en un mundo de inquietantes blancos repletos de
frivolidades que no son necesarias ni tan siquiera representar, tal y como
están de presentes en nuestro día a día, en ese divagar en el que no sabemos
muy bien cómo actuar. Convirtámonos en ese fragmento que falta en la obra, en
el sustituto de esa neutralidad asfixiante y de la que mal que nos pese somos
parte.
Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 19/05/2013
Fotografía Ángel Rodríguez
Ningún comentario:
Publicar un comentario