Charles Chaplin
falleció en un día de Navidad. Hasta en eso fue singular el que sin
duda es uno de los mayores genios de la historia
Charles Chaplin maquillándose en una secuencia de 'Candilejas' ante otro genio del cine mudo, Buster Keaton. |
EL PRÓXIMO AÑO se
cumplirán 130 años del nacimiento de Charles Chaplin, ahora que lo
pienso los mismos que cumplirá este centenario periódico. Desde su
llegada a este mundo, hasta su fallecimiento, el 25 de diciembre de
1977, la presencia de Charles Chaplin entre nosotros lo convirtió en
uno de los mejores exponentes de la creatividad y la genialidad
humana. Su legado cinematográfico resiste muy pocas comparaciones,
solo las de gigantes como John Ford, Alfred Hitchcock o nuestro Luis
Buñuel. Su intuición y capacidad para entender y desarrollar lo que
suponía el cine en un momento tan determinado como el de los años
veinte y treinta, sí que no tuvo rival alguno, así como ciertas
poéticas de la imagen y del sentido del ritmo que muchos quisieron
igualar, quedándose por el camino.
Cada día de Navidad me
acuerdo de Charles Chaplin, como cada día de Navidad lo inicio de
madrugada tomándome una copa en el Cafe de Rick en Casablanca.
Liturgias de cinéfilo, pero también la mejor manera de resguardarse
en un lugar donde sí encuentro esos valores que tantos vociferan
estos días, pero que luego no pasan de convertirse en una
declaración de intenciones puramente actoral. En el cine de Chaplin
también tenemos esa dosis precisa para entender al ser humano que no
demasiados en el cine fueron capaces de plantear de manera tan
lúcida. Al director y actor británico no le hacían falta sonidos,
simplemente gestos y miradas. Se resistió a la palabra, sabedor de
que las palabras son demasiadas veces un engañabobos, y la peor
manera del ser humano para reflejar sus ansias autodestructivas. La
industria, del cine y del espectáculo, lo arrolló bajo los nuevos
tiempos que dejaron al cine mudo como un relicario donde todavía hoy
nos encontramos las mejores esencias del cine. Ahora casi nadie ve
una película de cine mudo, los planes de estudio de nuestros
institutos desprecian ese lenguaje, como el de la práctica totalidad
del cine, como vehículo de cultura y de conocimiento, pero ver una
película de esa época mantiene todavía un halo mágico donde el
actor se movía a pecho descubierto. Tal y como hizo Chaplin en sus
cortometrajes iniciales en los que el humor y el gag se impusieron a
una progresiva nostalgia, melancolía y compromiso frente a una
sociedad que cada vez le gustaba menos. Sus ocho películas,
realizadas bajo su sello propio de producción, United Artists: «Una
mujer de París’, ‘La quimera del oro’, ‘El circo’, ‘Luces
de la ciudad’, ‘Tiempos modernos’, ‘El gran dictador’,
‘Monsieur Verdoux’ y ‘Candilejas’, dirigidas entre 1923 y
1952, son la mejor muestra de madurez de un director de cine y la
consagración definitiva del genio eterno de este hombrecillo menudo
pero de una increíble inteligencia que no dejó de mostrar durante
toda su vida hasta esa Navidad final, hasta esa última nevada en la
que, en su residencia de Suiza, se apagó una vida que ya en los
últimos años, y debido a una demencia senil, no le permitía
recordar su trayectoria. Él ya nos había dejado uno de esos tesoros
impagables, películas y secuencias convertidas en caricias de
celuloide para una sociedad que no debería olvidar nunca su legado.
Publicado en Diario de Pontevedra 26/12/2018
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