clásicos
para un verano
Pocas décadas han sido tan trascendentales en la configuración de la identidad
de los Estados Unidos como la de los sesenta. Parecía como si el hombre
americano se despertase de un sueño de felicidad y alegría procedente de su
triunfo en la Segunda
Guerra Mundial. Los años sesenta liberaron al individuo y esa
necesidad de sentirse libre tuvo su reflejo en el cine. En pocas veces de
manera tan rotunda como en Easy rider dirigida y protagonizada por Dennis
Hopper.
En
1963 es asesinado el presidente Kennedy, unos años después los Estados Unidos
entran en guerra con Vietnam, en 1968 muere asesinado el activista contra el
racismo Martin Luther King. Pero los años sesenta también fueron los de la
eclosión del movimiento hippie, el amor libre y la proliferación del consumo de
drogas. Estados Unidos se soltaba de su férreo corsé y rebelándose ante las
acciones militares de su gobierno. Nace así toda una contracultura que tuvo su
reflejo en el cine respondiendo a esa idea de que el arte es reflejo de su
sociedad y pocas disciplinas artísticas son tan evidentes en ese terreno como
lo es el cine.
Una
nueva generación de directores propició un vuelco a ese cine evasivo
propiciado por Hollywood, aquel de maravillosos guiones y monumentales
estudios. Llevaron así sus historias y cámaras a la realidad americana. ‘El
graduado’, ‘Cowboy de medianoche’, ‘Bonnie and Clide’, ‘En el calor de la
noche’ o ‘Grupo Salvaje’, son títulos que emergían de esta nueva visión
aportada por el cine. Desde cualquier género se abogaba por el hombre, su
sentimiento de individualidad y la necesidad de libertad como aspiración para
un cambio en la perspectiva global de la sociedad y sus consecuencias. En
definitiva para mudar a una sociedad que caminaba hacia la desesperación.
Entre
esos nombres emergentes el caso de Dennis Hopper es paradigmático del nuevo
tiempo. Se lanza como director y actor con esta historia que por un lado sería
su consagración, ya que este título quedaría ya establecido bajo ese epígrafe
tan 'cool' de película de culto, y por otro, porque tras este éxito su vida iría
rodando por una pendiente de autodestrucción que solo al final de su vida
asistiría a una cierta recuperación con la participación en algunos títulos
destacables y el reconocimiento de nombres tan importantes como el de Wim
Wenders.
‘Easy
rider’ va a retratar a toda esa generación que anhelaba conquistar esa
sensación de libertad, un espíritu contracultural basado en la individualidad
del ser humano y para ello, que mejor manera que huir de las aglomeraciones,
lanzarse a la naturaleza, el único refugio todavía vírgen de nuestra sociedad,
por el que cabalgar al encuentro de la descorazonadora realidad del país
americano. Los encuentros de sus protagonistas, Dennis Hopper y Peter Fonda,
montados como cowboys modernos sobre sus choppers, y sus tropiezos con diferentes personajes son la
radiografía de un tiempo. Un aire libertario en el que incide otra de las partes
esenciales de la película, como es su banda sonora con títulos de los Byrds,
The Band, Jimmy Hendrix, y como no, Steppenwolf con el inmortal ‘Born to be
wild’, auténtico himno de toda una generación.
Para
el imaginario cinematográfico han quedado ya esas cabalgadas por largas
carreteras en los que a lomos de sus motos, y con el viento incidiendo en sus
rostros, sus protagonistas se sienten verdaderamente personas, hombres libres
poseedores de su propio destino. Por la propia disposición de lo que significa
una road-movie serán los capítulos episódicos, es decir los encuentros con
personajes de lo más disparatado, metáforas de la población norteamericana, y
las que permiten visualizar ese choque entre lo que representan los dos cowboys
y la sociedad en la que les ha tocado vivir, casi siempre agresiva hacia
quienes pueden suponer un peligro para esa misma sociedad.
En
esos capítulos aparecerán hippies pertenecientes a una comuna, prostitutas
(completamente delirante el encuentro con varias de ellas en un cementerio bajo
los efectos del LSD; sheriffs,
predicadores, granjeros, actores... Cada uno de esos encuentros irá haciendo
progresar a la película para ir desembocando en un final que deja poco, muy
poco lugar para la esperanza. “La hemos jodido”, dice Peter Fonda ante lo que
se ha convertido su país y será ese país el que acabe con ellos. Con los dos
cowboys de los sesenta, camellos de poca monta que se partieron hacia el Mardi
Gras de Nueva Orleans para cerrar un negocio de tráfico de drogas en una
carrera hacia la libertad, en una carrera imposible que ellos mismo se sabían
incapaces de lograr.
Remataban así los años sesenta, bajo esa sensación de descontento general en una sociedad cada vez menos
consciente del papel a desempeñar por el individuo y de las capacidades del ser
humano dentro del colectivo. Este colectivo es el que fue oscureciendo cada vez
las perspectivas de una generación que buscó vías de evasión en numerosos tipos
de drogas, que tuvieron en esta época su punto de ignición. Ya nada volvió a
ser igual en los Estados Unidos, la mirada de sus habitantes cambió para
siempre y el cine, como un apéndice más, también se convirtió en diferente al
abrir nuevas vías de experimentación.
Publicado en Revista Diario de Pontevedra 8/07/2012
Ningún comentario:
Publicar un comentario