La primera novela de Juan Soto Ivars descubre a un talento literario que en un futuro no muy lejano dará que hablar.
Hay libros que te dejan aturdido, de los que tardas en reponerte varias jornadas, y aún así, durante bastante tiempo ese recorrido que has realizado de la mano y la mente de un escritor te sigue acompañando. Son relatos que te sujetan por la pechera, te levantan un par de centímetros del suelo y no te sueltan. Sí, ese es el milagro de la literatura. Hacía ya algún tiempo que una novela no me provocaba esa sensación, al mismo tiempo incómoda, pero llena de placer, quizás desde la lectura de ‘Tiempo de vida’ de Marcos Giralt Torrente, y antes con ‘Los girasoles ciegos’ de Alberto Méndez o con las obras de Ricardo Menéndez Salmón. Todas ellas novelas breves pero de una intensidad abrumadora, lo mismo me sucede con ‘Siberia’ escrita por Juan Soto Ivars.
En las tapas de este libro editado por El olivo azul se alude a la condición de primera novela del autor, lo cual, y tras la lectura de la misma, ensalza todavía más esa sensación de desconcierto anterior. Inmediatamente se va uno a ese paréntesis que se suele abrir y cerrar tras el nombre del autor y nos encontramos la fecha de nacimiento cifrada en 1985, es decir, recién superados los 25 años nos encontramos con un texto que suscita algo similar a lo experimentando con los escritores anteriormente citados. En definitiva, más que sorprender este presente de letras bien paridas, asusta lo que puede ser un futuro de letras eternas, de palabras ajustadas y de historias que formarán parte de nuestra literatura. Al tiempo.
Adentrarse en ‘Siberia’ supone intrincarse en un territorio de expiación personal, un singular recorrido a través de un escritor que no puede escribir y que comete una violación doble, contra una mujer y contra la literatura. A partir de aquí las geografías físicas, pero sobre todo la humana de ese escritor llamado Jonás que es arrastrado por la noche, lastimado por la literatura y por las relaciones con la familia y los demás seres que le rodean, se concentran en ese estado de permanente zozobra llamado Siberia, un destierro físico y mental del que se pretende huir a cualquier precio, incluso desde el continuo desprecio a sí mismo.
Literariamente Juan Soto Ivars ofrece todo un despliegue de aptitudes fundamentado en una narración donde no sobra nada, donde todo es magro y el hueso no existe. Cada frase, de una contundencia atroz, se va entrelazando con la siguiente, logrando así esa lectura extenuante que explica otra de esas sentencias que se destacan en las tapas del libro “Ivars es un narrador a calzón quitado”. Es decir, un escritor intenso, decidido a apostar fuertemente por este oficio y donde no se debe despreciar ni un centímetro de papel. Se logra así una escritura condensada, donde la reflexión sobre el propio oficio de escritor (insistiendo en el relato en la diferencia entre el escritor y el que escribe) es gran parte del andamiaje de la novela, y en la que a buen seguro hay mucho de la relación personal del autor con lo literario. Sirvámonos de una de esas frases: “el escritor solamente escucha sus propias palabras. Nunca se para a preguntar a alguien cuál es el camino correcto”. No cabe duda de que Juan Soto Ivars tiene muy claras esas palabras y lo que le exige a la literatura. Su obra, es decir esta primera novela, muestra esa exigencia máxima, y para ello no se descuida ni un solo detalle, fructificando así una novela en la que en sus 124 páginas transitamos por una existencia que nos cautiva y sobre todo nos hace reconocer el talento de este joven confiado en hacerse escritor y en el que a partir de la lectura de esta novela también nosotros confiamos. Adéntrense en ‘Siberia’ y estarán de acuerdo conmigo. Se lo aseguro.
Publicado en Revista. Diario de Pontevedra. 13/05/2012
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