venres, 28 de abril de 2017

Humores


SI LA RECIENTE concesión del premio Cervantes a Eduardo Mendoza se entiende en una necesaria clave de reivindicación del humor como parte de la literatura, otros humores ensombrecen nuestras perspectivas literarias, nuestros deseos, quizás demasiado elevados, para este mundo de afilados dientes, en torno a que nuestros hijos configuren un ámbito de vida mejor que el nuestro. Y es que esos humores corpóreos se nos agitan al ver como la interminable y extenuante reforma educativa plantea la desaparición de la asignatura de Literatura Universal, dejando de ser una materia optativa en segundo de bachillerato y desterrándola de la selectividad. ¡Ahí es nada!
Cuando Eduardo Mendoza, en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares pronunciando su discurso de aceptación, afirma que "el humor lo impregna todo y todo lo transforma", evidentemente no incluía a los redactores de esta reforma canalla que cada paso que realiza cercena en mayor medida todo lo que tenga que ver con las humanidades. Aquellos legisladores (¡qué grande les queda el término!) que durante años o décadas y desde diferentes colores políticos han ido esquilmando las Humanidades de los planes educativos en sus más amplias variedades, desde los estudios de Latín y Griego, pasando por la Filosofía, hasta desembocar en la Literatura, no hacen más que promocionar una educación utilitarista y desenfrenada, encaminada, primero a que los informes Pisa les den la palmadita en la espalda a los gestores educativos, y después a colocar en el mercado autómatas de generar economía. Poco entienden aquello que tan bien ha expresado recientemente Carlos Mayoral en un artículo en El Español: "Olvidan que del instituto ha de salir un individuo, no un objeto estrictamente profesional". Cada vez más nuestros estudios se abocan a un escenario mercantilista, a la creación de engranajes para alimentar unos sistemas de producción en los que el pensamiento y toda capacidad de alentar el raciocinio en función de la comprensión y asimilación de lo pensado o escrito por los demás se entiende como un pesado y hasta peligroso lastre que portar. Nunca entenderán, o de hacerlo y no aplicarlo simplemente merecerían el destierro, la utilidad y las capacidades que en el ser humano despiertan todas esas materias, todas esas asignaturas que, como pocas, conforman lo que debe ser o aquello que se entiende como un ser humano, como un elemento que forma parte de una colectividad a la que debe aportar mucho más que su presencia egoísta e insolidaria en un sistema de mercado que depura todo aquello que no le puede ser útil, cuando sí lo es para la persona.
Y es que ni el mal humor se nos puede pasar por mucho que Eduardo Mendoza rastree su buen humor a lo largo de las páginas de El Quijote. Un humor que también participa de su literatura, como tantas veces, y por supuesto ante la concesión de este premio, menospreciada por lo que tiene a veces de aparente intrascendencia, de ejercicio literario para la infantería lectora y no para las élites que siempre parecen ser las que con su bendición deben aclamar a los premiados. Eduardo Mendoza ha escrito tres o cuatro libros imprescindibles en nuestro discurso literario, ya de por sí merecedores de este galardón, y en torno a ellos ha generado también una literatura más ligada a la comicidad y en la que la trascendencia, ansiada por tantos, no abruma a unos lectores en ocasiones temerosos de ciertos libros, a los que precisamente cada vez más se les están hurtando las herramientas para medirse con ellos.
Precisamente ante este paisaje, cada vez más yermo, que se erige ante nosotros, Eduardo Mendoza discrepa del propio Don Quijote "cuando afirma que no hay pájaros en los nidos de antaño. Sí que los hay, pero son otros pájaros". ¡Vaya pájaros!, Heraldos negros que sobrevuelan sobre los despojos que esta sociedad ha ido depositando en sus márgenes. ¡Cuídate, España, de tu propia España!, tituló César Vallejo, y en eso seguimos. Lacerándonos constantemente, alfombrando el territorio para los Trump, Le Pen... frutos del desencanto y la frustración ante los que tanto tiene que ver la ausencia de referentes, de lecturas, de bellezas contenidas en obras artísticas de cualquier tipo, en el descubrimiento de la genialidad, en el placer y en el disfrute, que hasta eso nos quieren negar, en definitiva, en coartar una parte esencial de nuestra condición humana.
Eduardo Mendoza seguirá con "sus labores", ¡bendito sea!, mientras, ministros y ministriles continuarán enfrascados en su cruzada para deterioro, no solo de un sistema educativo, sino de todo un país que cada vez estará de peor humor.



Publicado en Diario de Pontevedra/El Progreso de Lugo 26/04/2017

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