luns, 30 de decembro de 2019

Poesía visual

[Ramonismo 8]
La reciente concesión de la Medalla de Oro de las Bellas Artes al fotógrafo Chema Madoz premia una obra lúcida


JUNTO A OTRAS personalidades del mundo de la creación, entre ellas otro colega fotógrafo de gigante talento, Alberto García-Alix, Chema Madoz (Madrid, 1958) viene de ser galardonado con la Medalla de Oro de las Bellas Artes, una distinción que sorprende no haya conseguido antes, en consecuencia a una de las obras artísticas más impactantes, inteligentes y brillantes de nuestro panorama creativo.
La fotografía de Chema Madoz se conduce por un territorio de asociaciones entre objetos que se acomodan en la metáfora para poetizar la imagen seleccionada. Inclasificable en cualquier tipo de adjetivación que sistematice su trabajo, el poderío visual de su obra se expande por perspectivas casi siempre inesperadas, es ahí cuando sus objetos, normalmente de uso cotidiano, presentan una nueva dimensión del todo punto sorpresiva desde la función para la que han sido concebidos. Objetos pero también la naturaleza se ha ido configurando dentro de su obra como otro espacio para la lucidez del artista, para la construcción de una visión nueva a partir de la sugerencia, pero también de una manera de integrar diferentes elementos que nunca nos dejan indiferentes, ya no sólo desde la perspectiva visual, sino también mental.
Esa naturaleza es la que centra su última exposición, recién inaugurada en el Jardín Botánico de Madrid, que estará abierta hasta principios del mes de marzo. Allí, bajo el título de ‘La naturaleza de las cosas’, sesenta y dos fotografías realizadas entre 1982 y 2018 muestran esa capacidad de la naturaleza para reinventarse, para generar desde su propio gérmen nuevas significaciones frente al espectador. La combinación de elementos propios de la naturaleza crean una naturaleza nueva. Ramas, agua, nubes, maderas, plantas y flores son los ingredientes para una nueva visualización de la realidad desde la que se desafía al visitante a sus exposiciones. Y es que ante las obras de Chema Madoz el espectador no es un mero acompañante circunstancial de cada una de las imágenes, sino que su percepción de lo presentado es parte esencial del discurso del artista. La contemplación de su fotografía en blanco y negro nos aisla de nuestro entorno y nos ubica en esa nueva realidad, en la construcción de un espacio irreal, pero con firmes anclajes en la realidad. En ellas, además, se consigue materializar un silencio que nos integra sin distracciones en su interior, y es en ese momento, y desde ese silencio, cuando la pieza nos genera la emoción que surge de entender su significado y el ser capaces de accionar el clic que hay siempre en su interior. Ante cada imagen de Chema Madoz hay un instante de incertidumbre, unos segundos en los que la mente coquetea con la imagen para su correcta asimilación, siendo conscientes, en un momento determinado, de que todo encaja, de que esos objetos, o esos elementos de la naturaleza, unidos, nos han abierto una puerta de imaginación y fantasía que nos evade de lo físico y nos integra en lo inventado.
Comisariada la exposición por Oliva María Rubio, Chema Madoz deja abiertas en las instalaciones del Jardín Botánico esas ventanas de la sugerencia y lo onírico, un determinismo surreal que siempre se desliza por sus obras como parte de la necesaria, para sus fines artísticos, desintegración de lo cotidiano.


Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 28/12/2019


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