Han pasado casi nueve meses desde que se conociera su
fallecimiento. La muerte de John Berger. Nueve meses después la buena noticia
es el no olvido de una de las personalidades más interesantes de la cultura
mundial de las últimas décadas. Un no olvido que se ha visto alentado con un
homenaje realizado en el Círculo de Bellas Artes de Madrid propuesto por
numerosos escritores, periodistas, artistas, músicos o directores de cine, entre
un amplio muestrario de sus afinidades creativas, así como de las amistades que
cultivó con el mismo esmero con que lo hacía con los productos de su huerta de
Saboya. Entre ellos dos de los nuestros, Manuel Rivas y Alfonso Armada,
inquebrantable conexión gallega con el escritor londinense.
El propio Manuel Rivas prologa de manera tan hermosa como
intensa el libro que acaba de salir primorosamente publicado por la editorial
Nórdica ‘Y nuestros rostros, mi vida, breves como fotos’, traducido por su
siempre fiel Pilar Vázquez con ilustraciones de Leticia Ruifernández, en el que
John Berger estaba trabajando cuando le sobrevino la muerte. Un libro en el que
se recoge esa mirada singular y generadora de otras miradas en quienes
estábamos siempre pendientes de sus pensamientos. Porque si algo nos enseñó
John Berger es a pensar, a enfrentarnos con la cultura, y específicamente con
la obra de arte, no de una manera frontal, sino como un gato merodeando ante
una presa, posando nuestra mirada allí donde algunos profesores en las
facultades nos dijeron que no la pusiéramos, en definitiva, acercándonos al
arte como un ente vivo con sus voces bajas surgiendo de su interior. Es la
«mirada fértil» a la que alude Manuel Rivas en ese prólogo o en palabras incluidas
ahí mismo de Paul Celan: «Hay ojos que van al fondo de las cosas. Que divisan
un fondo. Y hay otros que van a lo profundo de las cosas. Ésos no divisan
ningún fondo, pero ven más profundo».
Esa sima es la que ha dejado balizada en vida John Berger a
través de sus textos ante los que nunca uno se queda indiferente. Textos entre
los que se acumula un inmenso silencio, ese mismo silencio con el que el
periodista Juan Cruz tituló una de las últimas entrevistas realizadas a John
Berger apenas dos meses antes de su muerte: «El silencio no miente». Ese
silencio es en el que nos ha dejado su ausencia, y ese silencio, ciertamente,
no miente. Envueltos en él somos incapaces de olvidar, de sentirnos ajenos a
esa figura tallada, arruga tras arruga, para la eternidad. Ese mismo silencio
fue el que se rompió un día cuando escuchaba un rondó de Beethoven, cuatro
semanas después de la muerte de su mujer, con la que había compartido cuarenta
años de vida. El silencio volvió a no mentir y John Berger se vio obligado a
escribir un pequeño libro que desborda sensibilidad. ‘Rondó para Beverly’ es un
homenaje a una memoria inquebrantable, a ese no olvido al que la vida nos
obliga con ciertas personas que nos rodean de una u otra manera. El pasado
viernes el Círculo de Bellas Artes se encontró de bruces con la verdad del
silencio al acoger ese no olvido al que los fieles a John Berger nunca
permaneceremos ajenos. A través de sus ‘Modos de ver’ nos enseñó a mirar el
arte o a una naturaleza que, inteligentemente, trataba de la misma manera para
componer un sentido de la vida comprometido y resistente, una lección
inasequible al paso del tiempo que con actos como el celebrado dinamita
cualquier sentimiento de ausencia, yendo más allá del puntual recuerdo. Es el
no olvido.
Publicado en Diario de Pontevedra y El Progreso de Lugo 20/09/2017
Ningún comentario:
Publicar un comentario