[Ramonismo 14]
Juan Antonio
González Iglesias propone en ‘Jardín Gulbenkian' un equilibrio
entre el mundo clásico y lo contemporáneo
“SOÑAR UN JARDÍN”,
escribe Juan Antonio González Iglesias. Soñar un jardín para
hacerlo poemario, para conducir al lector por un espacio acogedor y
que al tiempo se abre hacia el pasado y hacia la cultura como
permanente epifanía para el ser humano. El Jardín Gulbenkian de
Lisboa, en la Fundación del mismo nombre, ejerce de catalizador de
unas emociones que se disgregan a lo largo de este poemario ganador
del XXIX Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma y que publica la
editorial Visor como transmisor de esa febril apuesta del poeta por
recuperar una suerte de equilibrio entre elementos de la cultura
clásica y lo contemporáneo.
Cada poema se
constituye así como una evasión, un caminar por ese jardín que
simboliza el amor por la cultura, el deseo de coleccionar artes y
sentimientos y exhibirlos ante el público de un tiempo posterior. Un
jardín convertido en palabras que, como un laberinto, nos acoge y
nos resguarda de la intemperie. La caricia de la naturaleza, la
felicidad de la observación, el placer de la lectura. «Leer es
mejor que escribir», nos ilumina el poeta. Leer es abrirse a los
demás, leer es saber aquello de lo que el día a día nos aparta,
leer es conocerse a uno mismo. Lo cierto es que este poemario es uno
de esos impagables viajes que sólo la lectura puede ofrecer, un
recorrido por tiempos, idiomas, geografías, palabras, tiempos y
percepciones que la poesía es quien de acaudillar entre sus versos.
La relación entre el
mecenas Calouste Gulbenkian y el diplomático y poeta Saint-John
Perse, conformada en una correspondencia que se guarda en la propia
Fundación, es también alambre que tensa el poemario, ya que sus
palabras se convirtieron en el alumbramiento de este espacio y la
posibilidad de generar un ámbito de resistencia ante el exterior,
ante una sociedad que, como sucede en nuestra actualidad, mantiene
demasiadas reticencias con la cultura y sus capacidades.
La consecución del
premio de Poesía Jaime Gil de Biedma que abandera este poemario
viene a refrendar la trayectoria del salmantino Juan Antonio García
Iglesias, ya reconocido anteriormente con algunos de los premios más
destacados de nuestra poesía, como el Loewe, Generación del 27 o el
Ciudad de Melilla. Catedrático de Filología Latina en la
Universidad de Salamanca, ciudad en la que nació en 1964, su poesía
se ancla en el mundo clásico, como él mismo escribe en la
introducción de este libro: «La poética clásica está llamada a
decir lo esencial, aunque casi sin decirlo, como la curva que
describe el río cuando su curso está ya sereno. Rodea las cosas sin
arrollarlas, pasa muy cerca, pero las deja intactas, se las lleva
reflejadas en su caudal transparente. Por eso las dice sin decirlas»
Y así es como este libro está repleto de esos reflejos en el caudal
plácido de unas palabras sobre las que navegamos como en un lago en
medio del jardín. Poemas que te evaden de una realidad que aquí
sobra, en los que el regusto clásico les concede una solidez a lo
escrito que se conjuga de manera eficiente, también brillante, con
un ámbito actual de la poesía que nos sitúa ante la necesidad de
una esperanza, de manejar el lenguaje como un bálsamo y situarnos
ante la experiencia de la vida desde el impulso de la palabra. Poemas
como ‘Lo sencillo’ son todo un acontecimiento, una celebración
sobre el encuentro con el ser humano y la importancia de un momento
determinado en nuestra vida.
Ante el discurrir del
poemario el lector no sólo se rinde ante el poema en su integridad,
sino que hay frases que se mueven en su interior que quedan prendidos
en quien los lee: «Lo esencial no hace falta decirlo, para eso
tenemos el silencio», «Para que no dudemos se nos dio lo tangible»,
«Ojalá sea como tú/todo lo que me espera». Auténticos latigazos
que nos hacen despertar del sopor al que cada vez más nos condena un
mundo fuera de ese jardín. Allí, en su interior, el mármol, el
amor, la Arcadia, la Academia, la belleza o la naturaleza nos
protegen, como un tesoro inagotable del que ir sacando en cada línea
una gema, un deslumbramiento, como la ‘Primera noche de verano’ o
el ‘Poniente’, poemas que son una mirada hacia el gozo de ese
instante que nos provoca la observación, la contemplación de
aquello que, desde lo bello de una naturaleza repleta de pureza,
alcanza la emoción.
Jardín, y por lo tanto
naturaleza, jardín y por lo tanto contacto con lo natural como
trascendencia del individuo. «Una mañana es un cuerpo joven»,
«Meto mi mano/en el costado de la primavera», afirma el poeta,
situándonos ante esa humanización de lo natural, ante ese bosque de
pinos que como un ejército se erige imponente. La conquista del
lenguaje como medio para cambiar nuestra impresión de la realidad,
para alumbrar a su paso las cosas. Juan Antonio González Iglesias
hace de ese lenguaje, del profundo conocimiento de las palabras y de
su dimensión latina, todo un itinerario que seguir en el caminar por
ese jardín. Transitamos, por lo tanto, por un itinerario que tiene
mucho de celebración, de encuentro báquico ante la vida y el paso
del tiempo. ¡Ah, el tiempo! siempre el tiempo como diapasón que
todo lo gestiona. Y este poemario es puro tiempo, tiempo pasado,
tiempo presente y también futuro: «Dejar para el futuro/un puñado
de versos encendidos/en los que únicamente pido un poco/de sol».
A ese sol y a esos
versos nos encomendamos para seguir a este poeta, para entrar o salir
en los futuros jardines que nos deparará una obra con la que
celebrar la palabra, tal y como Juan Antonio González Iglesias la
celebra con todas esas personas a las que dedica cada uno de estos
versos. Profesores, poetas, amigos, escritores, en definitiva,
celebrantes de la vida que hacen de esas lecturas una emoción
personal a la que poder asomarnos cada uno de nosotros. Cada lector
que se adentra en un jardín a la búsqueda de una rosa, el gran
tesoro que nos convoca.
Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 15/02/2020
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