Es la disculpa que nadie parece entender. Unos, perplejos por la renuncia a lo que todavía semeja un futuro de éxitos, y otros, como excusa para usar al entrenador culé como el muñeco de cachiporra al que apalear. Esta segunda situación es la última victoria de Guardiola, la que permite visibilizar, mejor que con el triunfo en cualquier competición, al Barcelona como el enemigo a batir, revirtiendo definitivamente la situación de este equipo durante el pre-cruyffismo, cuando se prestaba más atención al eterno rival que al equipo propio. Cronistas de Madrid, y alguno de provincias de grácil y fluido verbo, han dado una pirueta en el tiempo, para poner al Real Madrid de hoy en la piel de aquel Barcelona de Núñez, al cual tiende cada vez más el florentinismo. Más felices por las derrotas azulgranas que por las victorias propias, ganando una liga de cada cinco y con evasivos espectáculos en el banquillo (ahora con Mourinho y su Mini-yo), son algunos de los síntomas de ese salto cronológico que se acelera con la chanza y el desprecio a un entrenador del que hasta se discute su imagen de chico aplicado y buenos modales, que se permite el lujo de leer, y hasta de ver cine español, y además hacerlo público. Intolerable. El vacío que incita a Guardiola a marcharse engullirá, como un agujero negro, a tanta medianía incapaz de reconocer a una leyenda, no solo de títulos, también de actitudes.
Publicado en Diario de Pontevedra 02/05/2012
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