xoves, 11 de abril de 2019

El ruido de unos pasos

Antonio Muñoz Molina presenta una nueva novela asentada en un territorio, el de la ficción, pero siempre en alerta ante la realidad


SIEMPRE ES una bendición echarse a las páginas de Antonio Muñoz Molina. Sus novelas, ampliemos el espectro, sus libros, son brillantes ejercicios, ya no sólo de lo meramente literario, sino de pensamiento y reflexión sobre lo que acontece en nuestra sociedad, alrededor de este enervante tiempo cada vez más insolidario con el ser humano y con su hábitat, tanto el urbano como el natural.
Tus pasos en la escalera’, publicado por Seix Barral, es una novela de espera, la condensación de un tiempo, detenido a las orillas de la desembocadura del Tajo, que mira hacia los Estados Unidos. De allí debe llegar Cecilia, la mujer del protagonista que se ha adelantado para prepararlo todo de cara a un futuro común. Sometidos a esa espera, cada vez más distorsionadora de lo real, cada vez más desasosegante, nos encontramos un relato que logra eso tan difícil en cualquier hecho artístico, como es el generar una atmósfera propia.
Y es que la vivienda en la que Bruno espera a Cecilia siente como se acrecienta esa tensión que alienta el relato, una vuelta permanente de tuerca, empleando libremente el título del famoso relato de Henry James, con el que coquetea el autor. También con los cuentos más desconcertantes de Julio Cortázar, o con la maravillosa cotidianeidad de la literatura de Alice Munro, planteando así esa casa tomada por un laberíntico pasado, por un intrigante presente y por un incierto futuro. En esa agitación permanente se maneja Antonio Muñoz Molina para hacer ficción, género que había orillado en los últimos tiempos, dedicado a escribir ensayos o novelas alrededor de hechos reales. Aquí lo inventado se impone, pero manteniendo siempre un anclaje con la realidad, con los sucesos del mundo actual, que van desde los efectos del 11-S hasta el cataclismo del medio natural al que asistimos de manera indolente, y todo ello sumergido en dos escenarios protagónicos, como el neoyorquino y el lisboeta. Dos territorios que conoce bien el autor. Su paso profesional por el primero y su acomodo, desde hace un par de años, en el segundo, le permite manejar numerosas claves de ambos escenarios que se engrasan perfectamente con el relato de la novela en la que, como en el cauce de un río, se van asentando numerosos sedimentos que aumentan la capacidad de conquista del lector. Entre ellos el componente científico se revela como sustancial en la propuesta de Antonio Muñoz Molina. La percepción del cerebro como activo rector de la memoria y el miedo transita de la experimentación en un laboratorio a la propia realidad de lo que acontece en esa vivienda que, ante el Tajo, frente al Cristo Rei de Lisboa, hace de lo rutinario el germen de un espléndido relato en el que se cuenta la vida, en un primer momento anodina, en la que durante páginas y páginas parece que no pasa nada, cuando lo que pasa es la vida misma, y eso es pura literatura.
Es también la vida de esa Lisboa a la que el creador de ‘Sefarad’ llega para huir del ruido embravecido de una España cada vez más feroz, cada vez más asilvestrada y ausente de sí misma y de los suyos, pero que en Portugal se traduce en un respeto hacia su propia identidad y sus posibilidades como colectivo cada vez más envidiable. En ese ambiente Antonio Muñoz Molina mira a la realidad como pocos logran. Esa mirada se dirige tanto a la ropa tendida de las viviendas lusas como al majestuoso cuadro de El Bosco que se cobija en el Museo de Arte Antigua, de igual modo registra el interior de una tradicional casa de comidas como lo hace con los modernos restaurantes de las Docas bajo el puente 25 de Abril.  Y como no, también se baliza el cambio de paradigma turístico que ha vivido esa ciudad, como tantas otras en el mundo en los últimos tiempos, una masificación que cambia configuraciones e identidades, y ante la que parece complicado ejercer resistencia.
Mirar, sentir, deambular, es parte del oficio de escritor. Un andar solitario entre la gente a partir del cual calibrar cómo somos, cómo sentimos, pero también para observar cómo desaparecen los insectos, asomándonos por ello a un nuevo abismo de nuestro tiempo. En definitiva, sentir el ruido de unos pasos que se mueven por la ciudad, pero también el de unos pasos que aguardas entre el delirio suban por una escalera y se detengan ante una puerta.



Publicado en Diario de Pontevedra 10/04/2019. 
Fotografía: Antonio Muñoz Molina en Barcelona (Quique García)


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