Me pide mi compañera Ana López que localice imágenes sobre la historia del Cine Victoria para el reportaje que en el Diario de hoy recuerda los diez años de su cierre. Tras la búsqueda no encuentro fotografías de interés, solo alguna de las jornadas previas a su clausura. Poca cosa. Paradójicamente, mientras regreso a mi puesto de trabajo tras llevar esas decepcionantes noticias, mi mente se satura de imágenes. Y entonces pienso que un cine, sobre todo aquellos cines de grandes cortinones, pantallas extensas y juventudes extraviadas, perviven en el tiempo, no por fotografías que no tendrían sentido ante la obligada oscuridad, sino por las imágenes que la memoria deposita en cada uno de nosotros. Ya sentado ante el ordenador, un pestañeo permite que se proyecte en mi mente una película en la que tomo un café en el Beirut, mientras, a través de su cristalera, veo como se comienza a formar una cola ante la taquilla. Tras retirar aquel ticket, similar a un billete de metro, escucho el tintineo de los futbolines de la sala de juegos al tiempo que un flash-back me recuerda el último partido allí jugado. Ya en la sala, su olor, nada agradable pero siempre reconfortante, junto al tacto del terciopelo de las butacas, me preparan para soñar. Como sueño hoy con mi colección de fotografías, mejor que cualquier recuerdo en papel.
Publicado en Diario de Pontevedra 26/05/2012
Fotografía Miguel Vidal. 2002.
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