▶ «Ningún lugar es tan íntimo como el que
comparte un escritor con su escritura... Entre un hombre y sus palabras,
ninguna frontera es posible».
[‘El Sistema’. Ricardo Menéndez Salmón]
Escritores. Parte de nuestro patrimonio
cultural, guardianes creadores de ese último reducto que se parapeta tras los
libros para definir y entender al ser humano. Estar con escritores supone
asomarse a un barranco de líneas, a un agujero negro de blancos interlineados
por los que supura un entorno tantas veces imposible de calificar, complejo de
verificar y al que solo la literatura parece tener la capacidad suficiente para
hincar el bisturí y mostrar así sus entrañas. Hablamos, claro, de la literatura
de verdad, de esa que surge del compromiso con una tradición, pero también con
una esperanza balizada a partir de la incomodidad, de esa literatura que a lo
mejor no es tan fácil de leer, que te exige, pero que finalmente te produce la
satisfacción de haber realizado un viaje complejo del que siempre metes algo en
el petate.
Llueve en Compostela, las copas de los árboles que bordean el aeropuerto de Lavacolla se agitan de manera furiosa.
Dentro de esa arquitectura de cristal se ve el paisaje como un tormento, como
una prueba que superar para llegar hasta esa luminosa Barcelona en la que espera una pléyade de escritores en una armonía
sistemática difícil de ver. Quedan unas pocas horas para que se conozca el
ganador del Premio Biblioteca Breve de
Novela que entrega la prestigiosa editorial Seix Barral. Los motores del avión se empeñan en desafiar a ese Céfiro que juguetea con nosotros y hace
que apretemos los puños. Estamos arriba, el primer círculo del infierno
superado. El segundo círculo lo marcan los asientos de unos aviones optimizados
al máximo. Piernas recogidas e hieratismo propio de la escultura egipcia. Por
delante hora y media entre cielos que se van despejando y tiempo para la
lectura. Dicen que hay un libro para cada viaje, yo también lo creo. Muchas
veces tardo más en elegir el libro que me acompañará durante unos días que la
ropa que incluir en la maleta. A este premio hay que ir bien armado, honrando
así a una editorial que lleva publicando libros desde 1911, premiando a nombres
que ya forman parte de tu periplo vital, y que mejor manera de hacerlo que leyendo
la edición conmemorativa del treinta aniversario de la novela Beatus Ille de Antonio Muñoz Molina, impresa de nuevo en un regalo para todos los
lectores, para toda la sociedad. El principio de uno de esos escritores que son
más que eso, que hacen de lo literario un debate con el sistema. Un duelo
permanente con el entorno desde el individuo y por el individuo.
En un país en el que tanto se edita pero
en el que se lee tan poco en relación a otras geografías debemos honrar a
quienes hacen de su profesión y pasión un jardín para nuestro recreo. El
aliviadero que nos libera durante un tiempo de un devenir diario normalmente
monótono y con cada vez menos vías de escape. Una angustia que la literatura
permite liberar como la válvula de una olla a presión, de manera gradual,
evaporándose todo aquello que nos encierra en nuestra condición de esclavos de
un ahora y un entramado urdido por quienes entienden que debemos ser así y,
lamentablemente, con escasa respuesta de nuestra parte. Las mejores páginas de
un libro son aquellas que dejan la interrogante como señal, como pista para un
itinerario que seguir.
Procedemos al aterrizaje y cierro la
ópera prima de Antonio Muñoz Molina deslumbrado por ese relato que descubrió a
un escritor hace treinta años y pienso que hoy también vamos a descubrir a otro
escritor. Literatura que se da la mano a través del tiempo y el espacio. Ondas
gravitacionales forjadas a través del compromiso. El del escritor que se
inventó un universo en esa Mágina
consolidada como cuna literaria en la que establecer un ecosistema de seres
asombrosos que te atrapan desde la primera página. ¡Ay, esa primera página en
la que ya está todo!
Escritores e invitados comienzan a
llegar. Apretones de manos, abrazos y ni rastro de sangre. Consagrados y
noveles. Todos forman parte de una especie de comunidad gremial ante la que uno
se siente minúsculo. Junto a ellos, como el verde en el ramo de flores,
gestores culturales, periodistas, editores, críticos, letraheridos varios y
personajes de otras ramas de la cultura conforman el atrezo necesario para el
premio. Llega la hora de desvelar el ganador y es cuando asoma Ricardo Menéndez Salmón. ¿Qué no les
suena este nombre? Pues ya están tardando en ir a buscar alguno de sus libros.
Una maravilla, un inusual prodigio de autor construido desde el lenguaje firme
y medido, un rayo de luz que pretende aliviar la oscuridad. Él, que tanto ha
escrito sobre nuestros oscuros, sobre la maldad que nos rodea y asalta a cada
segundo, ahora nos presenta una novela de un lugar y un tiempo todavía por
llegar. El Sistema es, como el mismo
afirmaría en palabras de Coetzee, el
trabajo de un «redactor de expedientes de la conducta humana»; la manera de
calibrar, como diría otro escritor, Hanif
Kureishi, «cuanto dura esta sociedad del hartazgo, la opulencia y la
náusea».
Es hora de partir. Galicia está lejos, y
cada minuto que pasa más. Disimuladamente salgo de ese espacio mágico en el que
he pasado unas horas inolvidables. Un paraíso de escritores que solo se
entiende desde el eficaz directorio de varias mujeres, de Elena Ramírez, de Nahir
Gutiérrez, de Anna Turon y más
amazonas de la literatura. Felizmente sentado en mi avión vuelvo al sistema de
Mágina, el sistema de la literatura. Beatus Ille. ¡Dichoso aquel!
Publicado en Diario de Pontevedra 13/02/2016
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