luns, 6 de maio de 2013

Somos memoria




Este bálsamo no cura cicatrices pero sí que sirve para aplacar las angustias y los recuerdos que ya se le empiezan a atragantar a uno con el paso de los años. Días atrás anunciabaEnrique González Macho, propietario de Alta films, el cierre de casi 200 salas de cine en toda España, que se dice bien pronto. 200 pantallas que dejarán de conjugar luces y sombras para ser solo sombra, para ser oscuridad y, en el mejor de los casos, memoria. Pocos lugares me generan más desazón que un cine cerrado y así fue como me emocionó ver hace unos años aquella serie de fotografías de Manuel Sendón en las que rastreaba por toda Galicia salas de pueblos y capitales ajadas por el paso del tiempo guardando entre sus paredes y fachadas los sueños de neón de una época en la que solo el cine podía distraer las miserias de la vida. 
En Pontevedra tenemos numerosos ejemplos de cómo nuestras salas se han ido cerrando una tras otra, despojando a esos lugares de su envolvente magia. La magia convertida en franquicia y los sueños pisoteados por los balances de resultados. No hay una sola vez que al entrar en H&M deje de recordar el olor del Cine Victoria o el tacto del terciopelo rojo de sus butacas; de igual manera cada vez que paso ante el que era el Cine Gónviz, ahora Zara Home, recuerdo mi estreno cinematográfico de la mano de mi padre para ver un Superman que jamás podré olvidar; como cada vez que voy a buscar a mis hijas al colegio y me detengo ante los restos de los Multicines ABC para asomarme a sus polvorientas cristaleras esperando que esas pantallas se vuelvan a iluminar; y que me dicen del Teatro Cine Malvar, con ese flamante edificio de viviendas erigido sobre sus ruinas ante el que pienso en aquel túnel lóbrego en el que las fotos de Rafa nos permitían recorrer la vida social de la ciudad, y convertido ahora en un lustroso pasillo que nada tiene que ver con el anterior, sobre todo en los agonizantes años de aquel Teatro al que acudían compañías de toda España, pero en el que sobre todo se respiraba cine. 
Nuestro fotógrafo Gonzalo García, antes de que todo se viniera abajo, fue quien de rescatar esta imagen en la que si se fijan bien se concentra toda una época de esta ciudad:Parrita, Filgueira Valverde, el Pontevedra del Hai que roelo, folletos de artistas, carteles taurinos, recortes del Diario de Pontevedra. Vamos, una mina que le puede ofrecer inspiración a Bernardo Sartier para todo un año de artículos. Pegado a esa pared mohosa se puede rascar el tiempo, palpar ese barniz que resiste el paso de las generaciones pero que no puede luchar contra la especulación y la falta de sensibilidad. Así se han ido perdiendo todas nuestras salas hasta vernos abocados a este nuevo tipo de exhibición que impera ahora, tan impersonal como frío. 
Pero lo que nunca nos podrán arrancar de la memoria es el tiempo que en ellos hemos pasado. Cada uno de nosotros conservará en su retina las imágenes de su relación con sus cines de toda la vida, los que Sofía Irene no conocerán, pero de los que su padre les hablará algún día. Y les contará de aquellos grandes telones que se descorrían como en un parto feliz, de sus inmensas pantallas, del crepitar de la proyección, y hasta les contará historias como la de aquel festival benéfico celebrado en el Malvar al que, llevando un kilo de algún producto, podías acceder a ver la ansiada segunda parte de Superman (sí, otra vezClark Kent en mi camino). La ilusión y los nervios acelerados como cada vez que se apagaban las luces, pero un problema con la copia hizo que se variase el título a proyectar, y así fue como todos aquellos niños, de dispares edades, asistieron a una película que solo unos meses más tarde traería la gloria a nuestro cine. ‘Volver a empezar’ de José Luis Garci fue la película que aquel día un patio de butacas lleno de infantes se tuvo que tragar, convirtiendo a los diez minutos ese patio en una auténtica algarabía en la que lo de menos era lo que sucedía ela pantalla. 
Pero en ese rincón y en esa foto una imagen se impone al resto, incluso a la de Clark Gable, resistiendo milagrosamente el propio paso del tiempo. Es la del inolvidable Parrita que iluminó nuestros sueños desde su puesto de operador. Tras cinco años en el Victoria el resto de su vida la pasó en esa cabina del Malvar. En alguna ocasión comentó que esa fue su Universidad, también lo fue para muchos de nosotros, con él en el cargo de Rector Magnífico.


Publicado en Diario de Pontevedra. 4/05/2013
Fotografía Gonzalo García

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