En el ‘Libro de maravillas para niñas y niños’ el autor americano revisa algunas de las narraciones que son el sustrato de nuestra literatura
El mito. Una de las grandes cajas de Pandora de la literatura universal. En ella se encierran gran parte de nuestros secretos, pero también esas verdades reveladas que han ido conformando siglos y siglos de narraciones que han pasado del sistema oral al de la escritura. En ese territorio del mito, son los relatos de la mitología griega los grandes aglutinadores de leyendas primitivas que confluyeron así para convertirse en eternas, al amparo de las relaciones entre los dioses y los hombres. Innumerables relatos que se revistieron de trascendencia al hacerse escritura y al ser el firme sustento de gran parte de lo que hoy somos.
El famoso escritor Nathaniel Hawthorne (1804-1864), una de las piedras angulares de la gran literatura norteamericana, reinterpreta seis de las más conocidas leyendas mitológicas, en una revisión que, acertadamente, la editorial Acantilado pone en nuestras manos para aproximarnos a una curiosa mezcla entre el sustrato mítico y la narrativa del autor americano, coétaneo de Melville y Poe, y en la que se reconoce ese ambiente general que adquiría la prosa de aquel momento del Romanticismo americano, donde se ingerían ciertos toques góticos y fantásticos.
Gran amante de la literatura, Nathaniel Hawthorne sabía de la importancia de este tipo de narraciones en todo el orbe literario, de ahí que no sea extraña la aproximación que hace a seis relatos: ‘La cabeza de la Gorgona ’, ‘El toque de Oro’, ‘El paraíso de los niños’, ‘Las tres manzanas de oro’, ‘La jara milagrosa’ y ‘La Quimera ’, donde se reescriben los mitos de Perseo y la Medusa , el rey Midas, la caja de Pandora, el viaje de Hércules al Jardín de las Hespérides, el amor de Baucis y Filemón y el encuentro entre Pegaso y Belerofonte. Relatos en los que no se detiene solo en lo literario, ya que, y quizás debido por entenderse como lecturas destinadas a niños, insiste en la condición moralizante de cada una de ellas, dejando bien evidentes las enseñanzas que se pueden extraer de la lectura pausada de cada uno de ellos. Y es que el autor, amén del brillante manejo de las palabras, también destaca por cómo nos presenta todas esas narraciones, insertas en una narración global que se destina a un grupo de niños que, como en el mundo antiguo, se sientan ante el narrador a escuchar sus relatos.
No cabe duda de que Nathaniel Hawthorne quiere rendir pleitesía a esa forma literaria que se pierde en la noche de los tiempos, donde de verdad nace la condición literaria, y es por ello que insiste en cada uno de los relatos en irlos anunciando con el comienzo de ese relato oral por medio del narrador. No falta el humor en toda la narración, incluso en el guiño final que el escritor se hace a sí mismo en una especie de epílogo final. Del mismo modo sabe de la importancia del humor como bisagra dentro de unos relatos en los que también confluyen momentos de tensión. De ahí ese inteligente empleo del humor, no solo en las propias leyendas, sino también cuando el narrador anuncia a los menores el relato que les va a contar. Así es como dentro de la naturaleza esas mitologías parecen hacer regresar al ser humano al principio, a ese origen donde se han ido estableciendo narraciones, pero también conductas, de ahí que en cada una de ellas se registre una gran carga de valores. La distinción entre el bien y el mal para el hombre.
Nathaniel Hawthorne hace así su propio homenaje a la literatura, sirviéndose de esa concepción mítica para producir sus propias leyendas. Narraciones que nos conducen a dos tiempos y a dos momentos, uno en esa Norteamérica, todavía en pañales, y otro, a una Grecia, donde el hecho de narrar es parte de sus esencia.
Publicado en Revista. Diario de Pontevedra. 3/06/2012
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