mércores, 24 de abril de 2019

El jardín de Ida Vitale

La poeta uruguaya recogió el Premio Cervantes mostrando una abrumadora sencillez y una conmovedora dignidad


CON 95 AÑOS Ida Vitale sale cada día a su jardín a regar sus poemas. Ella ha hecho de la poesía una necesidad diaria, aunque entiende que haya gente que no la necesite para vivir. Ella sí. Su poesía, breve, sencilla, directa, son pequeños brotes llenos de frescura que uno toma de manera ligera pero sabiendo, al tiempo, que esa ligereza contiene una intensidad que es la que eterniza al poema y hace de la palabra ese misterio que un día la deslumbró.
Alumna de José Bergamín en los años cuarenta en Montevideo de este ha traído hasta Madrid, al Instituto Cervantes, un manuscrito del poeta, un ensayo literario que reposa ya en esta ciudad de la que tuvo que marchar por las miserias del exilio. Exilio también lo sufrió la propia Ida Vitale quien partió a México cuando la Dictadura se hizo fuerte en su país. Entre 1974 y 1978 fue acogida como tantos otros españoles que tras la Guerra Civil encontraron acomodo en las tierras calientes que llamara Valle-Inclán. Un breve regreso a Uruguay y de nuevo la partida, en este caso a la Universidad de Austin (Texas) donde junto a su segundo marido, Enrique Fierro, impartió clase y acometió diferentes traducciones. La muerte de este en el pasado otoño la llevó de nuevo a su país.
Existen dos maneras de manejar las palabras y de decir las cosas, la realista de la prosa y la más abierta y libre de la poesía. Esto se le apareció como una epifanía a la joven Ida Vitale a través de un poema de Gabriela Mistral. Desde ese instante, en el jardín de Ida Vitale, no han dejado de surgir poemas en ese incomparable cuaderno que es la naturaleza. Sus poemas aparecen repletos de colibríes y mariposas, de sonidos y de vientos que nos acogen como en una danza entre la persona y la palabra. Ida Vitale, tras leer su ‘Poesía reunida’ en Tusquets, es quien de lograr eso, de amoldar al lector a su universo de imágenes condensadas en delicadas palabras pero con una enorme fortaleza interna. ‘Imágenes de un mundo flotante’, así las podríamos calificar, a partir del título de uno de sus poemas. Poemas que nos transportan, como a la propia autora, a una dimensión diferente, convertida ella misma en una ‘Alicia en el País de las Maravillas’ que ahora, a estas alturas de la vida se ha visto en medio de una inesperada aventura quijotesca.
Los oropeles de este premio no han logrado distraerla, tal y como era de esperar, con lo que verla y oírla durante estos días actuando ante las cámaras nos reconcilia con el ser humano. Ante ella se evidencia una dignidad capaz de conmover, sin poses ni artificios, con toda una vida abierta en canal reflejada en unas profundas arrugas y un níveo cabello, así como una sencillez que abruma frente a tantas falsedades como se generan hoy. Todo ello nos presenta a Ida Vitale, ya no sólo como una escritora más que merecedora de este galardón, sino también como una lectora, apasionada por la palabra, y la capacidad que esta tiene para conmover y adherirse a nuestra piel. Así nos lo hizo sentir desde la cátedra del Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, a la que se subió la quinta mujer en ganar el Premio Cervantes (sí, la quinta en cuarenta y cuatro ediciones), para, al tiempo que honrar a Cervantes, dejar una de esas huellas imborrables en la sociedad que sólo la poesía es quien de grabar desde aquello que se deja sin decir. El misterio de la poesía.



Publicado en Diario de Pontevedra 24/04/2019.
Foto. Ida Vitale en la Biblioteca Nacional (Juan Carlos Hidalgo/Efe)


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