En 1516 fallecía un pintor flamenco
conocido por El Bosco. Una fecha que se conmemora a lo largo de este año 2016
con diferentes exposiciones alrededor de su figura. El 13 de febrero se
inaugura una exposición en su ciudad natal, y en el Monasterio de El Escorial,
en ese mismo mes, se abre una pequeña muestra centrada en la restauración de
uno de sus cuadros más famosos ‘El carro de heno’.
Pero la exposición estrella, no solo
en relación a El Bosco, sino al mundo de la pintura, será la que se inaugure en
el Museo del Prado el 31 de mayo con 65 piezas jamás reunidas y procedentes de
los museos más importantes del mundo. Una ocasión única y difícilmente
repetible.
Hieronymus van Aeken Bosch es el nombre
de uno de los pintores más fascinantes pero a la vez más misteriosos de la
historia de la pintura. Conocido popularmente como El Bosco, los secretos sobre
su vida solo pueden ser equilibrados, para quien se interese por su figura, a
través de la singularidad de sus obras, por la concepción de un universo
plástico que, entre dos mundos temporales y de pensamiento, como lo fueron la Edad Media y el
Renacimiento, alumbraron todo un imaginario sorprendente, casi alucinatorio y
que no volvería a tener parangón hasta el siglo XX con la impronta del
surrealismo.
El Bosco nace entre 1450 y 1460 en la
localidad flamenca de Hertogenbosch. Formado en el taller de su padre, en su
primera etapa como pintor ya mostraba esa excepcionalidad que le distinguiría
del resto de creadores. Tras casarse con una mujer de una familia poderosa
económicamente, ingresa en 1486 en la Hermandad de Nuestra Señora, una suerte de gremio
que respalda su posición dentro de la comunidad, al tiempo que realiza en él
sus primeras obras. Pinturas como ‘La extracción de la piedra de la locura’ o
‘El prestidigitador’. Esa incipiente fama le permite firmar sus trabajos como
‘Bosch’ o ‘Iheronimus Boch’, tal y como se le conocía fuera de su localidad, en
relación al nombre de su lugar de nacimiento. Los datos sobre su vida flaquean,
al tiempo que su pintura y su reconocimiento se acrecientan. Hay quien ha
querido ver en El Bosco al primer artista que desea, de manera premeditada,
aumentar el misterio alrededor de su figura, una de las primeras
autoconcepciones del creador como tal, alejado de movimientos o talleres, sino
el artista per se y el interés de fomentar su figura como un elemento de
atracción para sus clientes.
A partir de ahí elucubraciones sobre su
adscripción a movimientos religiosos intentando explicar todo ese universo,
casi espectral, de sus obras, pero poco a lo que sujetarse con certeza. Solo a
sus obras, a unos trabajos que encandilaron a las familias más nobles de
aquella época, y es así como la mayor parte de sus obras no iban dirigidas a la
decoración de iglesias-como por su temática podía parecer-sino a las clases más
pudientes, entre ellas, como no, la de Felipe II con fuertes lazos de poder con
aquellos territorios y quien se hizo con la mayor colección de obras del pintor
convirtiéndolo en enormemente conocido en España. El propio monarca afirmaba
que «si todos pintaban a los hombres como querían ser, él los pintaba como
eran». Seis piezas en el Museo del Prado, dos en el Monasterio de El Escorial,
una en la Fundación
Lázaro Galdeano y la muy próxima, también en territorio
peninsular, el espectacular ‘Tríptico de las Tentaciones de San Antonio’ en el
Museu Nacional de Arte Antiga de Lisboa, visibilizan la llegada de piezas a
estas latitudes muy por encima del resto de geografías. Todo un tesoro que se
podría comparar con los fondos de la gran pinacoteca de la pintura mundial, el
Museo del Louvre, que dispone solo de una obra del flamenco, ‘La nave de los
locos’.
El Bosco fallece en 1516, según un
asiento del 9 de agosto de ese año, realizado por la Hermandad de Nuestra
Señora. Con todo esto es como parece lógico que sea el Museo de El Prado el que
se vuelque en este quinto centenario de su muerte con una exposición que
centrará la atención de los amantes del arte del mundo entero, ya que pocas
veces se podrán reunir tal cantidad de piezas procedentes de las más diversas e
importantes pinacotecas. La muestra, que se inaugurará el 31 de mayo, y
permanecerá abierta hasta el mes de septiembre, estará compuesta por 65 obras,
35 de ellas firmadas por el propio autor, y que tendrá su momento cumbre con la
reunión de tres de sus grandes trípticos: ‘Las tentaciones de San Antonio’, ‘La
adoración de los Magos’ (restaurada para la ocasión) y ‘El jardín de las
delicias’. Estará dividida, según el Museo de El Prado, en cinco secciones de
carácter temático, a las que se añadirá una sexta dedicada a los dibujos. Una
introducción situará al artista en su contexto vital centrado en la ciudad y en
el taller familiar en el que creó todas sus obras, relacionándolo con artistas
de la localidad como Alart du Hameel o Adriaen van Wessel. Un epílogo mostrará
su influencia posterior en un siglo XVI que estará marcado en muchos creadores
por lo que se ha dado en llamar ‘lo bosquiano’.
¿Y cómo podríamos definir lo
‘bosquiano’?, pues como una manera de representar única, surgida de las
interpretaciones y visualizaciones de las escrituras y textos religiosos tan
presentes en esa Edad Media que tocaba en estos momentos a su fin. Es esa
libertad que surgía de un nuevo tiempo, que movía el foco del ámbito
estrictamente religioso al humano, el que permitía a El Bosco realizar unas
escenas abrumadoras, repletas de elementos fantásticos, surgidos de aquellos
bestiarios medievales, trasladando lo que eran seres que aparecían en las
letras miniadas de los códices o en pequeñas ilustraciones, en todo un
fabulario que, a buen seguro asombra más al público de hoy en día que al propio
espectador de la época, que manejaba muchos de esos códigos de representación o
esas lecturas que a nosotros ya se nos escapan. De ahí la inteligente
interpretación que de El Bosco realiza el escritor, y también Licenciado en
Historia del Arte, Antonio Muñoz Molina, de su figura: «No hay indicios de que
fuera un heterodoxo o un radical religioso o político. Lujos así no podía
permitírselos un artesano de la pintura. Era un miembro respetado de la
comunidad, y tenía una clientela variada e influyente. De modo que nada de
visiones delirantes que no pudieran ser comprendidas por sus contemporáneos, y
que debieran esperar varios siglos hasta merecernos a nosotros».
Con muchas dudas, incluso en las
dataciones de sus obras, a la hora de establecer un discurrir cronológico de
sus pinturas, para poder establecer un discurso evolutivo. Sus obras se
presentan como auténticos mundos singularizados. Surgidos a raíz de una
temática que acciona todo ese universo plástico con un referente que lo fue
durante muchos siglos en la historia de la pintura, como la ‘Leyenda Áurea’ de
Jacobo de la Vorágine ,
publicada en holandés en 1474, y en la que se relataban numerosas vidas de
santos incidiendo en una intensidad que muchas veces no se ajustaba a los
hechos reales, derivando más en aspectos fantásticos, que provocaban más
atención en los fieles, siendo más favorables a la propagación de la fe, que otros
relatos vinculados a las parábolas de la Biblia , más difíciles de entender por el vulgo.
El Bosco llevó hasta un extremo nunca antes visto estos relatos, esas vidas de
santos repletas de sacrificios, de infiernos, de mendigos, de enfermos, de
seres imaginarios, de aves increíbles, de maravillosos paisajes, de seres
alucinantes, de insectos, de vegetaciones impensables, de detalles
sorprendentes e inagotables en esa lucha permanente entre el bien y el mal,
cada vez que uno se aproxima a cualquiera de sus obras. Esos mundos absorbentes
logran que te olvides del personaje que los creó, que te dediques durante mucho
tiempo, sin duda más que ante cualquier otra pintura, a observarlos bajo un
estado de estupor y admiración por cómo un hombre era capaz de interpretar así
su mundo, ese que ahora llega a nosotros 500 años después de una manera nunca
vista y analizada hasta hoy.
Las tentaciones de Lisboa
A
la espera del aluvión de catálogos y publicaciones que indaguen en la vida y
obra de El Bosco, merece la pena destacar un ensayo publicado en 2015 que se
acerca a El Bosco de una manera diferente a como lo puede hacer un estudio
puramente artístico. ‘Las tentaciones de Lisboa’ es un maravilloso e inspirador
texto que parte de una de las piezas más importantes de El Bosco, ‘Las
tentaciones de San Antonio’, que llegará a Madrid desde Lisboa, para adentrarse
en universos culturales relacionados con el mundo de las tentaciones como los
de Buñuel, Pessoa, Flaubert o Tarkovski. El libro cuenta con un prólogo de
Alberto Ruiz de Samaniego.
Publicado en el suplemento cultural Táboa Redonda en Diario de Pontevedra y El Progreso de Lugo 24/01/2016
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